Un día durísimo. Estaba engalanado el Rodríguez_López (y la isla entera)_con su mejor traje blanquiazul para vivir una jornada memorable. Pero la ilusión y el entusiasmo se convirtieron en lágrimas y hiel. El transcurso del partido dejó helado al graderío y llevó la desazón a las calles de Santa Cruz. No hubo fiesta.

Iba a pasar a la historia el 19 de junio de 2022 como una de las fechas más relevantes y trascendentales de la centenaria historia del CD Tenerife; pero finalmente será recordado este domingo de emociones fuertes como un día doloroso.

Viajaron el equipo, la grada y la isla entera de una enorme expectación, ilusión y entusiasmo; a una decepción tremenda, de las más grandes que se recuerdan. Caras de incredulidad, llantos, rostros demacrados y sueños devastados. La superioridad del Girona evaporó la fiesta y dejó inservible el escenario del Cabildo. Todo estaba preparado para una gran traca final pero donde iba a haber júbilo, no hubo nada.

La fiesta que no lo fue

Y eso que el domingo fue un día para disfrutar desde primera hora. Hasta que llegaron los tres zarpazos del rival, justo vencedor de la eliminatoria, todo fue un deleite para los sentidos. Para la vista, porque los asistentes al Heliodoro iban a vivir un espectáculo único, con el ascenso en juego. Para el oído, porque la banda sonora de una isla entera sería la de un estadio entregado a sus colores. Para el olfato, porque el tinerfeñismo percibía aroma a ascenso. Y para el tacto, por el resonar de las palmas, que no iban a parar ni un momento. Ahora bien, todo se fue torciendo. Y lo que iba a ser apoteósico acabó siendo casi un funeral. Impactante ver a los más críos llorar; y también a los mayores. «Ya pensé que no iba a ver otra vez más a mi Tenerife en Primera», sugería horas antes del partido Alberto Molina, el hombre que más veces ha lucido la blanquiazul. Ahora, su gran anhelo tendrá que esperar.

La jornada había comenzado con un derroche de buenas vibraciones. Empezó muy temprano. Posiblemente a los protagonistas del juego les costara conciliar el sueño lo mismo que a los miles de aficionados que se declaraban tensos y nerviosos a través de las redes, depositarias desde primera hora de un sinfín de pensamientos diferentes, todos en blanco y azul.

La fiesta que no lo fue

Como había ansiedad por estar en el Heliodoro, aproximarse al partido y comerse las horas que faltaban para las ocho, muchos se fueron hacia la fan zone. Buena idea para una extraordinaria manifestación y exposición de tinerfeñismo; y también para que se generasen en torno a los bares y cafeterías de la ciudad un largo caudal de conversaciones, todas sobre lo mismo.

La fiesta que no lo fue

El caso es que para todos latía el corazón demasiado deprisa y el reloj avanzaba demasiado despacio, como si se quedasen ancladas las manecillas y el minutero en los tiempos que iban a quedarse atrás. Los del descenso y caída a los infiernos, los años de administrar miserias, las dos temporadas en la B y tantos otros episodios funestos que el tinerfeñismo se proponía enterrar. Ahora, la espera –hasta volver a Primera– se aplaza, a ver hasta cuándo.

El caso es que lo ocurrido ayer (aunque fuese con derrota) debe valer para resucitar al tinerfeñismo. Pese al resultado cruel, algo había en el entorno y en la atmósfera que no se había vivido en mucho tiempo. La sensación era «de isla volcada» -enunció Ramis-, como si hasta los más alejados del fútbol y del Tenerife hubieran decidido creer. Aunque fuese solo por un día.

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Ambiente previo del Tenerife-Girona Andrés Gutiérrez

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Ambiente posterior al partido CD Tenerife - Girona María Pisaca / Andrés Gutiérrez

Se acercaba la hora H y los nervios crecían. Para todos, un momento especial. El de acceder la afición al templo desde un indescifrable maridaje de sentimientos. Por un lado los nervios, la tensión, incluso el miedo a que el destino llevase al Tenerife a la crueldad e ingratitud del 17, cuando la final perdida de Getafe; y por otro, las sensaciones felices, el optimismo y el hambre por que empezara el partido. Del antes, un par de destellos de una carga simbólica espectacular. Uno de ellos, el espectacular mosaico y lo brillante que lució el Heliodoro.

Vestido con sus mejores galas y trajes, el Rodríguez López quedó tan bonito como nunca antes desde la última caída desde Primera. Tal vez desde mucho antes, desde las dos veces que el Madrid se dejó las ligas, verbalizaba un también emocionado Concepción, ayer pletórico hasta que la realidad se llevó por delante sus sueños de ascenso y regreso a Primera. Por lo pronto, se quedará de ayer con la estampa de un Heliodoro lleno, entregado y volcado; que debe valer para construir futuro y sumar fieles a la causa.

Otro momento mágico de los instantes previos fue musical. Difícil comparar aquello con ningún episodio previo, sencillamente porque no hay antecedentes de este estadio puesto en pie, aplaudiendo y cantando los acordes de su sublime himno del Centenario. Toda la isla era ayer un palco de honor, como así compuso Benito Cabrera; y la afición del Heliodoro era «emoción blanquiazul, como mi padre y mi abuelo». Hubo anoche sentimientos a flor de piel, tiempo para la emoción y también para los recuerdos. Era todo muy especial, sobre todo por haberse subido al tinerfeñismo las nuevas generaciones, ayer ataviadas de blanco y azul casi desde que empezó el día.

Todo iba a ser colosal, gigantesco, apoteósico. Lástima que la realidad –dura y cruel– estropease la fiesta. O mejor dicho, la borrase. Ni escenario, ni luces. La noche fue de lágrimas y desconsuelo.