Goleada contra el desánimo

El Heliodoro y el Tenerife se reconcilian con el fútbol en un derbi feliz y de imborrable recuerdo l> La ilusión del gentío fue la mejor gasolina para la tropa de Ramis

Enric y Waldo se felicitan por uno de los goles del Tenerife. | | MARÍA PISACA

Enric y Waldo se felicitan por uno de los goles del Tenerife. | | MARÍA PISACA / Manoj Daswani

Manoj Daswani

Manoj Daswani

Salió el Tenerife en tromba a comerse al eterno rival hasta engullirlo sin que pudiera escapar de un Heliodoro convertido en ratonera para el segundo clasificado, que dejó de serlo. Y así fue cómo el Heliodoro grapó a su galería de los grandes días de fútbol esta tarde impresionante, de las que no se olvidan.

No hay mejor vitamina para el desánimo que un triunfo contra Las Palmas; ni mejor remedio para el desamor (con el Tenerife) que un partido como el de ayer y una exhibición como ésta.

Resucitó el representativo en el mejor contexto posible, contra el rival más propicio para darse un festival y en un entorno apoteósico, engalanado el Heliodoro como si los puntos valiesen oro y el sueño de la promoción aún fuese posible.

La semana había sido frenética. Había viajado el tinerfeñismo desde la depresión profunda a la creencia de que los derbis, estos derbis, son otra historia. Tanto fue así que el vértigo de los días y las horas previas (la locura en la venta de entradas, la preparación del tifo, el recibimiento majestuoso y la temperatura creciente en torno al partido) llevaron al olvido la distancia de los 20 puntos en la clasificación y disiparon la sensación de que Las Palmas fuese favorita.

El Tenerife se lo creyó. Compitió la tropa de Ramis al segundo clasificado de igual a igual; o para ser exactos, incluso mirándole por momentos por encima del hombro. Así fue que se alejó muchas yardas el cuadro anfitrión de la versión pésima y poco fiable de la funesta entrega de la primera vuelta; y se aproximó mucho más al nivel óptimo del playoff al calor de un Heliodoro hecho bombonera. Cuesta explicarlo (y entenderlo) pero la realidad es que se vistió de gala el coliseo capitalino sin que el partido fuese una final ni una cita trascendente. No se jugaba por tres puntos; era un asunto de orgullo, una cuestión de fe.

También tiene muy difícil razonamiento futbolístico lo ocurrido después, cuando el balón se puso en juego y el festival blanquiazul fue pleno, sin discusión, un monólogo de cabo a rabo. Un gol de Enric, otro más, una ocasión aquí, otra allá, el misil de Waldo, Las Palmas mordiendo la hierba. La ilusión del gentío era gasolina para los pibes. Y solo así se explica que salieran en tromba a comerse al rival hasta engullirlo y convertir el verde del Rodríguez López en una ratonera para los amarillos. Tal vez no pasará a la historia este partido por la relevancia capital de los puntos para el Tenerife; sí por las sensaciones, el espectáculo visual para los sentidos, el fútbol de muchos quilates y el modo apisonadora de los primeros minutos.

Y es que quiere tanto el Heliodoro los clásicos, los ama con tanta locura, los disfruta de tal manera que quiere repetirlos la temporada que viene. Es territorio desconocido lo que ocurrirá desde ahora y hasta el final, si le valdrá esta mecha al Tenerife para seguir en dinámica ganadora hasta el epílogo; o si Las Palmas encontrará consuelo a su derrota de ayer y logrará levantarse. Pero por lo pronto logró el tinerfeñismo el que para ayer era su gran objetivo. A falta de puntos para cotas mayores, se conformó –y tanto si lo hizo– con un alegrón inmenso. El de la conquista del derbi, que no es poco. A lo grande, con goleada.

Fue el 4-1 gasolina para el desánimo, remedio perfecto contra el desamor para un equipo que se reconcilió con la pelota mientras la afición volvió a levitar. Como si tuviera que frotarse los ojos para creer lo que estaba pasando. Fue inolvidable. De película.

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La victoria de ayer contra el equipo vecino desnivela el balance de los clásicos canarios en lo que va de siglo XXI. Hasta la fecha, habían sido ocho triunfos blanquiazules y otros tantos amarillos. El Tenerife ha cogido carrerilla en los últimos tiempos, con tres victorias en los últimos cuatro derbis. De paso, el representativo acaba con una larga sequía de 1.400 días sin doblegar a su acérrimo enemigo en liga. Sin contar los playoff de junio, el más reciente antecedente feliz en el Heliodoro había sido el del triunfo con goles de Carlos Ruiz y Naranjo.

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