En la vorágine mundana que jalona el acontecer diario de la mayoría de los mortales, la energía pausada de Bruno Hortelano -18 de septiembre de 1991, Wollongong, Australia- termina por contagiar. El mejor velocista español de todos los tiempos -plusmarquista nacional de 100, 200 y 400 metros lisos- se aloja estas semanas en el sur de Tenerife. De madre catalana y padre vasco; criado en Canadá; y estudiante superior en Estados Unidos, el "ciudadano del mundo" -aunque solo cuente con los pasaportes español y canadiense- prosigue dando "pasos firmes" de cara a alcanzar "objetivos serios", que no desvela, en la venidera cita con los aros.

¿Cómo está físicamente?

Deportivamente, estoy muy bien. Físicamente, estoy cada vez más mayor -ríe-. Ahora llevo una serie de pequeñas lesiones. Es algo completamente normal. Por eso no puedo decir que estoy mal. La semana pasada me hice daño en el isquio de la pierna izquierda, aunque no hay rotura y está controlado. Tuve una discopatía haciendo pesas, hace unas tres o cuatro semanas. Es otra cosa que he tenido que ir vigilando. Forma parte del trabajo. El deporte profesional no es solamente rendir. Con esas pequeñas lesiones, estoy mejor que nunca. Y eso lo he dicho más de una vez. Es buena señal el ver que estoy in crescendo. Presiento que va a ser el mejor año de mi vida. Ya lo está siendo, a nivel anímico. He hecho una serie de test en la pista de 300 y de 500 -metros-, con marca personal en los primeros e igualando la de los segundos. Y eso que no estoy entrenando para el cuatro -400- porque no puedo. Llevo una lesión del talón de Aquiles, aunque no tuve rotura.

Pero le mantuvo mucho tiempo fuera durante 2019.

Me forzó a desistir de acudir Doha. Fue suficientemente serio como para renunciar a un Mundial, cuando tenía el compromiso con el equipo de relevos. Ha sido un otoño lento, pero en el buen sentido de la palabra. Me he podido asegurar de que cada paso ha sido firme. Ahora voy empujando el límite de mi cuerpo, pero este pelea y reacciona con molestias aquí o allá. Al mismo tiempo, no siento ningún tipo de prisa.

Sorprende que normalice las lesiones, usual vía de escape de los deportistas.

Para mí, las excusas no valen. Estando en el deporte profesional, siento una responsabilidad hacia mi trabajo y mi cuerpo, que al fin y al cabo es lo mismo. Si no controlo las cosas que no van a mi favor, me estoy descuidando y estoy siendo irresponsable. Creo que nunca había sacrificado la vida de una forma tan radical como ahora. He ido eliminando cosas superfluas. Quedar los viernes por la tarde con los amigos en el bar y tomar un aperitivo es hasta positivo, pero yo lo he tenido que eliminar.

¿Le supone mucho sacrificio?

Todos los días. Los sacrificios son muchos y, a veces, bastante intangibles. El estar aquí me limita la vida. Más que describirle lo que no puedo hacer, le describo lo que hago. Me despierto por la mañana, medito, me voy a desayunar, vuelvo al cuarto, leo, pienso, hablo con Mike -su fisioterapeuta-, nos sentamos en el balcón? Podría estar en la piscina o jugando al billar, pero estoy descansando porque a media mañana voy a entrenar. Ahí lo doy todo y escucho, con los oídos bien abiertos, al cuerpo. Con el isquio, no tengo rotura muscular porque estaba escuchando. Soy humano y no lo pude evitar, pero sí reducir. Voy a comer, me echo siesta, leo más. Quizás me voy a pasear a la playa o subo a ese montecito que hay ahí -señala la Montaña Chayofita-. Ahora no voy porque sería irresponsable. Por la tarde, masaje con Mike, voy al gimnasio, ceno, leo más, hablo más, pienso más, medito y me voy a la cama.

¿Cuándo comienza ese proceso de meditación?

Empecé hace tres meses y medio. Antes no lo hacía, aunque lo pensaba. Ahora me he dado cuenta de que no meditaba -ríe-. La meditación es el desayuno para el alma. Los pensamientos pasan por la cabeza y no hay que tratar de eliminarlos, sino aceptarlos. Eso me ha ayudado a aceptar lesiones, a aceptar momentos no tan bonitos. Me ha abierto un mundo precioso. Veo belleza donde antes no la veía. Veo más color en el mundo. Y esa es buena porque soy daltónico -ríe-. He observado que muchos deportistas, cuando se lesionan lo ven como algo inesperado, fuera de lo normal. Yo lo veo como parte de todo. El cambio forma parte innata de la vida y de todo lo que hacemos. Parte de mi profesión es estar lesionado, desafortunadamente, porque llevo mi cuerpo al límite.

¿Hacer el Camino a Santiago le ha ayudado?

Totalmente. El Camino de Santiago me enseñó a fluir. Es una metáfora casi perfecta de lo que es el camino de la vida.

En ese camino de "pasos firmes" que comentaba anteriormente, en diciembre reapareció en Cornell -Estados Unidos- en los 60 metros lisos -ganó-. ¿Qué sensaciones tuvo?

Fue una carrera inesperada. Decidí hacerla dos semanas antes. Hasta mitad de noviembre, no estaba haciendo ningún tipo de entrenamiento con clavos, específico de velocidad. Aún tenía el problema del tendón. Me fui a Estados Unidos y quizás entrenaba dos veces en semana porque no podía más. También ese es mi límite ahora mismo. Me encontré tan feliz corriendo... Hacía cuatro años que no hacía un 60, desde antes de mi -grave- accidente de coche. No había podido. Fue un regalo. Hubo algún chico de allí que me plantó cara y me hizo sudar. Eso mola. Ganar de calle y fácilmente, no. Buscaba disfrutar y divertirme, tratar de no mirar a la pantalla la marca final.

