El origen de una escritura
En ‘Morir en la era del algoritmo: una meditación’, Ricardo Menéndez Salmón defiende el derecho a morir dignamente y medita sobre la muerte en su obra

Ilustración de Pablo García. / Pablo García
Moisés Mori
Se recogen en este breve libro dos textos: el primero, que da título al volumen, es la ampliación de una conferencia que el autor leyó en las cuartas Jornadas de la Asociación del Derecho a Morir Dignamente, en Oviedo (2024); el segundo gira en torno a la experiencia personal del escritor durante el largo proceso de la enfermedad y muerte de su padre, lo que posteriormente le llevó a escribir un excepcional libro autobiográfico: No entres dócilmente en esa noche quieta (2020).
Los dos textos aquí reunidos (apenas suman 80 páginas) sitúan al autor en un espacio intelectual que a los lectores de su literatura (novelas como La ofensa, Medusa, La luz es más antigua que el amor...) no puede sorprender, pues Ricardo Menéndez Salmón concibe justamente su obra literaria, la ficción narrativa, como un modo de acercarse a las preguntas centrales de nuestra existencia, que él mismo, al reflexionar aquí sobre su condición de escritor, resume y formula así: «Por qué existe el mal; cómo puedo ser justo; qué son el tiempo, el espacio, el azar y la necesidad; cuánto puede un cuerpo; qué utilidad posee la belleza; por qué debo morir».
No podemos comprender que debamos morir, pero ese es el único dato incontestable de nuestra vida y, en cierto modo, el que verdaderamente la explica: «El elemento definitorio de la vida —resalta en cursivas— es que concluye» y en consecuencia —con igual énfasis— constata: «No se puede no pensar en la muerte». Se inclina así hacia la línea del estoicismo, cuyos presupuestos, como es sabido, conducen a una serena familiaridad con la muerte, a un aprendizaje del que su enseñanza central sería tanto la aceptación de nuestro destino último, de una buena muerte, como el curso de una existencia regida por esa misma posición moral, pues meditar sobre la muerte no deja de ser un modo de pensar en la vida («por qué existe el mal; cómo puedo ser justo...»).
Y estas páginas mantienen parecido tono estoico y reflexivo, se muestran tan cuidadosas y delicadas como firmes en sus principios, nunca agitadas o beligerantes, rehúyen la polémica o cualquier confrontación expresa; por lo demás, están pensadas para un público ganado de antemano, tratan, pues, de cimentar o asentar esa precaria pero imponente verdad, examinan y enriquecen un convencimiento compartido. El autor no se ocupa aquí en señalar a quienes se oponen a este libre ejercicio de responsabilidad personal que es la eutanasia, no abre línea alguna que pudiera llevarnos al enfrentamiento, a censurar, por ejemplo, tanto el discurso de ciertas religiones, siempre amparadas bajo la coartada del más allá, como el prurito profesional de algunos médicos y científicos, celosos de su propio saber y prestigio. En estas páginas de meditación, el escritor de El Sistema, Homo Lubitz y Horda confía en la racionalidad de su propio discurso, trata de argumentarlo, de promoverlo, está interesado ante todo en exponer su posición como hombre de letras, en atribuir en suma a su tarea literaria, de novelista, un poder iluminador para el que dice encontrar un espacio especialmente adecuado en torno a la ficción distópica, pero que –cabe pensar– podrían cumplir asimismo («¿qué utilidad posee la belleza?») la alta poesía, el amor, la música, la bondad, el arte.
Por qué debemos morir y el derecho a consumar ese trance dignamente constituyen, pues, la materia fundamental de este libro. El primer texto plantea esa legitimidad de un modo más bien teórico (no se olvide la formación filosófica del autor) y se distingue así, por ejemplo, la vida desnuda, mecánica o zoé, común a cualquier organismo, de la vida concreta o bíos, propia de seres con un proyecto vital, voluntad y conciencia, lo que les confiere la capacidad de decidir su destino. Sin embargo, en el segundo (Decir la muerte: estrategias de la ficción y de la autobiografía literaria) se pasa de ese registro expositivo a la confesión, y la voz que ahí seguimos es la del escritor, el hombre, el hijo Ricardo Menéndez Salmón, quien expone con sensibilidad y emoción lo que ha significado para él la enfermedad y muerte de su padre. El escritor regresa así a No entres dócilmente en esa noche quieta, a un espacio biográfico («cárcel», «red de desdicha», «mi gravedad», «culpa») que lo ha configurado tal como es, que ha sido la clave de su vida y su literatura.
Mirada, alma y estilo
Estas nuevas páginas confesionales no solo permiten regresar a aquel libro inolvidable y, en cierto modo ampliarlo, hacerlo aún más profundo y bello, pues ellas mismas son páginas de literatura y, al tiempo, un documento precioso para conocer el sustrato biográfico de la escritura de Menéndez Salmón (la mirada, el alma, el estilo), el fuste de toda su producción. Así, por ejemplo, leemos mejor ahora ese estoicismo defendido en la meditación sobre la muerte digna, y sobre todo fundamentamos con mayor propiedad la gravedad inherente a toda su obra, su concepción de la literatura como conocimiento.
Se nos presenta como un libro menor, y lo es por su discreta apariencia, por su edición al margen de los principales circuitos comerciales, pero es un pequeño volumen cargado de talento, ideas y significación, y es que su autor nunca deja de ser quien es: el escritor que mira hacia Dostoievski y Bernhard, que lee a Montaigne y Roth, que debate con Kurtz y Bardamu... en definitiva, no abandona nunca la senda de la literatura verdadera, la que interroga por el mal, la belleza, el otro y la muerte.
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