Nadal empezó nervioso y vacilante. Concedió un punto de ruptura en sus dos primeros servicios. Creíamos que alimentaba así un suspense artificial para un partido resuelto de antemano. Nuestro error autocomplaciente convirtió el tercer set en una pesadilla, por no hablar del cuarto, y casi del quinto. Medvedev fue un cyborg que recuerda más a Dostoievski que a un deportista, desde la fisonomía hasta el carácter atormentado y sus dejadas de violinista.

Nadal domina todas las formas de ganar un partido. Esta vez ha elegido la cocción lenta de alto riesgo porque, conforme se agranda la brecha de edad entre los treintañeros que copan los Grand Slam y los veinteañeros incapaces de arrebatarles el relevo, doblegar a los bisoños envejecidos llevará más tiempo. Es decir, cuando el mallorquín cumplía los años de Medvedev, había ganado más torneos de los que obtendrá el ruso en toda su carrera.

Por definición, una final de Grand Slam entre un anciano del circuito y un joven emprendedor no puede resolverse en tres sets. No es una cuestión psicológica sino corporal. Lograr la victoria en cinco demuestra que los genios del tenis desafían a las leyes de la física y, sobre todo, de la fisiología. Ocurre que estábamos mal acostumbrados.

Una victoria en un Grand Slam no solo justifica a un tenista, sino que acredita a todo un país, dada la supremacía del tenis dentro del espectáculo deportivo. Sin embargo, la voracidad pantagruélica de Nadal obliga a relegar el partido a una acotación a pie de página, para hacer un hueco en la estantería y sumar el trofeo a los otros 18 de su calibre. Este Open USA es histórico hoy pero, ¿lo será de aquí a cien años? En efecto, así es como llegamos a Federer.

El relojero suizo es el único tenista que puede disputar a Nadal el título de mejor deportista contemporáneo, que equivale a decir de todos los tiempos. Los exquisitos que niegan al mallorquín el liderazgo planetario se escudan en los títulos de Grand Slam. Federer gana 19 a 18 pero, la triste certeza de que difícilmente aumentará su cuenta y cinco años de desventaja, permiten a Nadal establecer una marca galáctica, insuperable durante algunos siglos y que acalle definitivamente a quienes le regatean la gloria absoluta.