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Atletismo

Por América no pasa el tiempo

La orotavense, de 85 años, no se ha perdido ni una de las 44 ediciones del Cross María Auxiliadora, solo otra más de las múltiples actividades diarias que acomete y que le permiten mantener un espíritu juvenil

América González justo antes de entrar en meta en el Cross Maería Auxiliadora. Carsten W. Lauritsen

Las tareas del hogar, llevar a los nietos al colegio, ir “a la finquita a plantar papas”, coser, los ensayos y actuaciones con su grupo folclórico, y ahora también con otro de teatro... y deporte. A sus 85 años a América González no le dan las horas del día para tanta vitalidad. En el Cross María Auxiliadora es ya toda una institución.

Apenas quedaban algunos corredores por cruzar la meta de la prueba de los cinco kilómetros del Cross María Auxiliadora, pero de pronto en la calle Nicandro González y la Plaza de Franchy Alfaro sonó una estruendosa y prolongada ovación. Los aplausos y vítores eran para América González. No se trataba de ninguna estrella invitada. Ni tampoco el reconocimiento a una historia de superación particular. Solo -que no es poco- el aliento a la que probablemente es la corredora más conocida y querida de la popular prueba orotavense.

A sus 85 años, América finalizaba con éxito, por cuadragésimocuarta ocasión y de manera ininterrumpida, su participación en el popular cross norteño. Casi sin despeinarse. Y con una media sonrisa en la boca. “Los años no perdonan, pero lo quería intentar a ver si llegaba, aunque fuera caminando; y gracias a Dios, llegué”, dijo luego la veterana corredora, sacudido ya el miedo sobre cómo iba a responder su cuerpo tras dos años de parón por culpa de “un virus que le deja a uno medio atrofiada”.

Un recelo previo también latente en América porque “apenas había entrenado”. Y no porque su cuerpo no se lo permitiera, sino porque “hay otras cosas que hacer”. De hecho, la veterana deportista dice que solo “a veces” corre “dos o tres kilómetros”. Su plan para mantenerse en forma es más tradicional. Alejada de programas y nutricionistas. “Tengo una finquita donde planto y cojo papas y hago viñas, hago cosas en mi casa, atiendo a mi marido, llevo a mis nietos al colegio y los recojo... también camino un ratito”, cuenta a modo de secreto.

Resulta casi imposible entender la existencia del Cross María Auxiliadora sin la figura de América. Una relación que nació, casi por casualidad, en 1977. “Un grupo de vecinas nos poníamos a bordar los chalecos de magos en el zaguán de nuestras casas. Una de ellas tenía un hijo en [el colegio] Los Salesianos, que empezó a organizar un cross, y nos dijo que si nos animábamos... Pues nos animamos y fuimos a correr; unas llegamos y otras no... Pero solo yo volví a correr”, recuerda de lo sucedido hace ya 45 años. En La Orotava lo llegó a hacer en compañía de sus sobrinos y de sus “dos hijas”, con las que incluso, en una edición, firmó un triplete de triunfos en sus respectivas categorías.

«De la emoción, cuando llego a meta, se me queda todo en negro y no soy capaz de reconocer a nadie»

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Le entró así a América la afición por una actividad, la del atletismo, a la que llegó a dedicar buena parte de los fines de semana. “Me entusiasmé y empecé a correr, hasta el punto que recuerdo un día en el que llegué a disputar tres pruebas distintas”, comenta. De su afición quedan el título en un Campeonato de España de veteranos celebrado en la Isla -“Le gané a todas las que vinieron de fuera”, señala-, y su participación en numerosas carreras a lo largo de todo el territorio nacional y parte del peninsular. Ejemplo palpable de ello, “una vitrina” en su casa “con más de 400 trofeos, copas y medallas”. “No sé si en Canarias alguna mujer ha corrido tanto tiempo como yo”, se cuestiona.

La constancia de América se ve recompensada con el cariño que le profesa todo aquel que rodea el Cross María Auxiliadora. Organizadores, compañeros de carrera y aficionados. Tanto en los últimos metros de su distancia -“De la emoción se me queda todo negro y no veo a nadie... La gente está gritando mi nombre, pero yo no reconozco a nadie”, admite-, como al terminar de correr. Como si de una estrella se tratara, es casi misión imposible abordarla para que relate su historia. Sacarse una foto, dedicarle un piropo o simplemente mostrarle un gesto de aprobación y reconocimiento. Todos tienen que ver con ella.

Y su intención es aumentar su número de participaciones. ¿Quizá hasta los 50? Ella levanta las cejas. “Bueno, a ver... Todavía quedan unos años para eso. Ojalá. Si estoy como ahora supongo que correría”, contesta mirando hacia el futuro y agarrándose a una perseverancia a prueba de bombas.

Esa constancia ha permitido a América cultivar, con el paso del tiempo, una profunda admiración hacia su figura. Por su entrega cuando corre, pero especialmente por su forma de ser. “Siempre he tratado hacerle el bien a la gente y creo que la gente me aprecia por ello. ¿Por qué hacerle mal? Igual tengo enemigos, pero mi conciencia está tranquila”, argumenta González. Con su talante y la forma en la que se conserva no sería de extrañar que en lugar de venderle su alma, haya sido América la que convenciera al diablo para mantenerla intacta sin coste alguno.

“Si uno quiere, las 24 horas del día alcanzan para todo”

Andaba algo inquieta América tras la prueba del pasado domingo. No paraba de darle vueltas a su cabeza. Como si de una agenda se tratara. “Tengo que preparar para el colegio [de los nietos] el traje [de magos], y para mañana, por la elección de la romera mayor, como tocamos con el grupo folclórico, debo almidonar las enaguas”, revelaba sobre sus ocupaciones. Solo una parte de ellas, porque América nunca para. En su currículum, entre otros logros, haber sido “romera mayor de La Orotava”, y “trabajar en un taller de costura durante 40 años”. Ahora, a los 85, son varios menesteres los que le impiden detenerse. “El otro día me invitaron al Colegio Ramón y Cajal para que enseñara a los niños a bailar el trompo”, cuenta. Siempre con un discurso que desprende vitalidad. No puede ser de otra manera cuando habla de su intención de ser fiel a varias de sus tradiciones particulares y que se encuentran ya a la vuelta de la esquina. Así, América tiene en mente ir a “ayudar en las alfombras” del Corpus; e intentará, como cada junio, “enramar chorros de flores la noche de San Juan”... “Si es que puedo, porque este año coincide con los carnavales”, expresa con cierta preocupación. Por si fuera poco, esta orotavense se ha embarcado recientemente Colectivo Cultural La Escalera, un grupo de teatro que hace unos días, por ejemplo, recreó el oficio de las lavanderas que faenaban en la piedra. Tal y como ella mismo hizo, en la vida real, cuando fue joven. Es, la de actriz, otra faceta más que no se le resiste a América. “De estudios no tengo mucho, pero no se me va la peseta”, expresa con una sonrisa y convencida de que “si uno quiere, las 24 horas del día alcanzan para todo”. Aunque si hay una virtud de la que presume esta orotavense de es “amasar gofio”, donde ya ha “sido premiada varias veces”. ¿Se defiende incluso mejor que con el atletismo? “Cada cosa tiene su sitio”, responde. Que ambas le duren.

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