La Sirenita no falló y, ofreciendo su mejor versión, conquistó ayer la que es su tercera medalla de oro seguida en unos Juegos. Y además, con récord del mundo.

En cada una de sus intervenciones públicas desde hace semanas, Michelle Alonso repitió una y otra vez que su objetivo en Tokio era lograr una medalla en su prueba favorita, los 100 braza. Le daba igual su color. Un discurso de veterana. Sacudiéndose la presión de verse en la obligación de lograr su tercer oro olímpico consecutivo. Una manera soberbia de afrontar la que seguramente haya sido la competición más complicada de su carrera. Una estrategia sublime con un resultado tan superlativo como merecido: su tercer título consecutivo en unos Juegos Paralímpicos. Otro éxito a lo grande, arrollando a todas sus rivales y haciéndolo además con nuevo récord del mundo (1:12:02). Rebajando en 59 centésimas una anterior marca que ella misma poseía desde las Olimpiadas de Río (1:12:61). Otro ejemplo más de superación, esa cualidad que ha hecho de Michelle una deportista única e histórica.

Triplete dorado para Michelle

E

Triplete dorado para Michelle

Siempre concentrada.

Ni el aplazamiento un año de los Juegos, ni la incertidumbre por el miedo a un positivo previo, ni una concentración a modo de burbuja desconocida para ella, tampoco el hecho de ser abanderada de la delegación española, ni siquiera el verse privada de disfrutar de un país que tanto idolatra, y mucho menos el verse tan superior en las eliminatorias. Nada, absolutamente nada, sacó a Michelle del foco. En su mente, ofrecer su mejor versión para disfrutar en la piscina del Centro Acuático de Tokio. Suficiente, con su clase, para brillar más que el resto. Y ayer, Michelle se lo pasó en grande.

Golpe de autoridad.

Desde la previa matutina la nadadora del Midayu fue la Michelle de las grandes ocasiones. Concentrada y rindiendo a su mejor nivel. Unas prestaciones tan elevadas (1:13:35) que su más inmediata perseguidora quedó a casi cuatro segundos. Un mundo, por mucho que el resto quisiera reservarse. Golpe sobre la mesa para las demás, y la confirmación para ella y su entorno (tras haber participado también dos días antes en los 200 libre) de que llegaba, tras bastantes semanas sin competición, en las condiciones óptimas para tratar de subirse de nuevo a lo más alto de podio. «Pensé que en el 200 podía haberlo hecho algo mejor, pero al día siguiente, en un test, hizo una gran marca, lo que unido a la previa, me dio tranquilidad», aseguraba su entrenador José Luis Guadalupe, el gran diseñador de la actual Michelle.

Su mejor versión.

Por la tarde llegó la verdadera explosión de la Sirenita. Hizo su aparición en la piscina con un reverencia al estilo local, y con rictus serio se despojó de su chándal para subirse al poyete. Tras el pistoletazo, su tramo sumergido no fue el mejor entre las participantes, pero a mitad de piscina Alonso ya mandaba sobre el resto. Poco a poco fue tomando ventaja para llegar al viraje con 1’87” sobre la británica Louis Fiddes, séptimo tiempo en la clasificatoria, pero gran rival en la final de la isleña. «Ahí no las tenía todas conmigo, porque Fiddes ya le había ganado dos veces llegando por detrás al 50, por lo que esperaba que apretara. Pero mira, Michelle mantuvo el ritmo y se acabó llevándose el oro», analizaba a posteriori Guada.

Voló hasta el final.

Y es que tras parar el crono en su primera posta en 33:65, Alonso puso el turbo. Lo hizo desde su atalaya de la calle preferida por los nadadores, la 4. Llena de confianza viéndose primera, y como si quisiera sacudirse de un plumazo la presión y sacrificios vividos en estos meses. Una situación ganada a pulso que hizo volar a Alonso en sus últimos metros. Tanto, que poco a poco terminó de distanciar a sus rivales a la vez que le fue ganando terreno a la barrera de su propio récord del mundo (cuando lo batió en Río fue tres décimas más lenta) para acabar rebajándolo en 59 centésimas.

Celebración a lo grande.

Superioridad absoluta y nuevo registro planetario que Michelle expresó llevándose las manos a la boca. Luego sonrió, también levantó los brazos al cielo y se abrazó con la británica Fiddes (llegó a 3”91 de la isleña) y las hermanas brasileñas Borges. Todas ellas le reconocieron el resultado a su constancia y sacrificio. Todas se rindieron a su dominio en la distancia. Como ocurrió en Río hace cinco años y también en 2012 en su estreno en Londres. Ahora Michelle pide a gritos un descanso. En la próxima cita olímpica ya tendrá 30 años. ¿Será posible ese poker en Paris 2024?

«Este día no puede ser real»

La misma emoción que mostró nada más tocar la pared y comprobar que había conquistado su tercer oro olímpico consecutivo se mantenía intacta en Michelle Alonso aún horas después. Incluso tras superar el correspondiente control antidoping que se obliga a pasar a los campeones olímpicos. «La verdad que no me la esperaba y estoy supercontenta», expresó la nadadora isleña del Midayu Tenerife, que por un lado dio a entender que se hubiera conformado «con la plata» mientras que por el otro reconoció no ser consciente todavía de los sucedido. «Pienso que estoy en la cama soñando; no me lo creo», señaló la chicharrera sobre una prueba por la que casi llora «de la emoción». «He conseguido la medalla de oro y encima con otro récord del mundo. Este día no puede ser real», insistió la isleña en relación a un logro «que ha costado muchísimo».

Cuestionada por su futuro deportivo, Alonso no quiere hablar todavía de Paris 2024. «Vamos a ver a ver si aguanto, porque ya me siento mayorcita, cada año tengo más lesiones y también una alergia», expuso, si bien no cerró la puerta a un nuevo duelo con la británica Louis Fiddes, a la que le queda por delante «mucha carrera». Por ahora, el único objetivo de la Sirenita es «volver a casa» para descansar y poderse dar algunos caprichos con la comida como «un plato de gofio y unas papas fritas con huevos».

Salvo en los primeros metros, en los que algunas de las rivales fueron algo más rápidas por debajo del agua, Michelle mandó en su prueba con mano de hierro. Tanto, que a los 60 metros el mayor interés se trasladó a la lucha por las otras dos medallas. Cuando la isleña tocó la pared se subió a la corchera, apretó los puños y celebró su oro.