Serán ya diecinueve los años que lleve Las Palmas sin ganar en el Heliodoro Rodríguez López cuando (esperemos) vuelva el derbi la próxima temporada. Y eso que ayer se le puso de cara, con el gol de Cedrés y el excesivo nerviosismo de un Tenerife empeñado en jugar con fuego durante toda esta aciaga temporada. Tampoco pudo aprovecharse del mal funcionamiento de la idea que pretendía poner en práctica Oltra en el partido.

Un trivote en el que se enredó hasta el descanso, con Racic esperando el balón de espaldas, empeñado en recibir donde no había líneas de pase y en aguantar el balón en exceso las pocas veces que lo tuvo. Mientras, Undabarrena le enseñaba el camino descargando el juego con acierto pero lejos de las zonas de influencia directa para el ataque. Y Milla corría hacia todos lados, incluso donde no debía, para aclarar el panorama. Ese potaje lo aprovechó la UD, con una salida más tranquila y madura, para disparar a puerta hasta tres veces en apenas dos minutos.

La cosa iba tan mal que los centrales del Tenerife resucitaron a la mujer barbuda del circo chocando cabeza con cabeza en su intento por despejar el mismo peligroso balón (8'). Todos los síntomas eran malos para el bando local. Ni los aplausos para Rommel Fernández, cuya imagen apareció en el videomarcador en el enésimo aniversario de su fallecimiento, resonaron como se esperaba (9'). Nano caía en fuera de juego, Suso no terminaba de aparecer al estar demasiado vigilado e Isma López no terminaba de entenderse con Malbasic. El descanso llegó como agua de mayo (nunca mejor dicho). Incluso para evitar que Mauro dos Santos viera la segunda amarilla y fuera expulsado.

El árbitro le había castigado por una entrada a Araujo en la que tocó claramente balón, pero luego le había perdonado la segunda por otra acción con el argentino en el minuto 40. El banquillo de Las Palmas protestó amargamente y puede que con razón. Pero claro, la primera no era y que el Tenerife se viera con diez hubiera sido injusto. En cambio, sí lo fueron las dos recibidas por Timor. Se puede quejar la parroquia amarilla, pero la mirada igual hay que dirigirla a uno de los jugadores mejor pagados de su plantilla y con la experiencia suficiente como para no caer en el fallo de dejar a su equipo en inferioridad.

Ahí parecía acabarse Las Palmas, pero el equipo blanquiazul había reservado uno de sus famosos apagones para regalar el 0-1 a su eterno rival: mal despeje de Milla, mal posicionado Luis Pérez para recibir, tiro de Araujo que no atrapa Dani Hernández y Cedrés se anticipa a Isma López para marcar. Entre todos la mataron y ella sola se murió, rezaba un dicho antiguo.

Entonces, cuando el Heliodoro parecía desinflarse y el equipo acusaba el golpe, llegaron los cambios y emergió la figura de Carlos Ruiz. Dicen que el fútbol no siempre es justo. Pero ayer lo fue con el central granadino. Excluido incomprensiblemente de las alineaciones, desterrado para que jueguen compañeros en mal momento futbolístico y hasta mal estado físico, el de Baza ha seguido trabajando. En silencio y respetando más el escudo que alguno que se afanaba por sacarlo del once desde su cómodo despacho en las oficinas del Heliodoro.

Carlos Ruiz, que acaba contrato el 30 de junio y ya hubiera sido renovado en cualquier otro club por su intachable historial, se reivindicó como mejor sabe hacerlo: poniendo su esfuerzo al servicio del equipo. Remató en dos córners, rozando el empate en el primero y consiguiéndolo en el segundo. Y remató la faena, con una internada y pase milimétrico, que desembocó en el 2-1 de José Naranjo.

Para el onubense, el derbi también tuvo algo de justicia poética. En una temporada en la que no ha tenido el papel protagonista que se le suponía, es el máximo goleador del Tenerife. Con seis dianas, pero algunas tan importantes como el 3-2 al Alcorcón o la que desataba la fiesta de ayer en el Heliodoro. Puede que, con margen y confianza, estemos ante un jugador franquicia de verdad. Pero desde luego no será con el trato que se le ha dispensado desde la grada y los medios.

Deja el clásico del fútbol canario varias enseñanzas. Para empezar, que la última vez que ganó Las Palmas en el Heliodoro no habían nacido los niños que harán la EBAU dentro de un mes. Tiene mérito. También que la paciencia es un arma más importante de lo que muchos creemos. El Tenerife la utilizó ayer para seleccionar bien sus ataques y acabó remontando. Igual si la tenemos con jugadores como Naranjo los disfrutamos más. Y por último que Carlos Ruiz merece un monumento. Y jugar. Sobre todo merece jugar.

@juanjo_ramos