Ama la vida en todas sus expresiones
‘Gracias a la vida’, de Miguel Delibes de Castro, es una oda a los diferentes reinos, de las malas hierbas a los zorros, pasando por las ostras

Miguel Delibes de Castro / José Luis Fernández
Marc Masmiquel Mendiara
Morir es una etapa de la vida, una transformación y zambullida radical en una red dispersa y misteriosa, nos disolvemos en microorganismos y nuestras bases de carbono se acoplan a otras estructuras, un hecho alucinante en bucle desde hace 3.800 millones de años. Sorprendentemente no todos valoran ser parte de este proceso, algunos prefieren ser de un equipo de fútbol o de petanca o de un partido político. No es raro, habitualmente los mass media nos acribillan con sucesos distorsionados y las versiones de versiones de versiones son poco fiables. Eso sí: mucha pompa y boato, y poco caso a la malherida naturaleza, de la que tanto dependemos.
La memoria caprichosa rescata aspectos olvidados. Estas huellas episódicas casi siempre tienen origen emocional y lo que impactó deja rastro. Siendo mozalbete me sorprendieron unos seres que vivían entre plantas, los Nabucodonosorcitos. Estos personajes no eran del todo conscientes de su cosmos, circunscrito a una maceta que a su vez estaba en una casa —en el East Village en Nueva York— del vecindario de Barrio Sésamo. Estos bichos me lanzaron a imaginar la fractalidad de la vida, y cómo la vida brota desde lo micro. Como definió Benoît Mandelbrot, un fractal es una geometría cuya estructura aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. Los seres de la maceta —de Epi— me arrojaron al mundo fractal. Por otro lado, Carmen Mendiara —mi bendita madre, telegrafista de gran sensibilidad— me mostró un libro que me atrapó: Fascinante naturaleza, una guía de campo ilustrada. Luego, gracias a Juan Masmiquel —mi padre, astrónomo e ingeniero— pude bucear en Powers of ten —basado en un documental de Ray y Charles Eames—, donde se exploran escenarios desde el átomo, al cosmos, pasando por las escalas de la vida en factores de 10 (escala logarítmica de base 10). Con ese tentempié conceptual no fue raro que, años después, al ver un alcorque lleno de malas hierbas y algunas flores, mi mente imaginase un mundo poblado de seres diminutos circulando entre aquellas fronteras entre lo salvaje y lo urbanizado, ese hoyo cavado al pie de un árbol, rodeado de adoquines y muy olvidado.
Gracias a la vida. La naturaleza indispensable es una oda agradecida a la naturaleza indispensable, desplegando gratitud sobre los diferentes reinos —no los fatuos reinos humanos—. Un reino representa cada una de las grandes subdivisiones en las que se clasifican los seres vivos respecto a su parentesco evolutivo, y por tanto un espectro biodiverso que abraza las malas hierbas, a los microbios, al fitoplancton… Bajo esta idea se expande esta exquisita obra, gracias al humilde y sabio don Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947), biólogo, hijo del escritor Miguel Delibes, responsable de la Estación Biológica de Doñana, científico de talla mundial, profesor ad honorem del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y ante todo un enamorado de la naturaleza.
Los seres vivos estamos conectados, constituimos un equilibrio sutil, frágil e interdependiente. Si lo vivo es familia desde hace miles de millones de años, es de necios no proteger toda estirpe viva. El botánico Albert B. Frank acuñó el término simbiosis en 1877 y el filósofo Pedro Kropotkin defendió la cooperación frente al darwinismo social en su obra El apoyo mutuo. Charles Darwin, además de plantear la evolución biológica a través de la selección natural, sabía que las cosas diminutas por un factor de tiempo causaban transformaciones profundas. El naturalista explicitó que «Una lombriz no es nada, pero decenas de miles de lombrices en una hectárea mueven toneladas de tierra en un año». Darwin daba gracias a las lombrices y Delibes agradece de manera sabia y didáctica todo lo que diferentes seres que nos sustentan hacen por el ecosistema global y el jaleo del Homo sapiens sapiens desde el Pleistoceno medio.
