Durante más de dos décadas fue el ‘gato’ de Arucas, portero ágil y de reflejos felinos que defendió los colores de la UD Las Palmas, Ceuta y CD Tenerife. Manolo López (1961), regresa hoy al Rodríguez López para ser testigo del intento blanquiazul por recuperar la máxima categoría del fútbol español. Su receta para lograrlo está clara: «Tensión, pelea e ilusión». 

¿Sí se puede?

Si el Tenerife se parece al que jugó la eliminatoria contra la UD Las Palmas y se reconoce con el que ha competido en diferentes fases de la liga, estoy convencido de que logra el ascenso. Con tensión, pelea e ilusión, esta noche lo celebramos pero hay que estar concentrados para manejar a un rival complicado.

Hoy es uno de esos días en los que se remueve algo en su interior, ¿no?

Es que lo que está en juego es mucho. Hoy es uno de esos días en los que cambia la historia de un club. ¡Espero que todo acabe bien!

Un hombre como usted, curtido en unas cuantas batallas, sabe lo que supone acariciar el cielo con el máximo representativo de una isla capitalina.

Este fútbol no es el que yo conocí y lo que envuelve la competición ya no solo es importante para la entidad, sino para la Isla, la economía, el tejido social... Canarias merece tener ya un equipo en la mejor liga del mundo. Ese es el objetivo que nos ocupa hoy.

¿No duda cuando dice que no reconoce este fútbol?

No es que no lo reconozca, pero los nostálgicos nos sentimos más identificados con otro periodo no tan profesional en el que los futbolistas, en ocasiones, parece que viven algo aislados de su entorno más próximo. ¡Todo cambia!

¿Lo pasó mal en la anterior eliminatoria?

No le voy a mentir... Uno nunca puede renegar de dónde nace, pero tampoco de aquellos lugares en los que fue feliz. La UD es el club de toda mi vida, pero fue el CD Tenerife quien sacó mi mayor rendimiento. Aquí pasé cinco años inolvidables. Yo me sentí querido en esta Isla.

Cinco años que pusieron patas arribas la historia blanquiazul. El ascenso con Benito Joanet, los sufrimientos por salvar la categoría, jugar la UEFA...

En la primera Liga que el Madrid pierde en Tenerife yo me sentí importante –Manolo López sustituyó a Agustín por lesión cuando el partido iba 0-2–, pero hay un capítulo que para mí fue mucho más determinante que ese...

¿A qué capítulo se refiere?

Al partido último partido de la campaña en la que volvimos a Primera que jugamos en Riazor...

Cierto, el del gol de Eduardo Ramos que significó una permanencia en la máxima categoría.

Aquel partido en La Coruña está marcado en la historia del CD Tenerife con letras de oro. El gol de cabeza de Eduardo Ramos nos permitió seguir creciendo entre los mejores. Si aquel día nos vamos a Segunda todo hubiera sido muy distinto...

Aquella sí que fue una bola de partido.

Un match-ball en toda regla [ríe]. Había sido un año complicado. Casi no había instalaciones donde entrenar y la precariedad superaba por goleada a las alegrías, pero no a las ganas por dejar al club en la división que nos ganamos un año antes. El vestuario era una piña y en Riazor conseguimos una proeza.

¿Qué piensa un jugador en las horas previas a un partido como el de hoy?

Yo las vivía con mucha intensidad y la presión de saber que mucha gente espera que des lo mejor que tienes. Uno quiere normalizar la situación, pero la energía que te llega desde fuera es tan intensa que lo único que deseas es que el balón empiece a rodar... Antes, todos los futbolistas y aficionados jugamos muchas veces ese partido imaginario para intentar identificar las claves. Por esto el fútbol genera tanta pasión.

¿Qué le puede decir un «perro viejo» como usted, con todo el respeto del mundo, a un jugador que vive por primera vez una situación límite?

Que analice el significado de un momento como el que se va a vivir hoy en el Heliodoro, tanto a nivel personal como colectivo... Que note que el entrenador le toca la fibra ante una situación excepcional. Toda la Isla y en otras partes del Archipiélago van a estar vigilando a los que estén en el campo. Ellos son los depositarios de miles de esperanzas, ilusiones, sueños...

Que el entrenador «pellizque» el amor propio de unos futbolístas como lo hizo hace ya 30 años Jorge Valdano cuando el equipo estaba caminito de Segunda...

Jorge aún se sentía un futbolista, participaba como uno más en los entrenamientos y contagió una ilusión increíble en el tramo final de una competición que teníamos casi perdida [seis victorias, un empate y una derrota]. Valdano cortó las sogas que nos tenían atados a un final desastroso: él creyó en nosotros y nosotros le seguimos con los ojos cerrados.

¿Va a estar en el Heliodoro?

Sí.

¿Usted es de los que juega el partido en el palco con los pies y apretando los puños?

Trato de guardar las formas. Uno sabe que ahora tiene otras responsabilidades y que debe compartir un espacio con la directiva rival. Trataré de contener las emociones.