La afición hizo magia. Nadie podía presagiar que la diferencia abismal en número (31.000 contra 700) iba a saldarse con tremenda exhibición de tinerfeñismo. El derbi final dejó imágenes para la posteridad y una reflexión difícil de refutar: esta temporada ha valido para reforzar la comunión afición-equipo. El sentimiento blanquiazul está muy vivo. 

Apoteosis, locura, fiebre blanquiazul. La jornada del derbi final por el ascenso (a todo nada, a cara o cruz) se saldó con un éxito superlativo para el tinerfeñismo y para cada uno de los héroes de Siete Palmas, que certificaron la segunda victoria de la historia del representativo en el Estadio de Gran Canaria, que ayer lograron dejar huérfano de alegría. La «fiesta» de la que habló Viera fue solo blanca y azul.

La disputa en territorio comanche del derbi canario por antonomasia siempre supone un día especial. Más todavía en estas circunstancias, con el ascenso en juego y los ánimos prendidos hasta el infinito. En este caso, la jornada fue festiva desde que comienza a primera hora. Nervios a flor de piel, relojes que no marcan las horas, tensión, ilusión... y fútbol.

A la afición del Tenerife le correspondió ayer el papel que el pasado miércoles a la de Las Palmas. A una minúscula proporción de blanquiazules frente a la mayoría absoluta amarilla (32.000) les tocó representar orgullo, escudo y bandera en el clásico más importante de los últimos años. Fueron un total de 700 valientes los que salieron desde el muelle de Santa Cruz en torno a las tres y media de la tarde. En ese momento, la ilusión blanquiazul ya viajaba en barco.

Zarpó el entusiasmo tinerfeñista después de haber cumplido con una liturgia. Como había decidido el club chicharrero que sus jugadores viajasen y volviesen el mismo día del partido, en torno a las diez de la mañana -convocados todos por el Frente- tocó ir al Heliodoro para citarse frente a la grada de Tribuna y tributar a los futbolistas propios el último mensaje de ánimo.

De Siete Palmas a Los Rodeos

Fue una apoteosis blanca y azul la que tomó cuerpo en las horas previas al gran clásico. «He decidido ir para darles las gracias», relataba Valentín, aficionado que no viajó a Gran Canaria pero sí se congregó junto a una muchedumbre en los aledaños del templo. «Nos han regalado nuestro mejor año en mucho tiempo», apuntaba una joven -de nombre Patricia, abonada a la grada de San Sebastián- que estaba en idéntica situación: no iría a Las Palmas, «pero tenía que estar en el Heliodoro».

Futbolistas y técnicos del Tenerife aplaudieron el colectivo gesto de corazón; y trasladaron su gratitud desde uno de los balcones del Rodríguez López. Bermejo, entusiasmado, hasta se animó a seguir a los aficionados en sus cánticos. «Unidos», fue la palabra que utilizó el héroe de la ida, José León, a través de las redes. Las horas fueron transcurrieron y a los jugadores aún les quedó en la retina la imagen impactante del momento de dejar la isla del Teide y tomar rumbo hacia la isla vecina.

Recibimiento a los jugadores del CD Tenerife en Los Rodeos

Recibimiento a los jugadores del CD Tenerife en Los Rodeos M. Á. A.

La siguiente estación en la ruta tinerfeñista fue en el hotel NH Imperial Playa, donde no pocos seguidores blanquiazules -los que ya habían aterrizado en Gran Canaria por vía aérea- se fueron a fundir con una delegación recién llegada, que ya velaba armas para el gran choque de la tarde. Ahí se producía un primer cruce entre seguidores locales y visitantes; con los primeros increpando con mensajes de todo tipo. «Tengan vergüenza, que no tienen canarios», repitieron una vez y otra. «Yo soy canario», replicó Mollejo desde el balcón de su habitación, una vez ya había accedido a las entrañas del NH Imperial. Llegaron los blanquiazules en dos grupos: solo futbolistas en la primera guagua; Ramis, Concepción y Cordero en la segunda, ahí donde también viajaban las autoridades políticas. En ese momento era llamativo que de forma muy notable se fundieran en la cuenta atrás hacia las 20:00 dos preocupaciones bien diferentes: una, el resultado final, como era lógico y natural; la otra, relativa a la seguridad.

«Hacía mucho tiempo que no había tantos aficionados que nos llamaban preocupados por este asunto el día antes; y la verdad es que hemos atendido a un montón de gente que empezaba a estar inquieta», relataba Iván Codina, responsable y portavoz de la agencia que se había ocupado de la organización exquisita del viaje. «Que seamos felices dependerá del resultado», decía antes del partido. Pues bien, el Tenerife ganó y pudieron cantar victoria al cabo de un día larguísimo, que no acabó hasta que el equipo aterrizó en casa. Lo hizo con dudas sobre cuál sería su nocturno destino, si Los Rodeos o el Reina Sofía, pero en todo caso la afición se agolpó en Tenerife Norte para dar las gracias –en mayúsculas– a un grupo que ha sabido rearmar la ilusión perdida por un ascenso que queda a solo 180 minutos vista. Tan cerca como nunca.