Una de las grandes afectadas por el aplazamiento de los Juegos fue Michelle Alonso (Santa Cruz de Tenerife, 1994), que no solo notó tambalear su sueño de poder brillar en Tokio, una de sus ciudades favoritas, sino que además se vio alejada de su hábitat, el agua. Suficiente como para pensar en arrojar la toalla. Pero no, Michelle perseveró y, como le fue posible, trabajó a diario hasta que regresara la normalidad. Fiel a una de sus mayores señas de identidad a lo largo de estos años. La misma que le ha convertido en una nadadora especial y única. Y lo hizo entre las cuatro paredes de su casa, ayudada por una máquina de remo entregada por el Comité Paralímpico Español, también por la insistencia y empeño de su entrenador José Luis Guadalupe... y porque en el horizonte lo que estaba era Tokio. Una cita que no podía dejar pasar.

Una motivación extra.

Meses de reclusión que de forma paulatina fueron quedando atrás. Tiempo de reinventarse y saber sufrir con el que a Michelle no le quedó más remedio que convivir. Un sacrificio, eso sí, con un premio posterior: ser abanderada de la delegación española en la ceremonia de apertura de los Juegos que tendrá lugar mañana martes. Un hecho inédito para el deporte canario. Un acicate clave para que Alonso y todo su entorno apretaran los dientes, más si cabe, en su intento de que la nadadora isleña se cuelgue el domingo 29 el que sería su tercer oro olímpico consecutivo.

El parón, un mal recuerdo.

Ahora, a las puertas de la cita nipona, Michelle sonríe y rezuma positivismo. Apenas le restan unos días para tirarse a la piscina a competir. Atrás quedan «dos años de un gran sufrimiento trabajando para este momento», reconoce la deportista tinerfeña, que ya con perspectiva mira hacia aquel «confinamiento» como «el peor momento» de todo este inesperado lapso. «Tener que parar de repente, cuando además me encontraba muy bien y había hecho solo unas semanas antes la marca para ir a los Juegos... Ese parón fue horrible», recuerda Alonso sobre lo ocurrido hace casi 18 meses.

Guada, apoyo vital.

Año y medio en el que la paralímpica tinerfeña ha contado (al margen de su madre) con un apoyo vital, el de su técnico José Luis Guadalupe. Clave para que la implicación de la nadadora no decayera un ápice pese al obligado paréntesis. «Fue como si hubiera tenido una lesión», relata el entrenador, que recalca que «esos cinco meses en los que Michelle no pudo entrenarse pesan tanto como haber estado parada una temporada entera». Un frenazo con mayor incidencia aún en comparación con «rivales directas» de la tinerfeña. «Países como Australia, China, Japón y Gran Bretaña cogieron a sus deportistas de alto nivel y se los llevaron a un centro de alto rendimiento para que no dejaran de prepararse», se lamenta el entrenador.

Labor psicológica.

Mientras contaba los días para volver a la piscina (primero fue la del RC Náutico y después la Acidalio Lorenzo), Guada tuvo que incidir en otros aspectos, ejerciendo casi de psicólogo. «Estoy dedicado a ella desde 2010 y creo que la conozco bien. Lo bueno que tiene ella es que vive al día y no piensa en el futuro, sino en lo que tiene que hacer mañana», comenta el entrenador de Alonso sobre una filosofía que hasta cierto punto ha atenuado la dificultad generada por el «volver a empezar casi de cero». A ello se une, «una mayor madurez física y un crecimiento deportivo» de su pupila, especialmente «justo antes de los Juegos de Río». «Tras ser bronce en el Mundial de Glasgow, se dio cuenta de que debía entrenarse mucho más y también mejoró su concentración», explica sobre un «umbral del sufrimiento» ahora algo mayor y que ha sido clave para superar el delicado trance de estos meses.

Un subidón.

De vuelta a una rutina muy similar a la desempeñada antes de la pandemia, Michelle ha podido poner los cinco sentidos en la cita de Tokio, donde aterrizó el pasado viernes. Con casi 10 días por delante antes de afrontar uno de los retos más importantes de su carrera. Pero previamente a lo que suceda este próximo domingo Alonso ya será protagonista estelar en el ceremonia de inauguración de los Juegos. «Un subidón enorme», como ella misma califica a este clásico evento, el tercero que hará desfilando, pero el primero como abanderada de su país. «Es una pena que no haya público, pero bueno... Será algo muy emocionante», añade la isleña con una sensación encontrada. Un acto para recordar y que, según se analice a priori podría resultar contraproducente a tan pocos días de su prueba oficial. Guada, sin embargo, no lo ve así. «Lo bueno de la discapacidad de Michelle es que se pone unos cascos y ella misma se aísla. A veces cuesta más motivarla en los entrenos que en la competición, pero a la vez se trata de una deportista muy competitiva y con mucha experiencia. El día que nade lo dará todo y no le influirá nada», argumenta el técnico al respecto.

