Ocho de los diez jugadores de campo que actuaron inicialmente ayer, ya estaban en la plantilla la pasada temporada, y jugaban con regularidad. Obviamente ni Aitor, siendo tan bueno como es, ni Sipcic (que son los dos "nuevos" en la alineación) pueden por si mismos activar una trasformación tan notable. El Tenerife de la primera parte en La Romareda es difícilmente mejorable, al menos en el trámite de área a área. Hasta el descanso, vimos más fútbol colectivo del conjunto de López Garai que en toda la temporada pasada. Sus triángulos para progresar con la pelota por dentro y desbordar por fuera, su facilidad para ser profundo, su autoridad en el partido, son un punto de partida excepcional.

El cambio no está en los fichajes, está en la propuesta del entrenador. La verdadera diferencia es que este año hay un plan, una idea. Hablamos de un equipo que acabó medio roto, con solo nueve en el campo, dos lesionados, un expulsado y dos goles encajados, pero que sale fortalecido de su desempeño futbolístico, más allá de las acciones accidentales y de los errores puntuales que cimentaron su derrota. Parece obvio que jugando como ayer, el Tenerife estará más cerca de arriba que de abajo, aunque hay respuestas individuales muy mejorables.