El Tenerife está instalado en una paradoja perversa. Es un equipo que juega bien, pero que no gana. Cada semana, por una causa diferente. En casos como este, el problema es que, salvo insistir una y otra semana, no sabes por donde encontrar mejoras para lograr los resultados que se resisten. Ni qué hacer. Pero, insistir sin resultados es cada semana más difícil, porque la presión desde el entorno va creciendo. Tenerife no es una plaza para aplicar la paciencia como solución a coyunturas de esta naturaleza.

Obviamente, no hemos llegado hasta aquí de casualidad. El Tenerife se ha fabricado a pulso, error a error, regalo a regalo, la situación en la que se encuentra, pero nadie que analice el partido de ayer, disputado ante un gran rival, quizás uno de los mejores de la categoría, se atreve a concluir que el Tenerife tiene un problema de entrenador. Es obvio que López Garai ve reducido su margen con cada mal resultado -lleva seis partidos sin ganar y en casa no lo hace desde la segunda jornada-, pero la evidencia a través de todo lo que hace este Tenerife en el terreno de juego es que atacar la situación actual sustituyendo al entrenador sería cambiar por cambiar. Y eso es una moneda al aire.