Unos Juegos distintos.

La de Michelle, cuando se lance el domingo al vaso del Centro Acuático de Tokio, será seguramente una versión superlativa a pesar de que estos días previos no van a resultar como ella tenía en mente antes de la pandemia. «Es la cuarta vez que estoy aquí, pero es una pena que no pueda salir ni quedarme unos días tras los Juegos», se lamenta la nadadora, que también se va a ver privada de la satisfacción que supone «sentir el calor del público en la grada». «Será todo diferente», añade Alonso, que se consuela pensando en una próxima visita «con más tranquilidad cuando acabe todo».

No importa el color.

Pero lejos de ser presa de la sobreexcitación, el autopresionarse o desanimarse por no encontrarse como esperaba a su país fetiche, Michelle lo tiene claro con todo lo que le ha tocado sufrir para llegar hasta la cita nipona. «Estaré contenta con solo aterrizar en Tokio», señaló hace unas semanas todavía en Tenerife, y aunque no le hace ascos al triplete dorado, todo lo que sea subir al podio ya resultaría para ella un incalculable triunfo. «Me encantaría lograr la medalla de oro, y más en un país que me apasiona, pero si logro la plata o el bronce estaré igual de contenta; me da igual el color. Con cualquier medalla sería inmensamente feliz», repite en varias ocasiones la tinerfeña. Incluso, Alonso se sacude todo aquellos que se pudiera entender como decepción si no logra subir al podio. «Si no se consigue esa medalla me quedaré tranquila, porque el trabajo está hecho, se ha intentado y seguro que disfrutaremos de estos Juegos Paralímpicos», argumenta con rotundidad la deportista chicharrera, que tiene en mente bajar el pistón un cierto tiempo tras Tokio 2020. Por constancia, superación y ejemplo, Michelle ya es de oro antes de tirarse a la piscina. Para ponerle un broche inmejorable a una carrera de relumbrón, una presea en la capital nipona supondría un merecido premio a su sacrificio y constancia.

Sabedora de loa importancia de la cita de Tokio, Alonso se ha exprimido en estas últimas semanas de entrenos para llegar en las mejores condiciones a los Juegos. Lo ha hecho, eso sí, sin perder nunca su habitual sonrisa.

La baja de Judit Rolo, algo más que una ausencia deportiva

Pero pese a la distancia y la ajetreada agenda de Alonso, ambas mantienen el contacto en estos días previos a los Juegos. «Hemos estado hablando, aunque la pena es que con la diferencia horaria a veces tardamos en responder», relata Judit de unas conversaciones en las que los temas centrales son «lo grande que es la villa, las camas de cartón de las habitaciones, o el poder tener acceso a la comida japonesa, algo que le encanta». «La veo muy bien, disfrutando, que es lo importante para prepararse para su prueba», añade Rolo, que también puede atribuirse una cuota de responsabilidad en el caso de que su Michelle suba al podio.

Con innumerables restricciones y sin el aliento del público, pero también sin su alma gemela. Y es que por primera vez Michelle Alonso afronta una competición sin tener al lado a la que se puede considerar su hermana deportiva, Judit Rolo. La Mariposa se ha visto mermada recientemente por una lesión del nervio cubital que le ha bajado su rendimiento y le impidió alcanzar la mínima para Japón. «Voy a echarla mucho de menos. Es mi complemento y me alegría, y cuando coincidimos entrenando se nota un cambio de actitud. Es una pena que no pueda venir, pero estoy muy orgullosa de ella y de que lo haya intentado todo por estar. Ahora le toca desconectar, descansar y recuperarse», comentaba aún en Tenerife, Michelle, a la que no le hubiera importado, según afirmaba entre risas, «llevar en la maleta» a su amiga. Su ausencia es más relevante de lo que podría parecer, según detalla Gauda. «Judit era un apoyo muy grande porque se quedaba con ella en la habitación y entre las dos existe bastante confianza. Michelle se lleva bien con su compañera aquí en Tokio, Nuria Márquez, pero no es lo mismo porque Judit era una especie de confidente. Ella es muy reservada y es muy difícil que te cuente las cosas», explica el técnico.