No defraudó la primera entrega del clásico más importante de la historia, al menos hasta el sábado. El espectáculo fue un deleite para los sentidos blanquiazules y el graderío se vino abajo con el gol de León, que enseña el camino hacia el triunfo. Que ahora está más cerca.

El Heliodoro tembló. Lo hizo como solo recuerdan quienes estuvieron en el festival ante el Xerez, la heroica remontada contra el Lazio, la promoción del 89 o los días que el Madrid se dejó dos ligas de forma consecutiva. Vibró el cemento con el graderío lleno casi hasta la bandera con el gol impresionante de José León, héroe con letras mayúsculas que hizo traca justo cuando más sufría Las Palmas, desquiciada y desnortada. Fue apoteósico, un momento mágico por el que había suspirado el tinerfeñismo entero desde aquella fatídica promoción en Getafe. Tremendo verlo, increíble vivirlo.

El miércoles fue esplendoroso, deleite para los sentidos y disfrute blanquiazul por una victoria completamente merecida. El 1-0 abre la puerta a una clasificación que sería histórica, pero que falta abrochar en Gran Canaria. Anoche, todo fue imponente; en el Tenerife, todo fue impecable.

Habían transcurrido solo 15 segundos de partido cuando un tiro fuera del representativo (sin aparente peligro) significaba el primer córner del partido. Pues bien, fue Mollejo y levantó a la grada. Aspavientos evidentes de que quería que la grada se viniese abajo; y lo consiguió. Fue la primera demostración –entre muchas otras– de que ayer se jugaba mucho más que un partido de fútbol. Acontecimiento capaz de poner al Archipiélago entero mirando hacia el 105x72 del Rodríguez López, no defraudó el primer episodio del derbi más gigante.

Hubo más tensión que fútbol y se cumplieron las previsiones sobre el rol de cada equipo

La vertiginosa jornada de nervios, tensión e incertidumbre desembocó en un partido de alto voltaje, con el Tenerife logrando invertir su maléfica dinámica y con Las Palmas incómoda para zafarse (sin conseguirlo) del factor ambiente. Contra todo pronóstico, viajaron los de Pimienta del amarillo al gris. Apagados.

El duelo tenía todos los ingredientes posibles. Más allá de la muy alta presión atmosférica, los decibelios disparados, las aficiones tensionadas como las cuerdas de un velero y todo lo que significaba confrontar a dos clubes antagónicos, el menú futbolístico (y no solo el colorido en las gradas) fue delicioso. Ramis contra Pimienta, escuela Madrid contra estilo culé, ataque frente a defensa, protagonismo con el balón ante fútbol cemento. Desde el prisma del analista, envite antológico.

Como era de prever, hubo más tensión que fútbol. Nada que no estuviese previsto en los manuales de derbi, en la hoja de ruta del partido (y la eliminatoria), en los miles de pronósticos y estudios que luego el deporte rey suele mandar a la papelera de reciclaje. Ayer no fue así. Todo en el plan blanquiazul salió según lo establecido, incluido el compromiso –esta vez inquebrantable– de la afición local con los suyos. Ni un reproche, ni un silbido. El Heliodoro viajó de su versión crítica y exigente del domingo; a una entrega total y completa. Se aplaudía cada acierto y cada intento; se perdonaba cada error; y se silbaba cada intervención del árbitro.

Y como tenía que haber de todo, incluso hubo margen para la polémica, cuando al unísono pidieron los de Ramis la mediación del VAR por una presunta mano en territorio caliente. Había sido uno de los primeros fogonazos blanquiazules de peligro y picante, cuando Mario estuvo a punto de cazar una pelota que habría sido medio gol.

El Tenerife de Ramis hace de la defensa un arte; tanto, que hasta disfruta mientras protege su arco

Con la tónica prevista –Las Palmas mandando, el Tenerife esperando– hay un momento del partido que recuerda inexorablemente al triunfo de Girona. Si entonces fue Mellot quien salvó milagrosamente (en un ejercicio extraordinario de fe) un balón imposible, anoche fue Moore el que hizo de héroe para rescatar al Tenerife de un 0-1 que ya se mascaba en el Heliodoro. Es el representativo un equipo que lleva al límite el arte de defender. Tanto, que lo disfruta. Y luego es el éxito en estas lides (de protegerse) el que le impulsa hacia la opción de ganar sin dominar, como pudo hacer si el palo no lo evita en la ocasión clamorosa de Enric. Su zapatazo viajo al travesaño; y la afición, al casi éxtasis.

Así que hubo un momento que Las Palmas sufría. Y ese fue el primer gran triunfo del representativo, que ejecutó a la perfección el plan Ramis hasta llevar su eficacia al marcador. 1-0. Fue cuando Heliodoro tembló, cuando supo el tinerfeñismo que era cierto lo que la afición lleva cantando hace meses: «¡Sí, se puede!». Claro que se puede, aunque por el camino a Primera a más de uno se lo lleve la taquicardia.