Cine
La sensualidad mediterránea
La muerte de Claudia Cardinale añade más aflicción a la comunidad cinéfila internacional, noqueada tras la reciente desaparición del gran Robert Redford

'Fellini, ocho y medio', con Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale, Anouk Aimée y Sandra Milo en los principales roles, optó a cinco estatuillas en los Óscar de 1963, aunque sólo obtuvo dos: Mejor película de habla no inglesa y mejor vestuario. / E. D.
A diferencia de otros muchos mitos femeninos el que representó durante toda su vida la desaparecida estrella italiana Claudia Cardinale (Túnez, 1939/París, 2025) exponía a los ojos de los espectadores una imagen de proximidad, dotada de cierto salvajismo aunque provista también de una sonrisa impactante que mostraba el contacto tangencial con una realidad absolutamente inherente a la que mostraban sus propios rasgos personales: sus inmensos ojos negros, su voz dulcemente ronca, sus profundas raíces populares junto a esa cualidad, tan común en la mujer mediterránea, de exhibir su volcánico temperamento a través de una intensa y magnética mirada le ayudaría a asumir los grandes retos artísticos que afrontaría durante sus más de cuarenta años de carrera profesional junto a cineastas del renombre de Mario Monicelli, Luchino Visconti, Mauro Bolognini, Pietro Germi, Valerio Zurlini, Federico Fellini, Blake Edwards, Abel Gance, Richard Brooks, Liliana Cavani, Sergio Leone, José Giovanni, Damiano Damiani, Francesco Maselli, Marco Ferreri o Alexander Mackendrick, en compañía de estrellas de gran relumbrón (Marcello Mastroianni, Alain Delon, John Wayne, Burt Lancaster, Jean-Paul Belmondo, Lee Marvin, David Niven, Peter Sellers, Ugo Tognazzi, Franco Nero, David Niven, Jason Robards, Gérard Depardieu, Jacques Perrin, Gian Maria Volonté…)
Primeros pasos y ascenso
Claudia Cardinale llegó al cine a edad muy temprana, a sus dieciocho años recién cumplidos, tras participar en un concurso de belleza donde, como no podría ser de otra manera, sería coronada como la más bella del lugar, título que le abriría las puertas a su carrera de actriz interpretando un breve e insignificante papel en la extraña coproducción franco tunecina Goa, le simple, del cineasta francés Jacques Baratier, película que la catapultaría, pese a su escaso éxito comercial y a la manifiesta indiferencia que mostraría ante ella la crítica internacional, al estrellato nacional participando, a partir de entonces, en un puñado de filmes de mucha enjundia, como la mítica Rufufú (I soliti ignoti, 1958) junto a un flamante pocker de estrellas encabezado por Totó, Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman y Renato Salvatori, a las órdenes del gran maestro de la commedia alla´italiana Mario Monicelli.
Aunque su participación en esta pieza canónica del mejor cine italiano de la posguerra no se distinguiría precisamente por su larga extensión, el hecho de haber actuado junto a un elenco de figuras tan brillantes y tan populares le aportaría un importante valor añadido que utilizaría provechosamente para situar su futuro profesional en terrenos cada vez más sólidos, competitivos y ambiciosos.
Debutó en el cine con ‘Goha, le simple’ de Jacques Baratier, e inició su carrera internacional
Sea como fuere, el precedente de un arranque tan prometedor tuvo su verdadero origen en una visita fortuita a la Mostra de Venecia, incluida en el premio que recibiría por su elección como Miss Túnez en un concurso de belleza celebrado cuatro años antes. Allí la conoció el todopoderoso productor Franco Cristaldi quien decidió lanzarla como un nuevo mito erótico, haciéndole interpretar veinte películas en solo cuatro años hasta convertirla en la Claudia nazionale (sic) y, meses después, en su flamante esposa hasta su ruidosa ruptura acaecida en 1975.
Su fulgurante ascensión a la fama internacional no tardaría en llegarle al ser requerida insistentemente su presencia en éxitos de la talla de Un maldito embrollo (Un maledetto embroglio, 1959), de Pietro Germi, comedia policíaca inspirada en la célebre novela de Carlo Emilio Gadda, donde la actriz comparte protagonismo con el propio Germi en un simpar encuentro interpretativo del que guardamos gratísimo recuerdo muchos de los aficionados que ya peinamos canas; El bello Antonio (Il bell´Antonio, 1960), de Mauro Bolognini, un intenso drama social, escrito por Pier Paolo Pasolini y Gino Visentini y con un reparto encabezado por Marcello Mastroianni y Pierre Brasseur, que se convertiría en un sutil y penetrante correlato del clásico de Federico Fellini La dolce vita (La dolce vita, 1959), estrenada un año antes, también con Mastroianni como cabeza de cartel.

