Cuando un equipo no solo desaprovecha la clara ventaja de jugar con un futbolista más desde el minuto 8 para ganar con autoridad, sino que se va empequeñeciendo con el paso del tiempo, sobre todo en una segunda mitad autodestructiva, y acaba cediendo un empate en el último minuto, es que tiene un problema. O muchos. En el caso del Tenerife, lo sucedido anoche en el Rodríguez López, el inexplicable 1-1 con el Lugo, no se puede aislar de una trayectoria inicial de temporada llena de dudas por el deficiente funcionamiento colectivo -que es lo que a la larga acaba dando resultados- y la baja producción de puntos. Avanzando de uno en uno en cada jornada solo se llega al descenso.

Por partes. El Tenerife no desentonó en un inicio demasiado trabado e interrumpido por las faltas cometidas por un Lugo que procuró enfriar el ímpetu de los locales. En una de esas, el partido dio un giro inesperado. Días de preparación, charlas, advertencias... Y todo se cae en cuestión de nada. Así es el fútbol. Andaba el Lugo aclimatándose cuando Hugo Rama estiró demasiado la pierna en una disputa y pisó el pie de Zarfino. Lo que en un principio fue solo tarjeta amarilla, terminó convirtiéndose en roja directa después de que Hernández Maeso revisara la entrada en la pantalla. No hubo dudas. Rama no quiso hacer daño, pero su plancha resultó demasiado evidente, e incluso peligrosa. Habían transcurrido solo 8 minutos y los blanquiazules ya contaban con la ventaja de jugar con un futbolista más. Los de Mehdi Nafti simplificaron los procedimientos. Dadas las circunstancias, les tocaba defender con orden y concentración para, al menos, conservar el 0-0 y aspirar a enganchar algún contragolpe. Por su parte, si los de Fran Fernández habían salido al campo con el propósito de mandar, la expulsión no hizo sino acentuar ese objetivo. Tanto, que el porcentaje de posesión empezó a ser escandaloso a favor de los tinerfeños.

El control ya parecía asegurado. Los insulares tocaban y tocaban -más en horizontal que en vertical- frente a dos líneas de cuatro con pocas fisuras. La falta de dominio no era un problema, pero quizás sí la ansiedad por romper demasiado pronto la igualdad, por llegar a la portería de Cantero sin dar los pasos convenientes. El regalo de la roja a Rama precisaba de una mayor pausa, de más tranquilidad para completar unas elaboraciones que, dicho de paso, en muchos casos daban la sensación de nacer de la improvisación. Con todo esto, o el Tenerife se aplicaba mejor en la fabricación de ataques, generando superioridades para abrirse camino, o el gol acababa cayendo por su propio peso. En realidad, fue lo segundo lo que ocurrió. Enfilando la recta final del primer tiempo, un balón largo fue ganado por Fran Sol en la frontal del área, ante la presencia de Marcelo Djaló, y el madrileño, pleno de ganas de acabar con su sequía goleadora, conectó un latigazo para batir al portero, cuya estirada no impidió que el balón entrara pegado a su poste izquierdo. Sí, un gran gol, el primero de Sol. Un tanto de depredador, de especialista.

Ya hacía rato que Fernández había efectuado un movimiento de piezas. Quitó a Kakabadze, retrasó a Moore y dio entrada al campo a un Shashoua que se convirtió en uno de los mejores recursos ofensivos... Hasta que salió lesionado.

1-0, gol de Sol, toda la segunda parte por delante... Había motivos para frotarse las manos esperando la victoria que tanto deseaba el Tenerife: holgada, sin apuros, fuente de una dosis de confianza necesaria... Pero nadie contaba con el desarrollo de unos 45 minutos (49, en realidad) en los que el equipo de Fran Fernández se fue deshaciendo poco a poco y acabó propiciando un empate que se estaba viendo venir, un 1-1 merecido. Fue uno de esos resultados que hacen daño. Veremos hasta qué punto.

En el análisis de esta chocante fase del partido, habría que plantear si el bloqueo mental de los locales, el miedo a perder, pudo más que su intención de poner en práctica una idea de juego. De entrada, dio la impresión de que el Tenerife había salido del vestuario demasiado pasivo. Con el 1-0, esa actitud, estudiada o no, podía entenderse desde la perspectiva de que le convenía sacar al Lugo de su campo, al estar más obligado a arriesgar, con el fin de encontrar espacios y sentenciar. Pero más que aplicar esa teórica estrategia, el Tenerife abandonó la presión alta de algunos momentos del primer período y llegó menos al área de un Lugo que, al menos, estaba cumpliendo su objetivo de seguir vivo. Antes del descanso, sin la profundidad necesaria, el dominio sí daba algún fruto a modo de centro, remate, córner... Visto de otra manera, la sensación de que empezaba a peligrar el resultado no fue tan evidente hasta la hora de partido. Increíble, pero cierto.

Un cabezazo de Vada a pase de Shashoua fue una excepción dentro del alocado balance ofensivo de un Tenerife que se protegía durmiendo el partido. Y a todas estas, el Lugo se estiraba, avisaba. Primero fue Ortolá el que regaló un balón en una extraña salida, luego los de Nafti armaron un dos contra dos que acabó en nada, lanzaron dos saques de esquina... El cronómetro corría y se acercaba el ansiado final (1-0) que habría firmado cualquier blanquiazul para respirar con alivio. Pero el Lugo insistió ante un Tenerife cada vez más caótico. En el 88, Carrillo se encontró con una parada de Ortolá y en el 94, Juanpe confirmó la pesadilla tinerfeña al colar en la portería un balón suelto en el área.

Lo dicho, un empate de los que hacen daño. Mucho daño.