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El CD Tenerife, víctima de la ambición

En la última jugada del partido, el Mirandés caza a un Tenerife volcado en la búsqueda del triunfo y le endosa la primera derrota de la temporada, remontando el gol de penalti marcado por Míchel en el primer tiempo

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Encuentro entre el CD Tenerife y el Mirandés Carsten W. Lauritsen

La derrota del pasado domingo ante el Mirandés no fue la de un equipo que bajara la guardia después de cinco jornadas sin perder o que pensara que ya podía dejarse arrastrar por la dinámica positiva. No hubo falta de actitud ni se miró por encima del hombro al adversario. De hecho, el Tenerife fue, más o menos, fiel al estilo que le había permitido protagonizar uno de sus mejores inicios de Liga: seguro en defensa, paciente para ir cocinando el partido y llevarlo a su terreno, eficaz en el manejo de todo tipo de situaciones, contundente en los acercamientos al área rival... Estos argumentos le sirvieron para ponerse por delante en el marcador, con un gol de Míchel de penalti poco antes del descanso, y también le allanaron el camino hacia una victoria que parecía amarrada y que habría situado a los blanquiazules en el segundo puesto de la clasificación –ahora son cuartos–. Pero el Tenerife fue fiel a su estilo hasta cierto punto. Cuando parecía que lo más difícil ya estaba hecho, el equipo de Ramis empezó a salirse del guion. Perdió el control y la solidez, se desordenó, propició que el encuentro fuera de ida y vuelta... En esa fase irregular de los tinerfeños tuvo mérito el Mirandés, probablemente su oponente más fuerte hasta ahora. Con su dosis de suerte, los de Lolo Escobar no dejaron pasar la oportunidad. Primero empataron en el minuto 80: golpeó Simón Moreno, el hermano de Joselu. Luego, con los locales volcados –demasiado– en la búsqueda de la victoria, sentenciaron con un imperdonable contragolpe en la última acción. Tal cual, la última. Repitió Simón y el árbitro pitó el final. No hubo tiempo para nada más.

Se rompe la racha de cinco encuentros sin conocer la derrota

En caliente quedó la impresión de que fue un tropiezo sin reproches. Pero si se coloca el foco en el último cuarto de hora, aparecen argumentos que indican que el resultado quizás no fue tan casual. Seguramente, el desenlace habría sido otro si el Tenerife hubiera tenido un poco de fortuna en el arranque del segundo tiempo, cuando Álex Muñoz envió alto el balón en una clarísima ocasión (46’), tras un pase de Shaq –sustituyó a Mellot en el descanso porque el francés tenía una tarjeta amarilla–, o en el momento en el que Shashoua se sacó de la chistera un lanzamiento desde la frontal del área que terminó tocando en el larguero (47’). También rozó el 2-0 en el minuto 70, de nuevo con el mediapunta inglés como protagonista con un chut desde el punto de penalti, tras un centro de Álex Muñoz. Esta vez fue Lizoaín el encargado de impedir que creciera la desventaja de su equipo. El exportero de la UD Las Palmas volvió a lucirse con un cabezazo de Carlos Ruiz (73’) fruto de la pizarra de Ramis y, cómo no, de la precisión de Míchel en la ejecución del balón parado. No fueron pocas las oportunidades que tuvo el Tenerife para resolver el encuentro. Pero no lo hizo. Gran problema. Aún así, a falta de un cuarto de hora para el final, las señales no invitaban a pensar que acabaría pasando lo que ocurrió. Ramis sí debió detectar algo, porque enfocó los cambios hacia la recuperación de la consistencia y el equilibrio de su equipo –otra cosa es que lo consiguiera–. En el minuto 79 quitó a Shashoua y a Elady y metió en el campo a Pomares –doble lateral por la izquierda– y a Larrea. Casualidad o no, enseguida anotó el Mirandés el gol de la igualada. Escobar también había movido el banquillo, aunque el efecto tardó en notarse. Uno de los sustitutos, Simón, cazó una asistencia desde la banda izquierda, en medio de una serie de errores defensivos, y marcó ante un impotente Soriano, hasta ese instante insuperable e incluso salvador un par de veces, al inicio con un tiro de Marqués y en el segundo tiempo en un intento de Brugué a corta distancia.

Minuto 80, empate a uno y escenario inesperado tal como se habían dado las cosas. Bajón. El estadio, con sus 9.957 espectadores, enmudeció, aunque no tardó en reaccionar para poner de su parte. El efecto Heliodoro hizo lo que pudo. En cuanto al equipo, era cuestión de elegir entre domar la situación, mantener la cabeza fría y otorgarle valor al punto, o resistirse a dar por imposible la victoria. Los jugadores del Tenerife eligieron el segundo camino. Les pudo la ambición, la seguridad de saber que todo les había salido bien hasta ese momento, no solo ayer, sino también en los cinco partidos anteriores. ¿Por qué no una vez más? Fue una respuesta totalmente comprensible. Sonaba de maravilla eso de llegar a las seis jornadas sin perder, enlazar tres triunfos, entrar en la zona de ascenso directo, agradar a una afición entregada... Y lo cierto es que la moneda estuvo muy cerca de caer de cara. En el minuto 88, el Tenerife volvió estrellar el balón en el larguero. Una falta lateral ejecutada con maestría por Míchel fue a parar a la frente de Carlos Ruiz, quien se adelantó a la defensa y se encontró con el único obstáculo del travesaño. La sensación de que el 2-1 sí podía llegar animó aún más a los blanquiazules, que echaron el resto en lo poco que quedaba. Esa voluntad terminó siendo una trampa. Con el partido roto, si quedaba algún rastro de responsabilidad defensiva a esas alturas, desapareció en el último ataque. Subieron casi todos, no hubo cobertura de los laterales y el destino le regaló al Mirandés una oportunidad única, un contragolpe iniciado por Camello –Carlos Ruiz dudó en hacerle una falta que le habría costado la expulsión– y que acabó con un mano a mano de Simón con Soriano. Lo ganó el delantero: 1-2.

El Tenerife tuvo en sus botas el cuarto triunfo de la temporada y puede que ayer cayera víctima de su ambición. A lo mejor el empate no hubiera sido un desenlace injusto y, seguramente, el premio para el Mirandés sí resultó excesivo. Pero los rojinegros no renunciaron en ningún momento a esa conquista. Lo pusieron de manifiesto de entrada, con un sistema idéntico al del Tenerife, una presión alta y mucho potencial en ataque, sobre todo con un Hassan un tanto individualista y defendido por Mellot. En cambio, a los blanquiazules les costó encontrar el camino. El enérgico Mollejo cargó el juego por la derecha hasta que Shashoua emergió entre líneas para ofrecer soluciones y canalizar el juego de ataque. Poco a poco, Míchel fue ganando en presencia y guiando a un Tenerife al que solo le faltaba una mayor continuidad. Cerca de la media hora, al Mirandés no le quedó otra que tratar de enfriar el partido, alguna vez con la pausa de Lizoaín en los saques de puerta. La tendencia alcanzó la cumbre en el minuto 43. Álex Muñoz sorprendió por la banda izquierda y fue derribado por Carreira dentro del área. Ni siquiera hizo falta la intervención del VAR. Penalti claro que convirtió en gol Míchel engañando al portero. El 1-0 al borde del descanso y el poderoso inicio de la segunda parte de los locales, alejó una realidad que aguardaba escondida para cambiarlo todo en la última jugada. Se acabó de la racha. Toca intentar iniciar otra el viernes en Almería. Plaza difícil.

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