La derrota en Ponferrada tiene su propio envoltorio, cargado de coartadas sustentadas en acciones puntuales, pero la situación general del equipo, con cuatro partidos perdidos de siete disputados, empieza a tener un fondo preocupante. Tiene cabida justificar que el Tenerife perdió esta vez porque falló un penalti y porque Zarfino le puso el freno a su intento de remontada con su absurda expulsión. Pero el análisis global es otra cosa. El equipo no arranca. Ya no es una cuestión solo de resultados, que son el fin principal, sino de continuidad en términos de juego, de definición del proyecto, de consolidación del estilo... Partidos como el de ayer son un retroceso en el proceso.

El examen de Ponferrada y el de Gijón no tienen nada que ver. Son campos diferentes, en uno se puede jugar y en el otro no, son rivales distintos y requieren planes diferenciados, el de ayer incluso más específico. Fran Fernández cambió piezas esenciales respecto al partido del domingo, colocó a Ramón Folch de medio centro, avanzó a Aitor Sanz (y lo extravió), alineó a Zarfino casi de enganche con Fran Sol y puso dos exteriores distintos a los de El Molinón, pero el plan que acabó imponiéndose fue el que propuso Bolo. El Tenerife tuvo la pelota desde el principio justo donde el rival quería. Nunca encontró profundidad por afuera ni conectó con Sol por dentro, y su única opción de hacer gol antes del descanso llegó en una acción muy trabajada, con dos duelos individuales ganados, uno de Zarfino contra Manu Hernando, y otro de Sol con Amos. El delantero madrileño se sacó una media vuelta en el área, pero su disparo lo devolvió el poste (29'). A esas alturas de partido ya ganaba la Ponferradina, que fue el equipo que realmente pudo jugar a lo que quería, a lo que suele hacer: cerrar los espacios defensivos, protegerse con su repliegue y generar superioridad en tres cuartos de campo recogiendo los rechaces de sus pases largos. De esa manera se gestó la jugada que decidió la contienda: Yuri salió del área, recibió en el sector derecho, hizo una pared cómoda con Curro Sánchez, entró en el área sobre una alfombra de permisividad, apuró contra el poste y colocó el balón en el lado débil por el que entró Valcarce a placer para empujarlo a la red (16'). Esas caídas de tensión defensiva en el Tenerife aparecen en situaciones puntuales y empiezan a cronificarse de manera peligrosa.

El plan de Bolo se impone. Entre el 1-0 y el descanso, el paisaje del partido fue el mismo: el Tenerife con el balón, sin profundidad, jugando al pie, a veces precipitándose con centros de frente, o sea, incapaz de traducir la posesión en verdadero dominio de la escena. Enfrente, la Ponferradina, un equipo concreto, organizado, con oficio y un desempeño muy asumido. De esa forma generó tres posibilidades más de marcar en lo que quedaba de primera parte. Primero Yuri (37') con una galopada superando a Sipcic con un cambio de ritmo y disparando duro para el lucimiento de Ortolá, que tuvo la fortuna de que el balón cogió efecto y envenenó el ca posterior cabezazo de Curro cogiendo el rechace a meta vacía; luego, el propio Curro, con una falta que el meta sacó de la escuadra, ya sin potencia para sorprender (42'); y, finalmente, Paris Adot, con un disparo desde la derecha que el portero rechazó como pudo (44'). Tres muestras esclarecedoras para entender quién mandaba realmente en el juego, aunque no tuviera el balón.

Movimiento de piezas. Fernández hizo tres cambios en el descanso. Dio entrada a Suso y Nono en los costados, y rearmó el medio campo, con Folch en el vértice y Zarfino y Vada como 8 y 10, por dentro. Así consiguió rellenar más el campo de ataque, el equipo ganó metros hacia adelante, fue más continuo porque recuperó más rápido el balón, así fue empujando a su rival como lo había hecho tres días antes con el Sporting. Del dominio y la presencia cerca del área apareció surgió la jugada, un penalti consecuencia de que un centro de Nono dio en la mano de Hernando. Faltaba media hora para el final y el empate hubiera abierto las puertas de par en par para darle la vuelta al marcador, cuestión de dinámicas, pero Suso no acertó. Pareció que no hubiera golpeado bien la pelota. Le salió flojo, centrado...

La reacción del banquillo blanquiazul fue doblar la apuesta por el riesgo, ya de forma más directa. Entró Apeh por Folch para buscar presencia en el área y beneficiar a Sol del mano a mano que se iban a jugar ambos con los dos centrales. La intención del técnico almeriense se diluyó cuando Zarfino, que estaba teniendo una notable presencia en el partido, se auto expulsó. En el minuto 73', el segundo plan de la tarde, el del riesgo posicional, estaba ya condenado al fracaso. Fernández rodó a Nono por dentro, quitó a Alberto y colocó a Shashoua en la izquierda, pero quien realmente dominaba ya el juego era la Ponferradina, que llegaba a todas las disputas más entero y, sobre todo, ahora tenía campo para respirar con la pelota y estirar al Tenerife hacia su propia área para evitar el segundo gol.

El partido, en si mismo, es un pequeño fracaso, porque el Tenerife no supo imponer su condición técnica y acabó cediendo a la propuesta de su rival, pero en el contexto de este tramo de temporada, supone un frenazo serio al proceso que tanto defiende su entrenador. En un año con tantos cambios y tan poca pretemporada, darle continuidad a un equipo hasta que funcione, parece básico.