Fueron 70 minutos, pero parecieron 700. La expulsión de Carlos Ruiz, a todas luces injusta al existir un clamoroso fuera de juego previo a la acción de falta del central granadino sobre Rubén Castro, cambió un derbi que había empezado de color de rosa para el Tenerife. Una clarísima ocasión de Dani Gómez sirvió como ejemplo para demostrar el mejor arranque visitante ante una UD Las Palmas espesa y apocada.

El engranaje defensivo de los tinerfeñistas funcionaba. El balón podía ser amarillo, pero el control del partido fue siempre de su rival porque pasó lo que el ejército de Rubén Baraja quiso que pasara en cada momento. Quizás por eso, no se descompuso. Los diez supervivientes se pusieron el mono de trabajo, juntaron líneas, acercaron ayudas y murieron en cada disputa para negarle a Las Palmas la posibilidad de llevarse los tres puntos, algo obligado al verse tanto tiempo en superioridad numérica.

Ni la desesperación con el casero López Toca, valiente con los de fuera y consentidor con la escuadra de Pepe Mel, descentró al Tenerife. En la grada, se desgañitaban 1.300 gargantas para dar esa fuerza extra a los suyos cuando estaban a punto de rendirse, cuando las fuerzas les abandonaban por un momento. Los cambios (Sipcic, Shaq Moore y Dani Lasure) aportaron lo suyo. Dani Gómez, solo en ataque como una isla, se echó la del Teide a la espalda para proporcionar aire a sus compañeros e incluso, en alguna contra de la recta final, insuflar la esperanza del 0-1 a los birrias.

El partido, que lo empezó ganando Las Palmas en canariedad (siete de las Islas en el once por tres en el Tenerife), fue una demostración de compromiso por parte de cada uno de los que vistió de rosa. Dani Hernández, titular justo a tiempo para vivir el derbi, solo tuvo que emplearse a fondo en un disparo lejano de Pedri. Vivió tranquilo, protegido, por un ejército que lo merece todo. Y al frente un general que se ha ganado a sus soldados y al pueblo que defiende.