Sendas derrotas contra el Unicaja y el Baskonia, y una tercera -con muy mala imagen incluida- frente al Bilbao han dejado un sabor amargo en el Iberostar Tenerife 20/21. Una mancha tan llamativa como inesperada que, seguramente de manera injusta, ensombrece el resto del curso. Por mucho que la plantilla canarista tirara de orgullo para acabar ganando sus dos últimos partidos de la Fase Final y pese a que hasta el maldito parón por el Covid-19 a la campaña canarista apenas se le pudiera poner un pero.

La primera reconstrucción. Lejos de su proceder habitual, el CB Canarias tuvo que lidiar de entrada con una reconstrucción total de una plantilla en la que solo sobrevivieron los técnicos y un inédito Tomasz Gielo. Muchos más fichajes de los de costumbre, pero muy buenos mimbres para volver a reilusionar al aficionado. Una euforia que no se pudo desatar con el tropiezo inicial en el Santiago Martín y por ver como escapaban vivos de Los Majuelos como el Baskonia y el Real Madrid.

La maldición del cuatro. Si el año anterior había sido Gielo el que dijo adiós a las primeras de cambio por culpa de una grave lesión en la primera jornada liguera, esta vez Pablo Aguilar, elegido para ser el cuatro titular, no llegó siquiera a debutar con la elástica canarista al no terminar de recuperarse de una lesión de muñeca. Por si fuera poco, a Kyle Singler, llamado a cubrir su hueco, le dio un aire y decidió, de la noche a la mañana, dejar el baloncesto. Con Suárez como temporero y Díez simultaneando el tres y el cuatro, Vidorreta fue parcheando los contratiempos hasta la llegada de un ala pívot de garantías. Un refuerzo que Aniano Cabrera encontró en el rutilante Aaron White, que llegó al inicio de la segunda vuelta y se presentó a lo grande contra el Estudiantes para luego irse diluyendo como un azucarillo y provocar que de nuevo esa posición interior volviera a cojear.

Velocidad de crucero. Aún así, el Iberostar comenzó a carburar. Sin ser capaz de doblegar a los grandes de la ACB, pero prácticamente haciendo pleno ante rivales de igual o menor enjundia. Una velocidad de crucero que tuvo su punto culminante dejando en 54 puntos al Burgos en el séptimo triunfo sobre ocho posibles. Por el camino, un espectacular derbi contra el Granca (100-79) o los 11 puntos anotados en Zaragoza, remontando una desventaja de 15 puntos y haciendo un gran 15/28 en triples.

Una pareja letal. Buena parte de esa gran trayectoria de los canaristas, consolidados en la cuarta plaza y clasificados para la Copa como cabezas de serie, tuvo mucho que ver con las prestaciones de unos soberbios Huertas y Shermadini, para los que romper registros estadísticos y acumular galardones de MVP se estaba convirtiendo en una gratificante costumbre. Un plus de valor incuantificable para el conjunto lagunero, pero a la vez un arma de doble filo, ya que cuando el brasileño y el georgiano no estaban en pista -o cuando sus rivales lograban maniatarlos-, el Iberostar era a veces un equipo previsible y hasta sin alma. Lo sucedido estos días atrás en la Fase Final es el ejemplo más palpable de dicha dependencia.

Un mes sin tregua. Llegaba en plenitud de condiciones la escuadra canarista al que debía ser su primer punto crítico del curso: febrero. De entrada, los de Txus Vidorreta solventaron de maravilla la consecución de su segunda Copa Intercontinental (al vencer a la Virtus Bolonia en la final) antes de afrontar una Copa del Rey en la que muchos lo situaban como un serio outsider. Sin embargo, entre la responsabilidad, un flojo encuentro y un final algo controvertido, el cuadro canarista no pudo pasar de los cuartos de final contra el Andorra. Por si fuera poco, una semana después perdía a Santi Yusta (uno de sus jugadores más en forma en ese momento) por una grave lesión sufrida mientras jugaba con España. Tocaba reinventarse otra vez.

El desafortunado parón. Entre el desgaste previo y esas ventanas FIBA que tan mal le sientan siempre, el CB Canarias trató de rearmarse con la llegada de Dino Radoncic y la de un Nick Zeisloft que de entrada no pudo debutar. Los aurinegros parecían ir con la reserva encendida y pedían a gritos un paréntesis para tratar de reordenarse para superar el esfuerzo realizado y tratar de consumar su presencia, otro año más, entre los mejores de la Basketball Champions League. Y ese freno llegó con el Estado de Alarma. Un parón, eso sí, que acabó prolongándose en exceso.

Y un regreso al ralentí. Fueron, desde el 12 de marzo, más de tres meses sin competir, pero todo hacía indicar que el CB Canarias llegaba a la cita de Valencia en las mejores condiciones posibles. Y es que, al margen de llenar el tanque de los más explotados hasta ese momento, a Vidorreta no se le marchó ninguno de sus extranjeros, tampoco sufrió lesiones de relevancia y además pudo meter en dinámica a Radoncic y Zeisloft. Todo a favor para confirmar un gran año y luchar por las semifinales. Sin embargo, el Iberostar que se vio de entrada en La Fontenta fue una caricatura de sí mismo. Un querer y no poder. O un poder y no querer. Nunca se sabrá. Lo cierto es que cuando los aurinegros volvieron a coger carrerilla y ser más reconocibles, ya era demasiado tarde para confirmar la excelencia global de un curso que -nadie puede negarlo- había sido hasta entonces de sobresaliente.