¿Cómo habitar la vejez con caricias y no con los peores golpes?

La transformación demográfica que viven los países desarrollados interpela a la arquitectura sobre cómo adaptarse a la longevidad

Vivero Toranoko, de Takashige Yamashita Office.

Vivero Toranoko, de Takashige Yamashita Office. / ED

Un lugar donde la arquitectura acaricia la vejez es Japón. En ese país donde florecen los cerezos se alarga la vida, y los japoneses llevan un tiempo enfrentándose a una transformación demográfica que se va acercando hacia nosotros. Esa transformación interpela a la arquitectura: ¿cómo habitar la longevidad?

Las islas japonesas, convertidas en laboratorio del envejecimiento global, ofrecen lecciones valiosas que Canarias no debería seguir ignorando. Mientras las estructuras familiares tradicionales se diluyen y el cuidado deja de ser un asunto doméstico para convertirse en política pública, el desafío no es solo construir más, sino construir mejor y pensando lo que hacemos de otra manera. Hay que pensar al revés.

Las residencias de mayores aquí parecen hospitales hostiles donde simplemente vas a morir, mientras que en Japón, lejos de ser refugios grises o cárceles médicas, se están erigiendo como espacios de vida digna y conexión. Los japoneses han dado un salto cualitativo: han sabido tejer arquitectura y compasión en cada estancia, en cada umbral, en cada jardín.

Allí, las tipologías se diversifican: centros de día que actúan como plazas interiores, cargadas de vitalidad; hogares grupales que acogen con intimidad y atención; e instalaciones híbridas que reúnen a ancianos, niños y personas con diversidad funcional, bordando el tejido comunitario como si fuera una gran casa común.

Tres principios guían estos proyectos: primero, traer la naturaleza al interior. Patios, tragaluces, ventanas generosas y jardines interiores no son adornos sino consuelo vital. La luz, la estación, el susurro del viento o el crujir del bambú hacen más que iluminar: sostienen.

Segundo, diseñar para el encuentro. La arquitectura japonesa del cuidado rompe la geometría de la soledad. Crea intersticios para la risa, para la conversación y para el silencio compartido. Salas comunes, bibliotecas, espacios multiuso: todos propician esa red de micro-interacciones que previene el olvido.

Y por último, cuidar a quien cuida. Los profesionales que acompañan la vejez merecen entornos ergonómicos, distribuciones lógicas y materiales nobles que alivien su carga diaria y hasta diseños distintos en su ropa porque no deben parecer solo personal hospitalario sino ser hospitalarios de verdad. Porque si el espacio oxigena, el diseño también sana.

La arquitectura no es solo infraestructura. Es política, emoción, estrategia, y en el caso de la vejez, es también consuelo y dignidad, es vida y no un camino hacia la muerte que tampoco hace falta recordar todos los días.

Algunos proyectos japoneses son faros que iluminan un porvenir posible. Canarias, con su identidad insular y su sensibilidad climática, puede aprender de esta poética de lo esencial, traduciendo esos gestos en una arquitectura propia, profundamente nuestra, porque envejecer puede ser también una forma de belleza, un camino agradable que recorrer..

Abogada, doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea

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