El Tenerife y su entorno viven en un permanente debate sobre las causas de esta pésima trayectoria. Buscando soluciones, el club ha cambiado de entrenador, y el nuevo técnico ha buscado otra manera de hacerlo funcionar. Parecen tiros equivocados, porque el diagnóstico apunta más a una evidente falta de nivel. El guion de las derrotas -cuatro en casa- se repite tanto que evidencia como absurda la tentación de buscar excusas.

En la élite, la toma de decisiones errónea y la mala ejecución de acciones en zonas comprometedoras son síntomas inequívocos de que el problema es de fondo. Ayer se repitió: Alberto, a quien el entrenador encomendó la tarea de iniciar el juego, bajando a incrustarse entre los centrales, volvió a pisar el mismo charco que ante el Racing: condujo el balón, se emboscó en una zona de presión del rival y lo perdió ante Lazo. El extremo andaluz cogió campo libre hasta el área, dribló en diagonal y se aprovechó de un rechace para marcar. El 0-1 tuvo el efecto de un golpetazo en la zona de flotación para un equipo hilvanado con puntadas largas, como corresponde a su situación de provisionalidad. Tambaleándose aún, el Tenerife encajó el 0-2, solo cuatro minutos más tarde. Lazo agarró la pelota sobre la línea de banda, se fue de todos exhibiendo una gama de recursos extraordinaria, combinó con Juan Muñoz y remató desde la frontal colocando el balón lejos de Ortolá. Un gol propio de un futbolista diferencial.

Hasta el primer tanto visitante, el equipo de Sesé había salido airoso, aunque sin sentirse dominador del juego. Lo intentó de varias maneras: quiso entrar con cambios de orientación a la derecha, pero no encontró la respuesta del Luis Pérez afilado de antes de la lesión, intercaló pases verticales por dentro para las continuas rupturas de un activo Dani Gómez, pero cayó en fuera de juego cinco veces seguidas, y cuando trató en meterse con el balón en el medio, quedó claro, precisamente en el origen del 0-1, que ahora mismo no es un equipo definido para eso.

Le quedan cosas a este equipo, ninguna mejor que el Heliodoro, que es un aliado influyente, aunque parezca una contradicción hablando de un Tenerife que de 27 puntos disputados ante su público, ha perdido ¡20! Bastaron dos carreras de Suso acercándose al área, para generar un clima de rebelión ante el 0-2. Fue lo que hizo Borja Lasso, con su carrera impulsada por la fe. El sevillano entró como un tren y cabeceó a la red el centro de Suso. El Tenerife se agarró al partido con ese gol, más sobrevenido que buscado.

Ortolá y la evidencia

Tras el descanso esperábamos una briosa salida local. El equipo de Rivero no enganchó con el partido; al contrario, tardó 25 minutos en sacarse de encima a un Almería brillante. La facilidad con la que el equipo de Guti filtra fútbol hacia delante tiene que ver con la calidad de su línea de cuatro volantes (juega 4-1-4-1) y con la ejecución de una idea colectiva en la que sus jugadores encuentran un soporte para atreverse. Esa línea de volantes, con Aguza y Juan Muñoz por dentro, y Corpas y Lazo por fuera, generó superioridad en los costados, con la aportación de los laterales, y el Almería entró como quiso. Su secuencia de ocasiones es elocuente: Ortolá salvó con las piernas un remate a bocajarro de Darwin Muñoz (47’); el meta catalán le hizo otra gran parada a Juan Muñoz, que le disparó desde cerca (57’); el propio Juan Muñoz se tropezó con la base del poste en el lanzamiento de una falta (60’), y otra vez Darwin rondó el gol con un cabezazo que no entró de milagro (62’).

Pero el temido 1-3 no llegó y el Tenerife volteó el decorado después de la entrada de Malbasic. Borja Lasso se tiró unos metros atrás, el equipo tuvo más alturas cubiertas en el campo, el sevillano conectó por dentro y por abajo con el serbio, y entre los dos generaron ventajas para Dani Gómez, que no acertó en sus remates. Pero, en ese último tramo, el Tenerife metió al Almería atrás y estuvo rondando el empate. La ocasión más clara para lograrlo fue un cabezazo de Carlos Ruiz (81’) que salió cerca del palo. El 1-3 llegó cuando el Almería solo miraba al reloj, pero hizo justicia.