Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Elizabeth Taylor y su pandilla de autoras inglesas prodigiosas

Junto a Muriel Spark, Barbara Pym, Nancy Mitford y Anita Brookner, la artífice de ‘Prohibido morir aquí’, novela recientemente recuperada por Libros del Asteroide, fue parte de una generación de escritoras británicas hoy reivindicadas que a mediados del siglo XX analizaron con finura la sociedad de su tiempo

Elizabeth Taylor

Elizabeth Taylor / Pablo García

Carmen López

Mientras que la actriz Elizabeth Taylor cosechaba éxitos en el cine y se casaba y se divorciaba como quien va a comprar el pan, una tocaya de nombre y apellido escribía. Aunque tuvo que vivir con la incomodidad de ser la otra, se labró una buena carrera con más de una decena de novelas y relatos con los que logró ser una de las escritoras británicas más admiradas de su generación. Sus títulos, escritos entre 1945 y 1972, se han publicado traducidos en España gracias a diferentes editoriales a lo largo de las últimas décadas. El más reciente que ha llegado a nuestras librerías es Prohibido morir aquí -también el último que sacó en vida, en 1971- de manos de Libros del Asteroide, con traducción de Ernesto Montequin.

El libro se adaptó al cine -de alguna manera, la Taylor escritora también tuvo su propio lugar en la gran pantalla- en 2005, de la mano del director Dan Ireland. Rupert Friend y Joan Plowright dieron vida a los protagonistas, la señora Palfrey y su improbable amigo Ludo, una viuda y un aspirante a escritor muerto de hambre que encuentran en el otro la compañía que necesitan. La protagonista se ha mudado al hotel Claremont (una especie de paso previo a la residencia de ancianos) para poder disfrutar de las oportunidades de ocio de Londres y la visita de su nieto, que trabaja en el Museo Británico. Pero ni ella tiene ganas de espectáculos ni el descendiente aparece por su alojamiento, así que cuando el destino le ofrece la posibilidad de atar lazos de amistad con un joven melenudo, la acepta. Su relación se asemeja a la de una abuela y un nieto reales, pero también a la de dos colegas que juegan a tomar el pelo a quienes les rodean.

Nacida en Reading en 1912, Taylor era una excelente observadora. Ella aún estaba lejos de ser vieja cuando escribió la novela, pero supo ponerse en la piel de un grupo de personas de la tercera edad para contar una realidad compartida: el peso de la soledad que no escogieron y el sentimiento de ser cada vez menos capaces de vivir en una sociedad que les infantiliza. «Ser viejo era un trabajo duro. Era como ser bebé, pero a la inversa. Un niño pequeño aprende algo nuevo cada día; un anciano olvida algo cada día», dice la escritora en el texto, con compasión pero sin condescendencia. La ironía sutil es uno de sus rasgos distintivos y la aleja de cualquier atisbo de cursilería.

Luis Solano, fundador y director de Libros del Asteroide, considera que la autora «es una impecable observadora de la vida cotidiana y de las sutilezas de la realidad femenina. Hay algo en su mirada que la hace especialmente moderna, en sus libros no hay grandes crisis, pero sí una percepción muy aguda del devenir de los días, así como un sentido del humor y una ternura hacia sus personajes que los lectores aprecian mucho».

Con esta novela quedó finalista del Premio Booker, el único reconocimiento notable que obtuvo además del Whitebread-Prize, pero que se le concedió de manera póstuma en 1976 (murió en 1975 en Buckinghamshire). Aunque puede que sea su título más importante, llevaba tres décadas descatalogado en España. «Es un caso curioso, porque es una autora con obra en distintos sellos y recuperaciones recientes de varios libros suyos, pero no de este. Llevábamos años detrás de ese libro, pero nos costó un poco más conseguir que nos vendieran los derechos», explica Solano.

De pluma afilada

Taylor forma parte de una generación de escritoras británicas que analizaron con finura la sociedad del tiempo que les tocó vivir. Una de las más famosas es Muriel Spark (Bruntsfield, 1918-Florencia, 2006), una escocesa intrépida que tuvo una vida digna de película y escribió algunas de las novelas más divertidas de su tiempo. Su educación transcurrió en la escuela James Gillespie, solo para niñas, donde se le encendió la pasión por la literatura gracias a una profesora llamada Miss Christine Kay, en la que años después se inspiró para componer a la protagonista de La plenitud de la señorita Brodie (1961). Tras trabajar de secretaria y profesora, en 1937 aceptó la proposición de matrimonio de Sidney Oswald Spark, lo que creyó que sería una vía de escape hacia la libertad.

Se mudó a Rodesia con su esposo y tuvo un hijo llamado Robin. Pero Sidney tenía problemas mentales y la vida se convirtió en una montaña rusa de contratiempos que le hicieron plantearse saltar a las cataratas Victoria y acabar con todo. Sin embargo, lista como era, optó por separarse y perseguir su objetivo de ser una autora de éxito. Metió a su hijo en un internado mientras arreglaba todo el lío del divorcio, que no fue fácil y menos con la Segunda Guerra Mundial en marcha. Tardó dos años en salir de África, pero finalmente logró volver a Londres donde trabajó en una radio del Ministerio de Exteriores británico centrada en el contraespionaje.