Veamos a quién le debemos tanto… Gracias a las malas hierbas, que nos curan y son responsables de tantas maravillas incomprendidas, gracias por llenar los alcorques y dejar que el mirlo –cuerpo negro, pico naranja– busque y encuentre el gusanito. Gracias a las lombrices, que colaboran en la formación y mantenimiento del suelo fértil, y por las que podemos cultivar y disfrutar de verduras, por eso son nocivos los fertilizantes, pues acaban con la miríada de seres inteligentes que saben cómo conservar la fertilidad del suelo (bueno, los agricultores ecológicos también, sin duda). Gracias a los hongos que sustentan la vida en tierra firme y con su red micelial interconectan el bosque (como explica el documental Fantastic fungi de Louie Schwartzberg) y Delibes lo hace con exuberancia de efemérides. Gracias a los buitres, que limpian el campo, controlando enfermedades (pero no los fondos buitre, que esquilman el futuro de nuestras ciudades…). Gracias a los microbios, que viven con nosotros, que son nosotros. Gracias a los escarabajos, que fecundan plantas que nos dan de comer y ellos sí que saben lo que es la economía circular (economía: oikos nemo, cómo administramos el hogar). Gracias al fitoplancton, que retiene carbono, libera oxígeno y fabrica materia viva. Gracias a los murciélagos, que controlan plagas potenciales. Gracias a los ostiones y las ostras, que depuran el agua y protegen la costa (no confundir con los que suele darse a un saco de boxeo, como me explica mi entrenador Willy), y gracias a los zorros, que siembran árboles y arbustos. Os dejo con don Miguel: «Un árbol vale más por su sombra que por su madera. La crisis de biodiversidad es una crisis de humanidad. Hay que crecer, pero de una manera que no sea económica. Lo que cae del cielo está muy influido por el cambio climático: llueve más, más a menudo y más fuerte cerca del mar, porque está más caliente que antes. Pero además está la tierra: por una mezcla de ignorancia y soberbia hemos pensado que el agua irá por donde canalizamos, sin pensar que el agua debe tener sus salidas naturales, que la tierra traga el agua, pero el cemento no, que las llanuras de inundación que frenan las riadas han desaparecido porque ahí es más fácil construir… O sea, que el cambio climático es importante».
Delibes nos pone firmes, pero con amor y agradecimientos, así se reivindica la inteligencia natural, la única y genuina que puede resolver nuestros problemas, no la artificial, que es puro vaporware, un término que se utiliza para definir la tecnología que solo existe en el márketing (como ha hecho la multinacional Apple con su inteligencia de baratillo). Es crucial distinguir entre la investigación legítima y la exageración comercial. La naturaleza es el mejor ejemplo: cero márketing y pura esencia evolutiva, desde hace millones de años. Lao Tse también lo tuvo claro un árbol que cae hace más ruido que un bosque creciendo. Y como nos enseñó Gibrán Khalil «La apariencia de las cosas variará según las emociones, y así vemos magia y belleza en ellas, pero en realidad, la magia y belleza están en nosotros». Este es el libro que debes leer si valoras la vida y la celebras como seres inteligentes y empáticos, el resto es humo. Ama la vida en todas sus expresiones.
Suscríbete para seguir leyendo
- Una cadena hotelera compra dos edificios en Tenerife para dar techo a su plantilla
- Muere un hombre al ser arrollado por varios vehículos en la autopista del Sur de Tenerife
- Sancionados 15 motoristas por circular por un espacio protegido en Tenerife: 1.500 euros cada uno
- El apellido que domina la lucha canaria con mano de hierro... y mucho estilo
- Tenerife busca terrenos para construir un campo de tiro público
- El viento y la niebla dejan a centenares de pasajeros en tierra en Tenerife
- La familia de un preso fallecido en una cárcel canaria pide justicia
- Binter activa 16 vuelos especiales para atender a 1.250 pasajeros tras el caos en Tenerife Norte