Son tiempos de buenos números. El Tenerife ha edificado un equipo muy competitivo. Lo ha hecho, como mérito añadido, con la temporada andando, y mientras soporta el peso de convivir con la amenaza del descenso. La transformación blanquiazul bajo la dirección técnica de Rubén Baraja se puede medir a través del análisis de sus números. Todo nace en la solidez, en la consistencia, en la capacidad que tiene este Tenerife para protegerse, que es lo que le permite estar siempre a un gol de ganar. En los últimos cinco partidos que ha disputado en el Heliodoro, el equipo blanquiazul ha encajado un solo gol. Ganó cuatro de ellos y empató a cero ante el Rayo Vallecano, pero sobre todo, en todo este tramo viene siendo un equipo equilibrado, seguro y que para conseguir esos brillantes números no convierte en protagonista a su portero, porque no concede ventajas a los rivales.

Elegir el camino de defender replegado habría sido un recurso más sencillo para sacar resultados y rescatar al equipo cuando estaba tan desarmado. Sin embargo, Baraja trajo otra idea: ha puesto a su bloque muy alto, en campo contrario, con muchos metros descubiertos a la espalda de la línea del fondo, con evidente riesgo, en consecuencia. A base de trabajo, el equipo ha conseguido protegerse de forma solvente con sus líneas avanzadas. Tiene mérito, porque requiere de un compromiso absoluto de todos en la presión, de una conducta muy disciplinada para cuidar las vigilancias, para no perder la distancia correcta entre las líneas y para ganar duelos individuales. El equipo es un espectáculo defensivo. En el orden táctico, el partido del domingo ante la Ponferradina dio una medida de la capacidad que tiene el técnico vallisoletano para mezclar conceptos. Baraja sorprendió con la alineación de Lasure, lateral izquierdo de profesión, como extremo. Había una intención: atacar con carrileros largos manteniendo a tres centrales fijos para cerrar, a pesar de que su dibujo es un 4-4-2. Con la pelota, el Tenerife tenía muy arriba a Luis Pérez y al citado Lasure, y cerraba con tres centrales (Alberto, Sipcic y el lateral izquierdo Álex Muñoz). Cuando replegaba recuperaba su 4-4-2 y Lasure fortalecía el carril izquierdo por delante de Álex Muñoz.

Le costó más que otras tardes abrir el partido, porque enfrente tuvo un equipo decidido a contrarrestar la presión de los atacantes locales, quitándose el balón de encima, jugando en largo en todas las manos. Así obligó al Tenerife a iniciar siempre desde atrás, sin la posibilidad de hacer transiciones tras robo con su presión en campo contrario. En esa tarea de jugar sobre los desmarques de Dani Gómez y de Luis Pérez, los dos jugadores con más capacidad de ruptura en las filas locales, la dificultad añadida para el Tenerife fue la impecable lectura defensiva de la Ponferradina, que colocó tres centrales (y mantuvo atrás a su línea de cinco) para protegerse en superioridad. El equipo de Baraja acabó ganando gracias a su insistencia creciente, a que forzando córners pudo subir al área más efectivos (un central marcó el gol) y, sobre todo, a que mientras empujaba tan decidido, siguió defendiendo sin un solo error. Tres meses después, este Tenerife parece otro equipo. Ver para creer.