El Tenerife se ha ido acostumbrando a calendar sus temporadas de enero a enero, aplicando por necesidad las decisiones influyentes a mitad de camino. Las apuestas del verano no cuajan y al cabo de los primeros cuatro meses, hay que rehacer la plantilla, cambiar al entrenador y, desde hace dos campañas, también sustituir al director deportivo. Es evidente que Concepción, impecable y riguroso gestor de la economía de la entidad, no da con el hombre que sea capaz de hacer un proyecto para competir por el ascenso a Primera División. Alfonso Serrano se marchó por contestación popular en noviembre de 2018, para dar tiempo a que su sustituto interviniera en el mercado de enero de 2019 y tendiera una larga mirada al proyecto 19/20. Salió mal. Desde noviembre, Víctor Moreno estaba defenestrado. Pidió irse hasta en cuatro ocasiones, pero aunque el presidente le impuso la tarea de rehacer la plantilla en enero, su fracaso en la elección del entrenador (López Garai) y la manera en la que claudicó en plena crisis, dejaron sentenciada su salida anticipada de un club al que llegó para hacer una trabajo de calado, anunciando una revolución estructural en la parcela deportiva, revestida de una gran apuesta metodológica, con el efímero Talent Center como divisa.

La última vez que el Tenerife creó algo verdaderamente sólido y duradero fue cuando le encomendó a Quique Medina el proyecto del ascenso a Segunda División. Aquél equipo, del que permanecen Carlos Ruiz, Aitor Sanz o Dani Hernández sacó al Tenerife de Segunda B, fraguó una identidad futbolística (con Cervera) lo puso en órbita la temporada siguiente -estuvo cerca del playoff-, y generó un traspaso de 2 millones de euros (Ayoze Pérez).

La segunda etapa de Serrano en el club salió mal, porque Alfonso no terminó de acertar con el entrenador. Su buen gusto futbolístico eligiendo jugadores no le alcanzó para cuajar un equipo para competir alto, a pesar de que a base de cesiones rondó el ascenso con Martí. Su relevo, Víctor Moreno, ha pinchado en hueso. Su entrenador eligió un estilo alejado de las cualidades de una plantilla encarecida de forma irresponsable y huérfana de jerarquía en las posiciones clave del equipo. Ahora que funciona el entrenador, debería ser menos difícil acertar con su nuevo jefe.