Un CD Tenerife plano, sin ambición ni capacidad para generar fútbol ofensivo cayó en el Nuevo Las Gaunas ante una UD Logroñés que acumulaba doce jornadas sin ganar. Un clásico que ya conoce la afición blanquiazul, el de resucitar a un rival limitado y en crisis. El caso es que el guión no fue distinto al de otras muchas tardes: primera parte gris, casi sin conceder ocasiones, mala salida tras el descanso, gol encajado en un error propio y las enormes dificultades para generar que tiene un equipo incapaz de remontar un solo encuentro en 32 jornadas.
Pero lo que seguramente duela más no es perder, sino comprobar que cualquier esperanza de meterse en la carrera por el playoff tiene más que ver con las matemáticas que con la realidad competitiva de un bloque flojo y alejadísimo del nivel de aquellos que luchan, de verdad, por dar el salto de categoría. Mientras el foco se mantuvo en el siguiente partido y se valoraba todo lo que fuera sumar para escapar de la quema del descenso, el cuadro tinerfeño cumplió. Cuando la exigencia creció para ascender en la clasificación, empezaron a notársele las costuras. Como ayer.
Luis Miguel Ramis, obligado a cambiar el centro de su defensa por las ausencias de Sipcic y Carlos Ruiz, prescindió también de Álex Muñoz para dar la alternativa a Pomares. Desde el eje en adelante, todo igual que en el derbi. No parecía mal plan para jugar fuera de casa y para seguir el manual de estilo impuesto por el técnico desde su llegada: antes que nada, no conceder al rival. Y así fue. Empezó con brío la escuadra blanquiazul, que pareció querer mandar en los primeros diez minutos. Fue un espejismo. Poco a poco se fue contagiando del ritmo cansino que le convenía al Logroñés, un conjunto tremendamente impreciso con el balón en los pies. En ese apartado solo sobresalió Paulino de la Fuente.
Pero justo es reconocer que los riojanos tampoco facilitaron su labor al Tenerife, abocado a jugar demasiado directo durante gran parte de la contienda. De hecho, el primer remate visitante llegó a la media hora de juego. Fue de Gio Zarfino, a la media vuelta, y exigió la participación de Miño para evitar males mayores.
Respondió Andy, en un remate forzado casi mano a mano con Dani Hernández, ante el que sacó un brazo espectacular el meta (36’). El mismo actor intentó poner otra vez en aprietos a Dani desde la frontal del área, esta vez con menor sobresalto (44’). Poco o nada más hay que contar de una primera parte en la que andaron desaparecidos Nono y Vada. Recibieron poco. Y cuando lo hicieron fue en zonas de escasa trascendencia para el fútbol. Sin juego interior, el Tenerife se estrelló una y otra vez contra el muro local.
Con los laterales bien tapados, verdadero origen de su ataque, los de Ramis parecieron darse por satisfechos hasta el descanso. Incapaces de inventar por dentro y tapados por fuera. La consecuencia, una incomodidad como tantas otras veces había hecho sentir a su rival. Cazador cazado, el equipo insular necesitaba cambiar la dinámica del encuentro. Además, tuvo que entrar Sergio González por el lesionado Ramón Folch. El relevo no iba a darle gran cosa en cuanto a elaboración.
El estirón para incrementar el botín de uno a tres puntos no terminaría de producirse. Y lo intentó, puesto que Zarfino volvió a disponer de una oportunidad tras una jugada en sayada a la salida de un córner (54’). Casi a renglón seguido remató mal Fran Sol desde un a posición algo escorada.
Pero el delantero se iba a convertir en protagonista del duelo. Eso sí, en el área propia. Lejos de donde le hubiera gustado. Quiso controlar en lugar de despejar de primeras en una acción de estrategia del Logroñés e Iñaki le robó la cartera para sacar petróleo. Dentro del área como estaba, sacó un zurdazo seco y raso ante el que nada pudo hacer Dani Hernández (59’). Lo celebró, como no, si servía para poner punto y final a una racha que amenazaba con hundir a los riojanos en la clasificación. Una victoria en 19 partidos había borrado la consideración de equipo revelación que tenía el Logroñés cuando visitó el Heliodoro. Por eso, ganar ayer era tan importante y a eso dedicaron su esfuerzo desde el tanto: a defender lo conquistado sin disimulo.
Al Tenerife le tocaba ir a remolque, escenario odiado por los blanquiazules, como en Leganés, Zaragoza o Málaga. Tardó Ramis en hacer los cambios, pese a que su equipo los pedía a gritos. Fueron entrando Shashoua, Álex Bermejo, Germán Valera o Joselu. Pero el problema no era tanto de presencia de jugadores de ataque, que también, como de hacer llegar el balón en condiciones decentes a alguno de ellos.
Perdido Aitor Sanz en un mar de piernas, abusando el equipo del pase de seguridad como siempre que se ve impotente, el tiempo fue pasando. Con el enfado de la afición in crescendo. Sin soluciones desde el banquillo.
A Bermejo casi ni se le vio. Shashoua acabó de segundo mediocentro, lejos de donde genera peligro. Valera solo tuvo un slalom de los suyos nada más entrar y provocó una falta en la frontal. Todo aventuras individuales, sin origen colectivo. El primer remate del Tenerife desde el 1-0 llegó a diez minutos del final. ¡Y fue de Pomares! Ya casi en el epílogo la tuvo Joselu en un balón colgado por Sergio González (89’). Consumidos por el tiempo y su propia impotencia, los blanquiazules acabaron cediendo algo más que la derrota, la esperanza.