En el minuto trece del España-Túnez reinaba en el marcador un inverosímil 18-25, que todavía se vería agravado. En medio de esta anomalía, el antiacadémico Llull servía un pase sin riesgo, directamente fuera. Cómo se había llegado hasta aquí, semanas después de que la selección fuera la campeona anticipada de este planeta y los colindantes.

Llull corregiría los errores en el pase, habría más, con su heterodoxia asesina en el disparo. Sin embargo, después del Rusia-España que dejó secuelas imprevistas en un amistoso, los minutos de tuteo con los ancianos tunecinos confirmaron la frágil moral de los españoles. Igual que hay dietas yo-yo, en que el peso se recupera con la misma facilidad con la que se perdió, también la selección resurge de sus cenizas mientras el espectador se asombra de que hubiera caído tan bajo.

España-Túnez es un partido para concentrar la mente en otras cosas, nunca imaginamos que los cartagineses nos darían que pensar. Y el zigzagueo del marcador nos llevaba a una cuestión esencial en cualquier organización, quién manda aquí. En un país incapaz de alumbrar un Gobierno en condiciones, resulta abusivo exigir la investidura de un líder en la selección. Y alguien añadirá que las cosas no van tan mal sin presidente, y que también el equipo nacional de baloncesto se desembarazó aunque fuera caóticamente de Túnez.

Al margen del significado de esta circunstancia, España adolece de un número uno. Ricky solo preside cuando el partido está encarrilado, aunque Scariolo volvió a demostrar que los entrenadores son acólitos de sus figuras al borrar del mapa a Colom, que había cabalgado la remontada. Marc Gasol parece estar escuchando siempre una voz divina que lo importuna con el bíblico "¿dónde está tu hermano?", Rudy se abstrae al borde de la genialidad y hasta ayer no despertó Llull de su lesión. Ahora bien, dado que los líderes están en entredicho, he corregido el "España necesita un líder" en "lo busca", y bastaría un "no lo tiene" tan indefinido como el equipo ahora mismo.