El Tenerife del sábado mostró la esencia del cambio de idea futbolística que ha acometido Rubén Baraja. Este tipo de procesos, el de instaurar un modelo, un estilo, en medio de la competición, representa un reto de extrema dificultad. Máxime en equipos con tanto cuajo en la idea anterior. Podrá discutirse la idoneidad de la propuesta de López Garai para un equipo del nivel de este Tenerife, pero es innegable que el entrenador vasco había inculcado a los futbolistas una manera de jugar.

Baraja llegó, vio, cosechó tres malos resultados ligueros consecutivos, y sacó conclusiones -las que expuso en su rueda de prensa del pasado viernes-, que han sido la plataforma de actuación sobre la que construir el cambio. El Tenerife es otro. Es el suyo.

Llega tocando menos

La parte más profunda del proceso consiste en cambiar la idea. Con López Garai el equipo elaboraba la jugada tocando mucho en el medio y buscando rupturas por los costados, en especial por la derecha con las entradas constantes de Luis Pérez. Ahora, el Tenerife es más vertical, aunque no a través del concepto clásico de fútbol directo con el pase defensa-ataque, sino mediante la explosividad de sus ataques. Lo hace después de recuperar la pelota con una presión colectiva que es la llave que permite manejar los partidos. Cuando no puede robar, el equipo sigue intentando empezar jugando, pero la tarea está organizada para que el criterio lo aporten los jugadores más fiables: Milla baja a iniciar y luego es el enlace entre Aitor Sanz y el área. Las pérdidas se han minimizado.

La presión colectiva, básica

Hay un aspecto fundamental en la transformación del equipo, su trabajo sin la pelota, y dos valores a los que atender: la posición y los actores. Para empezar, el bloque va más arriba, los dos delanteros esperan la salida del rival en el borde del área y le niegan el inicio de juego. Cuando el balón cae en zonas intermedias, el trabajo de los dos jugadores ofensivos de los costados (el sábado Suso y Elliot) es determinante. Ambos se meten por dentro para ayudar a generar superioridades contra el poseedor de la pelota. En pocos metros de campo y muy lejos de la portería propia, el Tenerife se protege y es capaz de recuperar el balón, con espacio para atacar de frente. Respecto a los actores, cabe reparar en la sustancia contagiosa que aportaron los dos futbolistas del filial. Elliot, poderoso y descarado, y Jorge, incansable, dinámico y agresivo, activaron ese nivel de presión en el que Suso fue un titán y Dani Gómez un soldado más. Todo lo que se hace bien en cadena genera beneficios también enlazados. Presionando con tanto rigor, los dos mediocentros, que juegan a la misma altura sin la pelota, están más protegidos, y el equipo puede mantenerse arriba. De hecho, el Albacete no disparó ni una vez a portería en la primera parte. Luego, con ventaja en el marcador, ya hubo un repliegue conveniente.

Cuatro defensas-defensas

El equipo es más serio, aunque hay que reconocer que cualquier estilo bien ejecutado aporta solidez, también el de López Garai era sólido, lo arruinaron los errores individuales. Pero este once de Baraja se descubre menos. Los dos laterales atacan cuando pueden, pero no regalan la espalda tanto como antes, ni descubren a los centrales por sistema. Álex Muñoz, en la banda, está teniendo la virtud de ser concreto.

Cambios que cambian cosas

El equipo pasó un mal tramo. Encajó a balón parado. Ese es el gran lunar que sigue visible. Se desconectó porque pareció bajar físicamente y su repliegue fue más débil, en especial cuando tardó en tapar a Rey Manaj, pero la dirección desde el banquillo fue óptima. Baraja cambió jugadores y solucionó cosas, como proteger más a Luis Pérez y aprovechar el carril que descubría Alberto Benito. Los entrenadores no siempre aciertan, pero los hay que son capaces de cambiar cosas.