Los resultados van delante. Hay equipos que terminan perdiendo el juego cuando no ganan, porque en un fútbol tan exigente como el de esta categoría, la falta de confianza acaba devorando al jugador. Ese es el peligro que acecha a estas alturas a este Tenerife desconcertante.

Cuando un equipo pierde tres partidos consecutivos y seis sobre once, es inevitable que se abra la veda en la búsqueda de culpables. Mucho más en esta plaza, con un entorno tan especial. En eso estamos ahora, con nueve duros días por delante hasta el próximo encuentro.

En realidad, han cambiado pocas cosas desde aquel comienzo de Liga en Zaragoza. Los errores individuales, las débiles respuestas en duelos cerca o dentro del área propia, siguen sucediéndose y tienen valor gol. No estamos ante un problema colectivo, ni podemos ya cuestionar el balance defensivo que en las primeras jornadas descubría a los centrales. El Tenerife es un equipo poroso y eso tiene que ver con el nivel real de sus defensores.