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Simulacro fallido

La afición blanquiazul, que se preparaba para una fiesta que no lo fue, despide a los suyos con tres palabras: «¡Sí, se puede!»

Los jugadores, a su salida de los vestuarios para iniciar el partido. | | MARÍA PISACA

Para los aficionados del CD Tenerife, su particular final de la Liga de Campeones comenzaba ayer y acabará –si va todo según lo deseado– el próximo 19 de junio. Como si fuese el ensayo general de lo que viene, miles de seguidores blanquiazules vivieron este domingo el partido contra el Cartagena como una cita extraordinaria. En realidad, lo era. No estaba en juego tres puntos trascendentales, tampoco un título ni mucho menos el codiciado ascenso que se pone en litigio desde el miércoles; pero sí había que ganar «para recuperar sensaciones», señaló el día antes Aitor Sanz, y de algún modo el capitán marcó el camino. Lo que entonces nadie podía imaginar es que todo iba a torcerse hasta límites peliagudos.

Colas en los accesos, atmósfera muy blanquiazul en las horas previas y muchas ganas de fútbol. La feligresía insular empezaba a dejar atrás el halo de pesimismo que había acompañado el día a día del entorno tinerfeñista desde que la salida a Éibar se saldó con derrota; y se propuso animar y jalear a los suyos como si no hubiera mañana. Frente a los ojos, el partido; en los oídos y ante la pantalla del móvil, el transistor y los resultados ajenos. Era un día para estar pendientes de lo que hiciera el Tenerife, pero también de los otros campos, de la posibilidad real de un derbi a la vuelta de la esquina y de la incertidumbre por el puesto final de Ramis y los suyos.

Pues bien, los malos augurios no tardaron en presentarse. Y tras un recibimiento majestuoso a los blanquiazules a la salida de su hotel, las malas noticias fueron cayendo como un auténtico ladrillo. Gol del Cartagena. Gol de Las Palmas. Gol del Cartagena. La experiencia que iba a valer para estrechar lazos, contagiarse optimismo los unos a los otros; y lo más importante, también para ensayar la promoción, acabó con un carrusel de emociones difícil de gestionar. De la expectación inicial a los silbidos (muy notorios) del descanso. Y del rugido colectivo por el tanto de Sipcic a la confirmación fehaciente de que habría cruce con Las Palmas, el rival que nadie quería.

Así que con uno de los mejores registros de público en mucho tiempo, solo comparable a los que se dieron contra Valladolid y Almería, el Heliodoro trató de hacer como si no hubiese pasado nada. Y aunque fuera bebiéndose la decepción y tragando nudos de nerviosismo y tensión, sacó fuerzas la grada para despedir a los suyos con un grito que ya forma parte de la historia blanquiazul de esta temporada: «Sí, se puede». Si bien el equipo no fuese precisamente un imán de buenas vibraciones, la caldera del Rodríguez López promete llenarse otra vez hasta los topes para un acontecimiento sin parangón. Un derbi inminente. Con un ascenso en discusión.

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