Cuentan que un día, los tutores el colegio llamaron a los padres de Joan Mir (Palma de Mallorca, 1 de septiembre de 1997), Joan Mir y Ana Mayrata, para explicarles que estaban algo preocupados porque su hijo sufría «déficit de atención».

Evidentemente, los padres del nuevo bicampeón, entonces ni siquiera un proyecto, pues no estaba (aún) loco por las motos, se preocuparon seriamente y pusieron todo de su parte para ayudar al chico. Pero no era tanto «déficit de atención» como que, a Joan, no le gustaban «para nada» los estudios. Muy pronto descubrieron que, en cuanto Joan encontró algo que sí merecía su atención, las motos, las carreras, era capaz de convertirse en uno de los mejores del mundo, en lo que sí le gustaba y apasionaba.

¿Es cierto que usted nunca pidió una moto a los Reyes?

Veamos, sí, es cierto que yo jamás pedí una moto a los Reyes Magos, como suelo leer que reconocen, en las entrevistas que veo, mis compañeros de parrilla, pero yo, de niño, ya andaba por ahí, por el jardín de casa y por las plazas de Palma, con una minimoto china. Pero sí, jugaba con la moto como podía jugar a cualquier otro deporte, pues me encantaban casi todos.

¿Qué queda de aquel niño?

Espero que lo mejor de cualquier niño que vivía feliz, que era feliz aunque, en efecto, no le gustaba demasiado el colegio. Y, evidentemente, queda la ilusión, que es una de las cosas más hermosas de los niños y, por qué no reconocerlo, ¿no?, de los adultos. Y quedan las ganas, la pasión, por seguir haciendo bien aquello que ya se ha convertido, gracias a todos los que me han ayudado, en mi profesión: correr en moto. Yo creo que soy bastante similar a aquel niño.

Cuando por la mañana se mira al espejo para peinarse, ¿qué muchacho reconoce?

Bueno, desde que encontré mi camino, desde que logramos que el sacrificio de mis padres, especialment de papá, y mi duro trabajo para sobrevivir en las categorías inferiores, brillar en los campeonatos de promoción, me dieran la oportunidad de demostrar que servía para esto, veo a un tío muy feliz. Dados los tiempos que corren, veo a un auténtico privilegiado, que vive con pasión su profesión, por dura que sea en cuanto a sacrificios, entrenamiento y riesgos a asumir. Mis padres se sacrificaron para que pudiese cumplir mis sueños. Estoy encantado de vivir el momento que me ha tocado, pero le diré una cosa: me lo he currado mucho, mucho. Vivo por y para esto, para las motos.

Tanto como se lo curró su padre para poder financiarle sus inicios en los circuitos ¿no?

Es evidente que mis padres estuvieron siempre a mi lado en el instante que yo dije que quería ser piloto, que iba a ser campeón. Mi madre, cómo no, supongo que como todas las madres, peleando para que no dejase los estudios, insistiendo, insistiendo, y mi padre sacando horas de donde no las tenía, llegando a casa a las diez y once de la noche para poder pagarme la moto, los neumáticos, la gasolina y más de un viaje, claro. En ese sentido, si de algo estoy orgulloso, y ellos también, claro, es de haberles podido recompensar, en tan poco tiempo, porque solo llevo cinco años en el Mundial, con dos fantásticos títulos mundiales de motociclismo.

¿Supongo que esos abrazos en el circuito de Cheste (Valencia) debieron de ser tremendos?

Maravillosos. Preferí no verlos a lo largo del fin de semana. Esta vez, contrariamente al título de Moto3 del 2017, sabía que estaban en el circuito, pero no quería distraerme y, sí, fue un encuentro tremendo, muy, muy hermoso y, claro, donde te vienen a la cabeza, de pronto, muchos recuerdos, duros y también, si, claro, también, muy hermosos por todo lo vivido.

Cuénteme solo uno, uno.

Pues, por ejemplo, aquel comentario que papá me hacía cuando regresaba, ya de noche, a casa tras trabajar muy duro para pagar mis carreras. Recuerdo que me decía «yo te estoy pagando la Universidad». Y lo que estaba pagandome, claro, eran mis carreras. «Así que tú tienes que cumplir tu parte: gana». Y, sí, los dos cumplimos nuestra parte. Y mamá, apoyándonos.

No deja de ser tremendo: 23 años, cinco años en el Mundial y ya es campeón del mundo de MotoGP, lo máximo. ¿Qué le queda ahora por conseguir? ¿Quiere marcar una época, no sé, digo?

Bueno, vayamos por parte. Lo primero que pienso, ahora, es que no pare la fiesta. Es decir, disfrutemos de este momento, que se me antoja único. Después, eso de marcar una época no se estudia, no se plantea, no se diseña, sale, surge, aparece. Yo lo que quiero es mantenerme muchos años entre los mejores de MotoGP, seguir aprendiendo de ellos y, sobre todo, buscar y encontrar la motivación que, por ejemplo, tienen y mantienen ‘Vale’ (Valentino Rossi) y Marc (Márquez), que son los mejores y los que más han ganado.

En el 2017, me contó su retrato robot del piloto ideal y tenía un poquito de cada uno de los mejores que usted admiraba.

Bueno, yo creo que ahora ya soy Joan Mir, quiero decir que, en efecto, cuando empiezas te fijas en los mejores, pero me gustaría ser Joan Mir y no la mitad de cada uno de ellos. Nunca llegaré a la sabiduria de ‘Vale’, pero algo tengo; esa garra y locura que saca siempre Marc, también la saco yo a menudo; no me faltan, no, las manos prodigiosas de Lorenzo...pero prefiero ser Joan Mir, un piloto completo.

Era el año, ¿no?, no se podía fallar, todo estaba de cara.

Era el año, sí, no podíamos fallar, hubiese sido imperdonable perder la oportunidad de ganar el gran título. Y no solo porque no estaba Marc, que ha arrasado en las últimas temporadas, sino porque cuando, en el deporte de élite, se te presenta una oportunidad así, idéntica a la del 2017, donde sí, entonces, arrollamos, no puedes despediciarla. Era la primera vez que repetía moto y equipo en el Mundial y, por tanto, lo tenía todo a punto para intentarlo. He soportado la presión como nadie y he sido regular. Creo que me lo merezco.

Y, además, ganó el gan premio que se le resistía.

Formaba parte de los deberes a cumplir. Nunca fue una obsesión, pero era evidente que todo quedaría más redondo si conseguía ganar algún GP. Puede que no haya sido el más rápido, pero sí el más regular en un año que, eso, tenía premio. Y gordo.