CA01. CANNES (FRANCIA), 18/05/2015.- La actriz italiana Claudia Cardinale posa para los medios a su llegada al estreno de la película de animación "Inside Out", presentada fuera de competición, durante el Festival de Cannes, Francia, el 18 de mayo del 2015. EFE/Ian Langsdon Festival de Cannes - "Inside Out" / IAN LANGSDON / EFE
La carrera de la Cardinale seguiría escalando los peldaños de la fama con su actuación en producciones del calado de Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), la obra maestra de Luchino Visconti, inspirada en un libreto de Suso Cecchi d´Amico, Pasquale Festa Campanile, Massimo Franciosa, Enrico Medioli y Giovanni Testori. Un complejo y emotivo retrato de la inmigración interior durante el milagro económico italiano que perdura, pese a sus sesenta años de vida, como un paradigma inalterable del arte cinematográfico con mayúsculas, conservando activos todos sus valores, sobre todo los que la sitúan como el mejor ejemplo del realismo crítico en un momento histórico de importancia capital en el desarrollo de los nuevos cines europeos y en la puesta a punto de una actitud innovadora y combativa frente al desalentador paisaje de una realidad heredada de una guerra que cambió sustancialmente la percepción moral del mundo.
Ese mismo año, y tras su puesta de largo como actriz junto a uno de los maestros supremos de la historia del cine, interpreta el papel de Aida, una bella e ingenua milanesa, en La chica con la maleta (La ragazza con la valigia), uno de los títulos más sobresalientes de Valerio Zurlini, autor de la inolvidable Crónica familiar (Cronaca familiare, 1962) y, probablemente, uno de los dramas más representativos de la larga era posneorrealista, coprotagonizado por Jacques Perrin, un tímido y enamoradizo adolescente, perdidamente hechizado por la belleza y la sensibilidad de una mujer tan seductora como desconcertante.
Protagonizó ‘El Gatopardo’ de Luchino Visonte, con la que ganó la Palma de Oro
Tras un intenso período consagrado al estudio del proletariado italiano a través de títulos de la enjundia dramática de Ossesione (Ossesione, 1942), La tierra tiembla (La terra trema, 1948), Bellísima (Bellisima, 1951) o Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), Visconti dirige su mirada hacia el agónico mundo de la aristocracia durante los agitados años del Risurgimento en El Gatopardo (Il Gattopardo, 1963), componiendo una de las sinfonías visuales más ricas, fascinantes y lúcidas de la historia del cine, no sin antes mostrarnos la amenazante escalada de la burguesía como una clase social emergente y codiciosa que contribuirá, de manera irreversible, a alterar sustancialmente el mapa político de un país sembrado de conflictos. La película coronaría su éxito con la Palma de Oro de Cannes.

Claudia Cardinale, en una imagen histórica. / E. D.
Visconti y la consagración
Pues bien, el maestro italiano, consciente de los valores en alza que atesoraba Claudia Cardinale, no dudaría lo más mínimo en encomendarle el rol de Angelica, el personaje femenino más relevante de la película y el que mejor explica las brutales contradicciones sociales y políticas que golpean el delicado período de transición que atravesaba Italia en aquellos tiempos. En esta maravillosa aventura profesional la actriz no solo lograría brillar con luz propia sino acompasar perfectamente su actuación con la del resto de su espléndido y variado reparto, integrado por figuras de la dimensión artística de Burt Lancaster, Alain Delon, Paolo Stoppa o Romolo Valli.
Dos años después, Visconti volvería a contar con ella para protagonizar, junto a Jean Sorel, Sandra (Vaghe stelle dell´Orsa), una historia de amor entre dos hermanos (Cardinale y Sorel) que desencadenó uno de los escándalos más sonados de los muchos desatados por el cine europeo durante la controvertida década de los años sesenta. Inspirada en Electra, la popular tragedia clásica, la película obtuvo el León de Oro en el XXVI Festival Internacional de Venecia, a pesar de haber afrontado la reprobación de importantes sectores de la crítica europea de la época.
La presencia de la estrella en el reparto de La Audiencia (L´udienza, 1972), de Marco Ferreri, en compañía de Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Michel Piccoli y Enzo Jannacci, representó otro paso importante en su afán por desviarse del arquetipo de mito sexual, en el que muchos productores, incluido su propio esposo, intentaban encapsularla. En esta excelente película, Claudia se introduce en la piel de Aiche, una mujer escultural que mantiene oscuras relaciones con diversos personajes de la jerarquía eclesiástica en la ciudad de Roma.
Entre sus más gloriosas actuaciones figuran, además, títulos situados en la órbita del gran wéstern, como la bella campesina revolucionaria de Los profesionales (The Professionals, 1966), de Richard Brooks o la desconsolada viuda de Hasta que llegó su hora (C´era una volta il west, 1968), de su compatriota Sergio Leone; su impactante presencia en El clan de los marselleses (La scoumoune, 1972), de José Giovanni y, por encima de todo, su breve pero compleja interpretación en Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno, 1974), su última colaboración con el maestro milanés, constituyen el mejor ejemplo de la enorme sensibilidad que albergaba su infatigable talento.
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