Carlos Verona es de los ciclistas que pedían a gritos ganar una etapa. Era aquel niño prodigio, nacido en San Lorenzo del Escorial y que todavía siendo menor de edad se vino a Cataluña, primero al CAR de Sant Cugat y luego a Matadepera, hasta instalarse, como tantos otros, en Andorra. “Tengo tan mala suerte que cuando me dijeron que Roglic había atacado pensé que me pasaría como un avión”. Pero, no. A Primoz Roglic, nuevo líder del Dauphiné, a falta de una etapa, solo lo vio Verona en la carpa de llegada donde recibió, como homenaje, un gran abrazo del corredor esloveno.

Debutó tan joven en profesionales que enseguida se intuyó que tenía un poder especial, que iba para figura grande, aunque costaba que le dieran oportunidades importantes en los primeros equipos por los que corrió, el Omega que hoy se llama Quick Step y el Orica que se ha transformado en el BikeExchange. Hasta que llegó al Movistar para aprender el oficio de gregario, pero no solo para subir botellines, sino para conseguir que la escuadra telefónica, gracias a sus fugas, ganase la clasificación por equipos del Tour 2020 y convertirse en un fijo de las alineaciones del conjunto telefónico en las grandes citas, al lado de Alejandro Valverde o de Enric Mas, maltrecho por la caída del jueves y que este domingo no tomará previsiblemente la salida en el Dauphiné para no poner en riesgo su participación en el Tour.

Verona ganó en los Alpes, en territorio Tour de Francia, la etapa que se merecía, la reina del Dauphiné. Lo hizo pillando y formando parte de la fuga buena, aunque siempre con el riesgo de otras ocasiones; que siempre, por una razón u otra, al final alguien se cruzase en su camino, en plan gato negro, y le amargase la victoria que anhelaba. Una vez, en el Gran Premio Miguel Induráin, estuvo a punto de ganar. ¿Quién le quitó la victoria? Pues nada menos que Valverde. Y en esta constancia creció en el ciclismo hasta alcanzar la madurez plena con 29 años para hacer creer que sí se puede, y que una victoria de etapa en el próximo Tour no es precisamente una quimera.

Obsequió con esa victoria en una carrera World Tour con la que el Movistar, el único conjunto español de la máxima categoría, perseguía todo el año. Valverde, como siempre, estuvo a punto de lograrla en la Flecha Valona y Mas lleva un año demasiado castigado con las caídas, las que sufrió en Tirreno-Adriático e Itzulia cuando peleaba por el podio. Y este sábado todo fue diferente para el Movistar. Verona, primero, se deshizo del francés Kenny Elissonde, demasiado protestón sin mucha razón, y luego resistió el ataque de Roglic al resto de favoritos para vivir un último kilómetro de angustia.

Ganó, triunfó en la carretera el ciclista español que mejor sabe correr a través de las redes sociales, conquistó esa victoria que perdió por poco en la Vuelta pasada, el día que se cayó Valverde. Entonces no pudo homenajearlo. Ahora ha sido totalmente diferente. Este domingo finaliza, otra vez con montaña, el Critérium del Dauphiné.