Como si de una especie de martillo pilón se tratara, José Luis Guadalupe puede sentirse, gracias a su insistencia, responsable de una importante cuota en la medalla de Michelle Alonso. Realmente esa culpa es extensible a casi todo el palmarés de la nadadora isleña. El entrenador del Midayu y de la selección española no ha permitido que su pupila bajara los brazos ni un solo segundo para intentar reinar de nuevo en los Juegos Paralímpicos. Quizá por ello, cuando ayer la Sirenita tocó la pared de la piscina para confirmar su oro, Guada se quitó un peso de encima.

«Esto ha tenido un trabajo muy fuerte detrás que nadie sabe lo que ha costado. Lo peor que hemos tenido que pasar fue mantener la concentración y también los Juegos en sí por el calor, la presión...», explicaba el técnico horas después del éxito de Michelle. Una argumentación realizada «todavía en una nube» pero a la vez luchando contra «el sueño y el cansancio»... y hasta con un pequeño accidente. «De los nervios me tuve que tomar un trankimazin y además me di un golpe en la cabeza en una escalera yendo hacia la grada; estoy que me caigo», apuntaba el entrenador.

Anoche, más allá del agotamiento acumulado, Guada era un hombre orgulloso «por el logro de Michelle y por lo bien que nadó» en la final. Fue la mejor manera de premiar un trabajo constante y que además se complicó con factores externos estos últimos días. «El estrés y la presión han sido muy grandes, porque todo el mundo daba por hecha la medalla de oro, y yo tenía miedo a que ocurriera cualquier cosa», reconoció. Un discurso pronunciado a modo de entrevistado y también como jefe prensa de su pupila. Y es que Guada dedica no pocas horas «a que se vea lo que realmente se trabaja a diario». Esta la medalla de oro lo eclipsa todo, pero detrás quedan cinco años de sacrificio en silencio e invisibles que el técnico intenta, independientemente del resultado final, poner en valor.