Nunca el fútbol ha sido tanto una cuestión de estilos. Quizá, el mayor estudio y la proliferación de miles de parámetros le han dado una consideración científica. En la final de la Copa del Rey que se llevó el Betis ante el Valencia en los penaltis, la filosofía de dos entrenadores distintos en casi todo menos en su profesión se puso de manifiesto. Pellegrini y Bordalás empataron en el tiempo reglamentario y solo los once metros designaron un ganador. 

La previa al duelo se emborronó con un cruce de declaraciones que parecía programado por las trayectorias de los dos equipos. Un Betis atlético vestido de favorito y un Valencia que llevaba demasiado tiempo pensando en una final en la que se jugó la temporada. Perdió. Con ella, la Europa League y la oportunidad de una planificación tranquila. 

Victoria desde el hotel

Pero la batalla de estilos fue de igual a igual, a pesar de los distintos caminos vitales del chileno y del alicantino. El primero, con el medallero militar de una Premier, los torneos nacionales con River o San Lorenzo, la Copa Chile… Faltaba en la vitrina un trofeo que se le resistió en el Real Madrid, Villarreal o Málaga. “Desde que salimos del hotel yo sabía que íbamos a ganar”, aseguraba después del duelo, aunque el presentimiento se prolongó hasta la prórroga y la tanda de penaltis.

Consiguió un mérito más Pellegrini a costa de dejar con un mazazo a Bordalás, que se plantaba en su primera gran final. Quiso cambiar el asunto del trance en la previa, diciendo que él ya había jugado partidos de este tipo, como los playoffs de ascenso. Lo demostró, respondiendo adecuadamente al gol en contra de Borja Iglesias y consiguiendo llevar el partido a su terreno durante una fase del partido. 

“Había que jugar”, advertía Gayà en la jornada previa, reticente a dar, sin más, la vitola de favorito al Betis. Y los verdiblancos necesitaron desentenderse de lo programado para aceptar la refriega en la que acaba por convertirse en una final. Supo ganar bien el Betis, infalible desde los once metros y otorgando un título a su afición 17 años después

"Hay muchas maneras de jugar, de ganar y todas son lícitas. Por suerte con este estilo la gente disfruta. Estamos derechos a dar un espectáculo y ese espectáculo está en ganar de la forma más atractiva posible. Además, nuestra forma de jugar le atrae al hincha del Betis", reincidió Pellegrini, después de que su forma de entender en el fútbol quedara refutada por el resultado, que es el que da de comer.

Luto ché bien llevado

Pero encajó bien la derrota Bordalás, respondiendo con entereza, al lado de un Paulista al que no le salían las palabras. Un futbolista que apuró al máximo su recuperación para estar en la final. El alicantino lo expuso tras la derrota para recompensarlo y mostrar al resto el esfuerzo que había hecho el jugador. Estaba completamente agotado. "Dicen que no jugamos a nada y hemos demostrado todo lo contrario”, dijo el brasileño, a quien el fútbol, como admitió en una entrevista con el canal del Valencia, le libró de una vida de miseria.

Hay una condición importantísima en el técnico alicantino: la familia. Haberse criado con otros nueve hermanos le facilita hacer las alineaciones. De hecho, fue Ilaix, su gran novedad, el que diseñó el gol de Hugo Duro. “Orgullosos”, sentenció tras la derrota, que no le descompuso en absoluto, a diferencia de lo que sucedió con Gayà, a quien ni siquiera el recuerdo de la octava, levantada en 2019, le consoló.

Pellegrini y Bordalás son de clases distintas, aunque lo invierten perfectamente. El primero, que siempre iba como un pincel a la Pontificia Universidad Católica de Chile donde estudió Ingeniería Civil, se ha ido acostumbrado al chándal. Y el segundo, habituado al chubasquero de los equipos modestos desde los que ha ido escalando, se ha refrendado a través del traje. Son dos caminos demasiado inversos como para que su puesta en campo no fuera atractiva para el espectador, como finalmente resultó. 

Pellegrini tuvo una primera y experiencia traumática en los banquillos: protagonizó el único descenso en la historia de su club, el Universidad Católica. Admitió, años después, asentado ya en el fútbol europeo, que sería lo único que no volvería a repetir. Desde muy pronto trabajó la tolerancia a la frustración y, sobre todo, asumió que la preparación es clave para el resultado. Puso un ‘doble cinco’ (doble pivote) en Argentina cuando nadie creía en esa fórmula.

Futuro de Bordalás

Provenir de una facultad como la de ingeniería le ha otorgado una seriedad de comentarios que el fútbol se toma demasiado en serio. “La ingeniería es una forma de enfrentar los problemas a través de un orden prioritario. Tiene que haber una secuencia para generar una solución exacta a las circunstancias que el fútbol nos enfrenta. Ese camino la ingeniería lo facilita, porque te ordena la mente”, reiteró en su día. 

Bordalás tomó otras referencias. Fue un delantero avezado en categorías modestas. Ya entonces le gustaba ordenar y ver el juego más allá del balón. Perdió el miedo a los desafíos en su recorrido por el complicado fútbol del Levante, con sus subidas y caídas producidas por la especulación. Siempre con un sentido de la lealtad profundo, acudiendo al rescate del Alcorcón, subiendo al Alavés que no optó por su renovación o clasificando para Europa al Getafe

Sus equipos y aficiones han entendido la genética competitiva como un síntoma del que sentirse orgulloso. En La Cartuja se prolongó el sentimiento justo cuando más débil era el vínculo entre afición y un entrenador que pensó a demasiado largo plazo esta final en un club que vive intensamente el día a día. "Yo no puedo hablar del futuro del Valencia CF, debo recuperar el ánimo de mis chavales", advertía.

Cuanto más malestar ha generado en el rival su modo de ver el fútbol, mejor resultado le ha dado. Y por eso se ha convertido en la némesis del juego sin proyección. Aunque en Valencia se ha sentido incomprendido, atosigado por la indefinición de un proyecto, la falta de efectivos en parcelas decisivas para él como el doble pivote y la presión de una afición comprometida, pero crítica. Como los emperadores romanos, una de sus referencias vitales: “Siempre me ha fascinado su historia”, que no es precisamente un ejemplo de estabilidad, según la época. 

Aunque ese carácter irredento es el que le permitirá seguir en la batalla de los estilos nunca va a terminar, ni con la victoria de Pellegrini hoy. Porque es una cuestión latente que los dos acabarán desarrollando más allá de lo que sucedido en un partido que no refuta una tesis, sino que valida ambas como métodos para alcanzar la victoria. Seguro que, desde ya, Bordalás busca dar un vuelco a este golpe mientras Pellegrini persigue una fórmula para hacer más fácil las victorias. Tareas igual de complicadas. Cada una, con su estilo. Ambos irrenunciables.