El CD Tenerife puede lograr un hito propio delante de su gente. Sin embargo, los blanquiazules ya saben lo que es quedarse chafados en el Heliodoro.

Dos victorias en el derbi contra la UD Las Palmas, la solidez defensiva mostrada en Montilivi, que le valga tanto el triunfo como cualquier empate, la presencia de 22.000 gargantas que le empujarán de principio a fin, y hasta la corriente de optimismo que sopla a favor desde hace algunas semanas. No son pocos los argumentos para pensar que el CD Tenerife está en franca disposición de lograr mañana el ascenso a Primera. Una meta que podría alcanzar como nunca ha hecho, en el Heliodoro, delante de su gente. Un privilegio que hasta la fecha –por mor del calendario– le ha sido esquivo al club chicharrero. Quizá por ello la tremenda ilusión que respira el entorno blanquiazul corre el riesgo de lindar con la euforia. Mala mezcla para los intereses de un conjunto, el isleño, que ya sabe lo que es vivir un fracaso deportivo en su propio feudo. Ponferradina y Real Celta fueron los beneficiados de una atmósfera que acabó enrareciéndose.

Cronológicamente, la decepción más cercana en el tiempo, en lo que a un partido a vida o muerte se refiere, la vivió el Tenerife hace prácticamente 10 años. El 24 de junio de 2012, y con la opción de salir de un infierno, el de la Segunda B, en el que los isleños se habían metido en un abrir y cerrar de ojos tras dos descensos consecutivos. Llegó el entonces equipo entrenado por Quique Medina con la necesidad de levantar el 1-0 de la ida contra la Ponferradina. Empresa accesible, más aún con el respaldo de casi 19.000 aficionados que aquel domingo a mediodía se dieron cita en las gradas del Heliodoro.

En un ambiente propicio –con recibimiento por todo lo alto incluido– el Tenerife al menos aguantó el 0-0 hasta el descanso. Sin embargo, en el 49 un penalti que derivó en la expulsión de Kitoko permitió al brasileño Yuri –autor también del gol de la ida– hacer el 0-1. El conjunto blanquiazul se desconectó y acabó cediendo por 1-2. La desilusión por no escapar de los bajos fondos futbolísticos nacionales la expresaron los seguidores tinerfeñistas con una invasión de campo, tanto para respaldar a una plantilla hundida como para mostrar su hartazgo con Miguel Concepción, que pasó, en ese momento, por su peor trance deportivo como rector tinerfeñista.

Mucho antes, en el tramo ya final de la campaña 93/94, el Tenerife vivió otro sinsabor de los que perduran. Aunque en este caso al quedarse muy cerca de una gesta que en un primer momento parecía inalcanzable: remontar el 3-0 contra el Celta en las semifinales de la Copa del Rey. Aquel 10 de marzo de 1994 Aguilera y Dertycia pusieron el 2-0 aún con media hora por delante. Con el argumento de un equipo que había demostrado ser capaz de lo mejor, el Heliodoro creyó y se vio en la final. Sin embargo, Gudelj, con un doblete –como en la ida– en apenas 10 minutos, tiró un jarro de agua fría por encima de todo el tinerfeñismo. Que un exceso de euforia no lleve a vivir otro capítulo similar este domingo.