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FC Barcelona

‘Operación Quini’, el fracaso de (casi) todos los años

El gran goleador asturiano fue una obsesión histórica para el Barça, que lo quiso fichar desde que empezó a despuntar | Por culpa del derecho de retención, tuvo que esperar a cumplir los 30 años para llegar al Camp Nou

Josep Lluís Núñez y Jordi Pujol hablan con Quini en presencia de César Menotti, Diego Maradona y Àngel Pichi Alonso. Xavier Valls

Cuando a Enrique Castro, Quini (Oviedo, 1949; Gijón, 2018), por fin le permitieron ir al Barça estaba a punto de cumplir 31 años y ya casi se le habían pasado las ganas. Lo confesaba en privado y, con el tiempo, lo declaró en público. Se había cansado de esperar, se le había abotargado el deseo. El Barça llamaba a su puerta cada verano, todos los años emprendía con tenacidad la operación Quini en busca de tan buena figura, pero algo impedía ese fichaje que las dos partes querían y a la que una tercera se oponía con no menos contumacia: el derecho de retención.

Era una ley que permitía a los clubs mantener a cualquier futbolista (español, los extranjeros se libraban) cuando acababa su contrato, con la simple condición de aumentar un 10% su ficha en la renovación. Los jugadores eran 'esclavos', a decir de algunos titulares de la época. Quizá eran un poco tremendistas, pero hablamos de un tiempo, los años 70 del siglo pasado, en que la ficha de un primer figura de la Liga española daba para un piso majo, un coche fardón, buenos trajes, pero nada de supermansiones, y ni hablar de aviones privados, así que impedir un traspaso económicamente muy beneficioso para el futbolista era una faena.

La insistencia de Montal

El Sporting de Gijón aplicaba la norma año tras año. El Barça insistía, el Madrid también se interesaba, aunque menos, y el club asturiano, prietas las filas, nunca cedía. En una ocasión, Quini incluso amagó con dejar el fútbol, harto de ver la puerta en las narices cada vez que Agustí Montal ponía cuarenta, cincuenta, sesenta millones de pesetas encima de la mesa y los dirigentes de El Molinón cerraban el candado y de nuevo tiraban la llave al Cantábrico. 

Ángel Viejo, el promotor de la escuela de Mareo, y su sucesor Manuel Vega Arango fueron dos presidentes inflexibles con Quini, el jugador bandera del club. En cambio con otros, como el extremo Iñaki Txurruka, aflojaron el puño y en el verano de 1976 la asamblea de compromisarios autorizó traspasarlo al Athletic de Bilbao por 35 millones de pesetas (para los del siglo XXI, 210.000 euros, mucho dinero entonces). Para Quini, el Sporting decretó una vez más cerrojo tras desdeñar los 50 millones que había puesto el Barça sobre la mesa; esa misma asamblea ni siquiera se planteó votar la oferta azulgrana. El año siguiente, Montal subió la puja a 65 millones y los grilletes parecían resquebrajarse. Tampoco. 

Con Schuster y Alexanko

El supergoleador de la Liga española debió esperar a que en 1979 el empuje de la Asociación de Futbolistas (AFE) liquidase el derecho de retención, y en 1980 Quini fichó al fin por el Barça a cambio de 80 millones de pesetas (480.000 euros). Aterrizó en el Camp Nou el mismo verano que Schuster y Alexanko, cuando el club emprendía la tercera temporada de la era Núñez. Aunque atrás dejaba una vida al servicio del Sporting y decenas de goles, no faltaron los rencorosos. En algunos bares de Gijón que exhibían el póster del equipo taparon su cara con pegatinas de Mickey Mouse.

En Barcelona se encontró con Kubala, que solía alinearlo con Simonsen, el danés liviano, y Krankl, el martillo vienés. Pero en noviembre, tras solo 13 partidos (7 victorias, 6 derrotas), Núñez destituyó al mito Laci y repescó como parche a Helenio Herrera, juntando así a un Mago (HH) con un Brujo (Quini). La temporada, sin embargo, tuvo tintes nefastos.

25 días en un zulo

Quini esperaba encontrar un nido y cayó en un avispero. El caos del nuñismo incipiente era un imán para las desgracias, la peor sin duda el secuestro del asturiano. Pasó 25 días en un zulo en Zaragoza, en manos de unos delincuentes comunes que lo abordaron cuando salía de su Ford Granada tras un partido en el Camp Nou ante el Hércules. El drama desequilibró al Barça, que acabó perdiendo la Liga en favor de la Real Sociedad. Aun así, Quini logró el Pichichi, con 20 goles, y repetiría un año después, con 26.

No era extraño que en aquellos tiempos todos admirasen a Quini, desde Cruyff hasta Maradona, con el que congenió en sus dos años comunes en el vestuario. Tuvo que llegar Leo Messi, décadas después, para destronar sus récords. Fue un delantero fabuloso que ganó cinco veces el Pichichi –tres con el Sporting y dos con el Barça–, más otras dos en Segunda, también en Gijón. En 503 partidos oficiales marcó 244 goles (uno de ellos, el 3.000 del Barça en la Liga) y allá por donde pasó dejó siempre huellas de bonhomía.  

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