La de ayer debía ser mi sexta K42 Canarias Anaga Marathon. Escribo en clave de acción no completada porque al final, por una cosa u otra, no pude estar en la línea de salida de una de las carreras más hermosas de montaña que hay en Canarias. A los nuevos solo les digo que el que la prueba acaba repitiendo. A los viejos, a los que conocen bien las dificultades de un trazado bonito y duro -si hay que fijar un porcentaje entre belleza y sacrificio las tablas estarían en torno al 50%-, poco les puedo contar de una cita que abraza uno de los espacios naturales más impresionantes de la Isla. La K42, al igual que otras competiciones que acarician el cielo del Archipiélago, no para de reclutar runners. Y es que lo que nació como una aventura promovida por un puñado de "locos" (en el mejor sentido de la palabra) se transformó en menos de una década en una atractiva convocatoria para los amantes de la montaña que están dispuestos a desafiar sus límites físicos y, a su vez, los que impone la naturaleza. La salud de la K42 Canarias Anaga Marathon hay que medirla con base en la lista de inscritos en la vertical, la K12, la K21 y la K42, es decir, que está fuera de peligro.

Como en las ediciones anteriores, la lluvia fue una seria amenaza hasta prácticamente la cuenta atrás (algunos inscritos no se dejaron ver por la plaza del Cristo ante ante la posibilidad de que cayera la del pulso, no fue mi caso), pero ayer el tiempo acompañó. Incluso, en algunos tramos lució ese sol de diciembre que no calienta, pero que atempera el frío. Algo es algo. Lejos del territorio por el que transitan los mejores, los dorsales que lucían Miguel Heras, Yngvild Kaspersen, Zaid Ait Malet y compañía, se escalonaron los números que inundaron el corazón verde de Anaga de esfuerzos anónimos, dígitos que terminaron sometiendo al barro, a las pendientes y a un kilometraje que avanzó por unos senderos que provocaron múltiples resbalones. Sí. En las dos distancias hubo gente que se fue al suelo, pero una caída en el monte no siempre es definitiva.

Cuando caes no suele pasar mucho tiempo antes de escuchar esa frase de auxilio que se repite una y otra vez en los instantes de difíciles: "¿Estas bien?". En esas dos palabras reúne la solidaridad de una actividad que en ese mal trance se desprende de sus finas capas deportivas para mutarse en algo parecido a unas horas de evasión en plena naturaleza.

La K42 es una prueba extrema, un reto capaz de dibujar muecas de sufrimientos y surcos de júbilo en el rostro de la misma persona. Los buenos -en el mundillo de la competición conocidos como "caballos"- no se suelen enterar de lo que pasa a sus espaldas. En la retaguardia de las carreras es donde se anudan las alianzas que a veces permanecen en vigor para los próximos encuentros; en la cola es donde siempre hay alguien que te pasa su bote de agua, un gel o una cápsula de sales minerales cuando los músculos están al borde del colapso. Casi siempre esa compañía es la que al final te permite cruzar la línea de meta. La K42 se ha convertido en una familia numerosa que ha tenido la habilidad de adaptar el puente de diciembre (el mismo que otros emplean para ir a ver El rey león a Madrid) en un punto de encuentro que afronta su segunda década de vida en una posición privilegiada. Cada año se suman complicidades, esfuerzos, gritos de alegría cuando un desconocido te entrega la medalla del finisher.

Ayer La Laguna volvió a ser el epicentro de las carreras de montaña de Canarias, una ciudad que está proporcionando a la K42 Anaga Marathon el mismo cariño que le ha dedicado durante años a su San Silvestre, pero esa es otra historia que ya se está dejando ver en el calendario de diciembre. Aguere vivió un domingo con más alegrías que decepciones. En el punto de mira ya está la K42 de 2020. Aunque no suene bien pedagógicamente hablando, esta es una cita en la que el número de repetidores es muy superior al de novatos. Anaga volvió a ser ayer el centro de atención de miles de personas, dentro y fuera de la carrera.