Lo ha vuelto a conseguir. Rafel Nadal conquistó ayer por cuarta vez en su carrera el Abierto de Estados Unidos al derrotar en cinco sets al ruso Daniil Medvedev (7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4), la sensación del verano. Es su decimonoveno título de Grand Slam y se coloca a uno solo del gran Roger Federer, que a sus 38 años parece que ha dicho su última palabra en cuanto a títulos grandes. Si todo transcurre según el guión previsto, el tenista de Manacor, de 33 años, podría igualar al genial tenista suizo en Roland Garros, el mes de junio del año que viene, si es que antes no se ha impuesto en Australia, un torneo abonado a Djokovic, ganador en siete ocasiones en Melbourne.

Desde hace una década nos encontramos en una batalla sin igual por ver quién es el mejor tenista de la historia. Y tiene toda la pinta de continuar unos pocos años más porque, con permiso de Medvedev, no se ve a nadie capaz de apartar ni a Nadal ni a Djokovic. Junto a Federer, el 'big three' ha conquistado 51 de los últimos 58 títulos grandes, reparténdose los últimos once. Una barbaridad.

Fue una final épica, de las que hacen historia, y son ya unas cuantas las de Nadal, tanto en las victorias como en las derrotas. Con la final que ambos protagonistas disputaron hace un mes en Montreal como recuerdo -6/3, 6/0 para Nadal-, el mallorquín tenía claro qué armas emplear para superar al tenista de Moscú.

La estrategia era meter pelotas abiertas a los lados, tiros cortados a su derecha y dejadas para atraerle a la volea, donde flojea Medvedev. Pero este, de 23 años -tenía 9 cuando su rival de ayer logró su primer Roland Garros-, salió peleón, dispuesto a dar guerra en lo que era el partido de su vida en su primera final de un Grand Slam.

Rompió el servicio de Nadal en el tercer juego, aunque el campeón de Manacor respondió al instante con una rotura. Empezó a partir de ese momento un recital del mallorquín con el servicio, con tres juegos consecutivos en blanco. A Medvedev le sucedía todo lo contrario. Sufría con su saque, como lo demuestra que superó dos pelotas de break en el octavo juego y necesitó siete minutos para adjudicarse el décimo. Tanto fue el cántaro a la fuente que en el duodécimo se rompió la baraja y Nadal se adjudicaba el set por 7/5. Una hora y cuatro minutos necesitó el mallorquín, once menos que en semifinales ante Berrettini.

Lo más difícil parecía estar hecho. El primer set se antojaba, si no decisivo, sí muy importante para la suerte del partido, como así fue. El ánimo de Medvedev, que hoy se colocará cuarto jugador del mundo, fue decayendo. Nadal le rompió en el sexto juego del segundo set, suficiente para adjudicárselo por 6/3. Medvedev, que disputaba su séptima final del año, cuarta consecutiva, con dos victorias, en Sofía y Cincinnati, parecía muy cansado. Tras la final de ayer suma más de veinte horas en pista en los últimos quince días. Y por muy joven que sea, que lo es, no hay humano que aguante tanto tute.

El tercer set fue diferente. Los primeros compases del parcial fueron una copia del segundo, con ambos jugadores conservando sus respectivos servicios. Hasta que en el quinto juego se repitió la historia. Nadal rompió el saque de su rival, que que fue respondido a continuación por el ruso. Y en el duodécimo el moscovita rompió el servicio de su rival y se anotó su primer set. Había partido. Vaya si lo había. El cuarto set se decidió con una rotura de Medvedev en el décimo juego. Se iba a un quinto y definitivo en un duelo que lo ganaría el que demostrara más temple. Y se lo llevó Nadal 6/4 tras tres pelotas de partido.

Nadal tenía en el bolsillo su decimonoveno grande en su vigesimoséptima final de un Grand Slam, por ocho derrotas. Con su victoria en Nueva York se coloca a 640 puntos de Djokovic en la clasificación ATP.

Prolonga Nadal su leyenda. Pero la pregunta es hasta cuándo. Él siempre dice que hasta que mantenga la pasión por este deporte y se sienta competitivo. Cumple a rajatabla con los dos requisitos, por lo que hay Nadal para rato. Su camino para ser el más grande de momento no tiene final.