Perversa pero divertida

Trabajadora incansable, publicó su primera novela The Comforters (1957) gracias a la ayuda económica de amigos como Graham Greene. Tenía 39 años y un problema de adicción a la dextroanfetamina, un fármaco depresor del apetito (el Ozempic del siglo pasado) que le causaba alucinaciones. De ahí su compulsión por archivar documentos para constatar que los hechos habían ocurrido y no eran producto de sus delirios. Ahora parte de esa ingente recopilación está en la Biblioteca Nacional de Escocia y otra en novelas de tintes autobiográficos como La entrometida (1981). Como escribió Rachel Cusk en The New Yorker, Spark coló muchos detalles de su vida en sus textos aunque «por lo general, le gustaba mantener su mundo ficticio y a las personas que lo habitan a mayor distancia, para poder infligirles violencia».

Blackie Books tiene ese título en su catálogo junto a El esplendor de la señorita Jean Brodie. Su editora Rebeca G. Izquierdo afirma que «no concebimos un mundo en el que Muriel no esté en los estantes de una librería. La literatura universal estaría huérfana sin ella: suyas son algunas de las novelas más perversas y sin embargo divertidas de las letras contemporáneas, y algunos de los personajes femeninos más complejos y enigmáticos». Su obra alcanzó más de 20 novelas, además de obras de teatro, biografías -algunas muy aplaudidas como la de Mary Shelley-, relatos y numerosos artículos y reseñas. Terminó su vida retirada en la Toscana, en la casa de la escultora Penelope Jardine, primero secretaria y después albacea de todo su trabajo.

Elizabeth Taylor y su pandilla de autoras inglesas prodigiosas

Elizabeth Taylor y su pandilla de autoras inglesas prodigiosas / La Provincia

Imposible no incluir en su grupo de coetáneas a Barbara Pym (Oswestry, 1913-Oxfordshire, 1980), otra británica autora de 13 novelas, muchas de ellas traducidas al castellano por diferentes sellos nacionales. La última en llegar a España fue Cuarteto de otoño, rescatada en 2021 por Gatopardo, que ya había publicado otros títulos suyos con anterioridad. Con este libro fue finalista del Premio Booker en 1977 y en él, como Taylor, observa la vida cuando se acerca a su ocaso. Por otro lado, coincide con Spark en un detalle de su biografía: ella también prestó servicio al Gobierno británico en la Segunda Guerra Mundial, en el Cuerpo Auxiliar Femenino de la Armada. Más tarde, pasó muchos años en el Instituto Internacional Africano de Londres y su firma apareció en muchos de los números de África, una revista dedicada a la antropología.

Sin embargo, un artículo publicado en The Guardian el pasado mes de mayo sugiere que la vida de Pym no fue tan plácida como parece. «La autora que desmintió las estructuras sociales de la Gran Bretaña del siglo XX trabajó como censuradora durante la Segunda Guerra Mundial», detalla Nadia Khomami, que añade: «En lugar de simplemente examinar las cartas privadas que debieron haberla ayudado a perfeccionar su talento, también podría haber trabajado para el MI5».

Escandalosa y aclamada

Resulta que Pym también mantuvo una relación con un oficial nazi, un detalle habitual en la familia de Nancy Mitford (Londres, 1904- Rue d’Artois, 1973). Por edad y perspicacia puede formar parte de la pandilla de escritoras británicas más relevantes del siglo XX. Experta en diseccionar las polémicas de las altas esferas sociales gracias a sus desbocadas hermanas -retratadas en la serie Escandalosas-, firmó algunas novelas tan aclamadas como Amor en clima frío y A la caza del amor, así como No se lo digas a Alfred y Trifulca a la vista, todas en el catálogo de Libros del Asteroide.

Habría sido interesante reunirlas a todas alrededor de una mesa y escuchar sus conversaciones, seguramente bien nutridas de observaciones sagaces y secretos jugosos.

La hermana pequeña

El director de Libros del Asteroide, Luis Solano, que acaba de publicar la novela Hotel du Lac de Anita Brookner (Londres, 1928-2016), señala a ésta como una más que digna sucesora de estas británicas prodigiosas. Ella nació un poco más tarde y tenía 53 años cuando escribió su primer libro de ficción. Doctora en Historia del Arte en el Courtauld Institute of Art, fue la primera mujer de la cátedra Slade en la Universidad de Cambridge. De ahí que sus primeros textos estuvieran relacionados con su carrera, pero después pilló carrerilla en la ficción y escribió más de una veintena de novelas.

Brookner, como Elizabeth Taylor, Muriel Spark, Barbara Pym y Nancy Mitford, fue especialista en bucear en los pensamientos complejos de la mente femenina. Ganadora del Premio Booker en 1984, puede que fuese la que más reconocimientos obtuvo en vida, aunque se suele señalar que llevó -vista desde fuera y con un sesgo de género conservador- una existencia bastante solitaria, sin pareja oficial ni hijos. De hecho, su discurso de aceptación del mencionado galardón duró apenas un minuto y solo mencionó al jurado, sus editores y su agente. Pero, según Julian Barnes escribió en The Guardian, «a menudo mantenía al mundo a raya, pero eso no la hacía sentir sola. Tenía más de 40 años cuando por fin escapó del caos emocional de la vida con sus padres (a quienes amaba ‘dolorosamente’); y después de eso, creo, vivió exactamente como quiso». Un epitafio bastante envidiable.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents