Cinco puntos de los nueve primeros, ninguna derrota, las dos últimas jornadas sin goles en contra... Visto así, dentro de una muestra tan corta y embrionaria de la temporada, puede haber motivos para seguir pensando que el Tenerife ha entrado con firmeza en la Liga. Ayer dio otro paso empatando a cero en el Carlos Tartiere, un estadio en el que la campaña pasada perdió por 4-2. Fue un paso dado con el sello de Ramis, el de un equipo cuyos cimientos están en la respuesta defensiva. Ahí, ningún reproche, a pesar de que el Real Oviedo contó con un par de ocasiones claras en la primera parte que supo anular Soriano. En ataque sí le faltó más a los blanquiazules. El balance de ningún tiro entre los tres palos lo dice todo.

Llevando el análisis a esta segunda faceta del juego, queda la impresión de que el Tenerife solo dio muestras de peligro con relativa continuidad en el tramo final, coincidiendo, precisamente, con el debut del recién fichado Enric Gallego. Y no es que el delantero barcelonés dejara a nadie con la boca abierta por su puesta en escena. Le falta ritmo de competición. Pero es un delantero. Y eso ya es mucho para un Tenerife carente de una figura de ese tipo. Con su 1,90 y su oficio supo fijar a una defensa desgastada a esas alturas del partido y abrió una vía diferente, la del juego directo. De ello se aprovecharon los que estaban por detrás, sobre todo un Shashoua que solo logró destapar su talento en un par de acciones aisladas de esos minutos finales. En suma, un saldo insuficiente para un Tenerife que, eso sí, acabó el partido mejor de lo que lo inició, al menos en la búsqueda de un gol que no llegó y que no mereció.

Ramis intentó que las cosas fueran diferentes poniendo por delante de Míchel y Corredera a tres jugadores verticales, dinámicos, de balón –algunos más que otros–, Nono, Shashoua y Bermejo, y repitió con Elady como referencia cerca del área. Pero no hubo conexión. En un primer tiempo con dominio alterno –casi parecía que los equipos se ponían de acuerdo para tomar la iniciativa a ratos y tratar de acabar las jugadas–, al Tenerife le costaba más de la cuenta filtrar balones en la zona en la que realmente podía inquietar a Femenías. Quizás demasiado espacio con una mediapunta aislada y ahogada en la presión del Oviedo. No había acciones de uno contra uno, no aparecía la chispa de Sam, Bermejo lo intentaba sin éxito, Nono aportaba poco, a Elady no le llegaban balones... Con todo esto, hasta resultó lógico que se registrara un único tiro en el primer tiempo, por llamarlo de alguna manera, obra de Shashoua (42’).

En cambio, el Oviedo sí estuvo cerca de ponerse con ventaja. Los de José Ángel Ziganda, sin triunfos en las tres primeras jornadas, realizaron por momentos una eficaz presión en el bloque medio y fueron incisivos por las bandas, sobre todo por la derecha, en la que Viti metió en problemas a un Pomares que casi siempre estuvo a la altura. Además, contó con un delantero de esos con los que los defensas tienen pesadillas. Cada vez que intervenía Samuel Obeng, subían las pulsaciones en los tinerfeños. Su compañero Viti había avisado pronto con un disparo cruzado dentro del área que sacó Soriano, quien mejoró aún más sus prestaciones en el 11’ al tapar un chut a un par de metros de la línea de gol a cargo de un forzado Obeng, receptor de un pase desde la izquierda de Borja Sánchez.

En cualquier caso, fueron ocasiones puntuales. Ni siquiera llegaron por un control aplastante del Oviedo. Los locales estaban siendo ligeramente superiores y le iban comiendo terreno a los visitantes, pero poco más. El Tenerife de Ramis ya está acostumbrado a estas situaciones. Incluso se podría decir que juega a eso. A fiar todo el posible botín a un férreo funcionamiento defensivo que ya tiene asimilado. Aún así, siempre queda el resquicio de los errores individuales. En esta ocasión apenas se produjeron. Quizás el más grosero fue el que protagonizó Nono en el minuto 60 al perder el balón en campo propio y servir en bandeja una oportunidad para el Oviedo. El balón le llegó a Obeng, quien no se lo pensó dos veces y conectó un latigazo con rumbo a la escuadra. Soriano rozó el balón con los guantes, aunque el árbitro López Toca no señaló el saque de equina. Otra vez Obeng y un coqueteo más del Oviedo con el gol, el tercero y el último. Entre el descanso y ese punto del partido, los asturianos acentuaron algo más su aparente superioridad. Tenían más el balón que un Tenerife que tendía cada vez más a esperar cerca de su área. Corriente peligrosa.

Seguramente por eso, Ramis pensó que era el momento de hacer cambios. Y fue directamente a Gallego. Con él, el equipo tenía que estirarse, no le quedaba otra. Y así fue. Enric fue un respiro para un Tenerife que jugaba con fuego, más bien con una pequeña llama.

Ziganda quiso responder, pero probablemente su apuesta no tuvo el efecto deseado. Tiró de fichajes suplentes y metió en el campo a Borja Bastón, otro delantero con galones, y a Luismi. El Tartiere rugió. Había tiempo suficiente para terminar de ganarle el igualado pulso al Tenerife. Pero a partir de ahí, ya fuera por el efecto de los cambios, por el cansancio o por el resurgir del oponente, el Oviedo fue a menos. Tanto, que se conformó al final con alguna llegada esporádica a modo de córner. De tener en sus manos el primer triunfo, a dar por buena la igualada.

Entretanto, como pasó en Fuenlabrada (1-2) y también en el 0-0 con el Sporting, el Tenerife dio un paso adelante en los minutos finales. Ramis no solo refrescó el ataque con Gallego, sino que añadió más madera con Rubén –solo hizo tres cambios, sumando la entrada de Muñoz–. El punto parecía amarrado ante un Oviedo desesperado y tocaba arriesgar un poco más. Ahí, Sam hizo una de las suyas con una jugada personal que no llegó a finalizar con el tiro a puerta (70’), Míchel asumió la responsabilidad, sin éxito, en un lanzamiento de falta (79’) y de nuevo el inglés se sacó de la chistera otra genialidad que acabó en un córner en el que el balón esquivó las botas de los blanquiazules, que suman y siguen. El sábado, la Ponferradina.