¿Cuándo prevé que pueda atacar las mínimas para Tokio?

En cuanto empiece a competir iré a atacarlas. No me preocupa demasiado. Me estoy planteando objetivos serios. Estos no son hacer las mínimas para los Juegos, aunque sea un paso para llegar. Va más allá. No pienso en ningún momento cuándo voy a hacer la mínima. Confío en mi plan fluido. Un equipo que quiere ganar el título de la NBA no está pensando en acceder a los Playoffs, aunque tiene que hacerlo.

¿Podría digerir que, por lo que fuera, no pudiera comparecer?

No pasaría absolutamente nada. Por desgracia, he tenido que pasar por una experiencia de vida en la que yo pensaba que iba a poder ir por un cierto camino. Este se me cortó de golpe. Podía haberse acabado por completo. Eso lo tengo muy presente desde entonces -5 de septiembre de 2016-. Volví a nacer. Tengo muy presente la muerte y ya no como concepto intelectual. He tenido que pensar por qué hago esto, por qué estoy aquí entrenando, por qué quiero ir a Tokio? El atletismo, para mí, es una excusa para aprender a vivir bien, para evolucionar, para crecer como persona... Si no llegase a Tokio por cualquier razón, estaría satisfecho de que he vivido el día a día, trabajando hacia lo que era importante. Tokio sirve como objetivo final.

Hablaba antes de "objetivos serios" en los Juegos. ¿Cuáles?

Me he prometido que en este 2020 no hablaría de mis objetivos. Los sueños no se hablan en público porque es más difícil que se cumplan.

¿Es supersticioso?

No.

¿Entonces?

Solamente con presión, ya está.

¿Ni quiere ni siente presión?

Siento la presión que me pongo yo. Claro que la siento. Cuando te pones unos objetivos tan serios como los que nos ponemos los que queremos estar en los Juegos, eso es presión. Yo, por suerte, sé manejar bastante bien la presión. Consigo que me eleve a un escalón más allá y pueda competir incluso mejor de lo esperado. Lo veo algo sano. En 2018, cada carrera fue hiperimportante. Me supuso mucha intensidad emocional. Eso tampoco es bueno. El caso ideal sería salir a correr, sentir nervios, adrenalina, pero que sea una carrera más. Cuando compito y dicen a sus puestos, lo último que hago antes de entrar a los tacos es cerrar los ojos y, en voz alta y en inglés, digo it's just another race, es una carrera más. Visualizo una pista de casa. No siempre es la misma. Si paso mucho tiempo aquí -Antonio Domínguez-, quizás empiece a visualizar esta. Es como un entreno y sabes exactamente lo que tienes que hacer. La meditación va mucho con el momento de competir. Si tú estás pensando en intentar controlar tu cuerpo y darle órdenes, te va a salir mal porque vas a activar músculos antagonistas. El que más sabe cómo funciona tu cuerpo es el cerebro. Lo que yo hago es entrenar durante uno, dos, tres años y dejo saber al cerebro cuáles son los movimientos, qué es lo que tenemos que hacer. Dejo descansado al sistema nervioso y en el momento en el que necesito le digo anda, haz lo que tengas que hacer; y sale y corre solo. Yo, simplemente, soy un observador. No es tan distinto a un estado meditativo. De hecho, lo es. Ahí descubrí la meditación: compitiendo.

¿Está preparado para bajar de los 20 segundos -su plusmarca, récord de España, está en los 20.04- en los 200 metros?

Si el cuerpo me lo permite, sí. La mente la tengo para eso. Ahora falta que el cuerpo se junte.

Volvamos atrás. ¿Pensó en retirarse después de Río 2016?

No sabía qué iba a pasar después de Río. No tenía las ideas claras. Me había graduado en la universidad dos años antes y me había mantenido en ese mundillo de la investigación científica. Tenía un trabajo que me esperaba en un hospital de Manhattan -Nueva York-, haciendo ensayos clínicos de cáncer. En parte, tenía esa idea -retirada-, pero no estaba volcado emocionalmente en ella. No sé por qué. Quizás sentía que el atletismo no podía acabar aún.

¿Fue por no alcanzar la final?

No, porque un año antes de Río le dije a Alberto -Armas, su mánager- que mi plan era medalla.

Y le tomó por loco.

Como es normal -ríe-. No me conocía como me conoce ahora. Ya no me toma por loco. Al final, corrí en 20.12 -fue récord de España-, el tiempo que hizo Christophe Lemaitre -francés- para ganar el bronce. Lo hice en la carrera no adecuada. Me cansé para la segunda -semifinales-. En los Juegos, lo hice lo mejor que pude: ejecuté como un novato, que no como un tonto. Dejé que mi mente se distrajera un poco el día de la semifinal. Yo quería estar en la final. Queriendo estar en la final no se llega. Si dejas fluir, las cosas salen de la mejor forma.

¿Piensa lo mismo para después de Tokio, el no saber qué va a pasar con su carrera?

Más extremo aún. No tengo ni idea de lo que voy a hacer el día siguiente de Tokio. No tengo plan, aunque sí muchas opciones. A lo lejos ya veo puertas que están abiertas y sé que cuando llegue se me van a abrir muchas más. Hasta que llegue el momento, no voy a atravesar ninguna de ellas. Cuando pienso en mi año, veo hasta agosto y luego visualizo un telón.