Muay thai

Una batalla desigual en Manchester

Condiciones desfavorables y un vendaje diferente dieron ventaja a Liam Harrison frente al isleño Isaac Araya. El sueño del adejero se desploma en el BEC Arena de Manchester y ya pide revancha en casa.

El árbitro levanta el brazo de Harrison (d), mientras Araya observa (i). | EL DÍA

El árbitro levanta el brazo de Harrison (d), mientras Araya observa (i). | EL DÍA

Santa Cruz de Tenerife

Golpes, estrategia, patadas. Pero, sobre todo, injusticia. Así define Isaac Araya su batalla contra la leyenda Liam Harrison en el BEC Arena de Manchester. Una noche con miras hacia la historia, a elevar a Tenerife y a España a lo más alto, pero que terminó con sabor amargo para el adejero.

Verbalizaba en la previa de la velada que el cinturón se venía para Tenerife «al 100%». Al ring subía el mayor de los Araya. Un gladiador curtido en mil batallas, con 55 peleas a sus espaldas. Pero, cerca del final del tercer asalto, una patada demoledora de Harrison hizo tambalear al tinerfeño, desmoronando su equilibrio y su sueño de conquistar el WBC Diamond. Fue una derrota que se gestó mucho antes, y no por obra suya. Su pierna tembló, su cuerpo cedió, pero para Isaac, el verdadero golpe llegó desde fuera del ring. «Me hicieron un chantaje emocional en todo momento», afirma.

«Nos dijeron que la pelea era a las 20:00, y que a las 18:00 teníamos que estar. Llegamos y no nos atendía nadie». Su rival, en un gimnasio, e Isaac y su equipo, relegados a un rincón frío, y rodeados de otros peleadores. «Mi hermano luchando para que nos dieran un sitio mejor», recuerda.

El tiempo corría y el tinerfeño seguía sin poder prepararse para la pelea «más importante de su vida». «Cuando fuimos arriba [al gimnasio donde estaba su oponente], Liam Harrison ya estaba dándose masajes, vendado, con los guantes puestos. Quedaban dos combates para el mío y yo estaba llegando con una mano vendada solo». Para más inri, su oponente se protegía con un vendaje tailandés endurecido con esparadrapo –«una piedra»–, mientras que a él solo le permitieron una capa de gasa, mucho más vulnerable.

A pesar de todo, el primer asalto fue suyo, «haciéndole mucho daño». En el segundo dominó con patadas certeras. «Le tiro dos pateos por dentro, el tío cae delante del árbitro. Antes de caer, el árbitro se mete por medio para cubrirlo», explica. El giro llega con una cuenta que Isaac considera injustificada: «Me agarra una patada que le doy y me caigo desequilibrado, total, que ni me golpea. Y me hacen la cuenta». Para Araya, todo parte de una estrategia para «hundirle la mente una vez más». El tercer round trajo la astucia de un Harrison que, con una patada certera, selló el destino de un cinturón que solo ha sido ostentado por cinco campeones en su historia.

«Me encantaría la revancha en casa, con igualdad de condiciones». Isaac no duda, se pegó «un combatazo» y, lejos de rendirse, ya piensa en el reencuentro con el inglés. Sabe que es una posibilidad remota, pero no pierde la fe. «No acepta aunque busque 30.000 sponsors y le pague lo que quiera. Sé que no me va a aceptar el combate». ¿Por qué? «Sabe que lo parto», expuso.

La experiencia, al margen de la derrota, la valora como «una pasada». «Hasta que llegué al evento me trataron superbién, el hotel muy guapo, llegaron 50 amigos míos». A sus 38 años, el peleador sureño mantiene su determinación intacta: «Tengo 38 años y esto es como una droga, esto te hace sentir vivo».

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