Mario Vargas Llosa: una curiosidad incansable y chispeante por Galdós
Vargas Llosa no sólo fisgoneó entre los ecos del hogar familiar del autor, sino que hizo un ajuste de cuentas en ‘La mirada quieta’

Mario Vargas Llosa en Casa Museo Perez Galdos en 2012.
Antes de las diez de la mañana del 18 de mayo de 2012 se adentraba Mario Vargas Llosa en uno de los rituales que más le apasionan: husmear, indagar y auscultar el alma de un escritor como Benito Pérez Galdós. El autor de El sueño del celta está poseído por una curiosidad que puede resultar hasta repugnante, sobre todo para el que cae en la malla de sus interrogantes. Bajo el paraguas de esta filosofía entró en la casa de la calle Cano, en Las Palmas de Gran Canaria, la misma de la que salió el autor de los Episodios nacionales rumbo a Madrid para no regresar.
El Premio Nobel volvía a la vivienda natal de Galdós por tercera vez, toda una orgía de impresiones para un Nobel que siempre ha tenido al isleño en su mesilla de noche. Así lo dejó patente con su ajuste de cuentas galdosiano en La mirada quieta, un libro tardío y, sorpresivamente, poco compasivo con el insular.
La ampliación de la institución museística le hizo más feliz y entrometido, tanto que hubiese desplazado cualquier rigor de la agenda para estar allí «hasta tres horas». Vargas Llosa y Galdós están entrelazados por una misma persecución (u obsesión) literaria: la ansiedad por documentarse del canario es parte inequívoca de la carpintería del peruano.
La angosta escalera de la casa galdosiana no está hecha para Vargas Llosa. Se mueve en el moderno ascensor. Nada se le resiste: aquí toda la obra completa editada por el Cabildo grancanario; allá, una pregunta sobre la estatua de Victorio Macho; en otro sitio las facturas, pagarés y otros líos de la ruinosa hacienda del escritor, siempre atribulado por las deudas y sometido al empeño de sus pertenencias entre los mismos prestamistas que perfiló en sus argumentos madrileños...
Así, hasta que aparece la pregunta: «¿Cómo llegó a Harvard el manuscrito de Fortunata y Jacinta?» Nadie sabe la respuesta. Se acerca al nexo entre Galdós y Leopoldo Alas Clarín. «¿Cómo se llevaban?», pregunta con su tono chispeante. Rosa María Quintana, directora del museo, esboza un «muy bien», e introduce de camino su amor complejo con la Pardo Bazán, que se quejaba de la excesiva tranquilidad de su colega a la hora de abordar el ninguneo al que le sometía la Real Academia de la Lengua. Las mujeres, la protagonista femenina, los vincula. La comitiva sigue a través de las estancias más modernas. Otra parada especial: Vargas Llosa se fija en las fotos de la residencia veraniega del autor grancanario en Santander, San Quintín. Vuelve la curiosidad vargallosiana: «¿Sigue en pie esta casa?» Hace preguntas sobre cuánto tiempo pasaba allí, quiénes están en la foto con él, por qué llevaba una indumentaria tan desenfadada, por sus perros... Otro hilo conductor entre los dos: la política se las ingenió para entrar en sus biografías, o bien fue ella la que se movió como una serpiente. Galdós fue diputado en tres ocasiones. El autor de La civilización del espectáculo se atrevió con las presidenciales de Perú, pero allí le dieron el poder al corrupto Fujimori. Quedó marcado o desencantado para siempre por el voto de sus paisanos, como contó en El pez en el agua, una obra imprescindible para entender su vida y para hacer un recorrido por sus comienzos en el periodismo, cuando era Varguitas.
Los dos escritores cargan con el espectro de la difícil convivencia entre el intelectual y la realidad. Uno y otro, desde posiciones equidistantes, acometen con desesperación la interpretación de mundos sociales sometidos a la política: el peruano con su fijación por los hombres en el poder, y el grancanario por su persecución de la España mísera, desarraigada, fanática, de hostales y posadas mugrientas, en la tercera clase del fatigado sistema ferroviario español. Un país, el de la Restauración, sumido en la escenografía de los cesantes chupopteros y la voracidad del caciquismo.
Mirada de cirujano
El caminar sereno de la comitiva se acerca a eso que suena tan mal, el apartado del fetichismo, los objetos que rodearon al escritor, y que como en una especie de transmisión también contribuyen a aumentar el número de lectores. El Premio Nobel se fija en la pluma de Galdós y en su estuche de piel, regalado por una admiradora, con el cuero gastado. Aplica su mirada de cirujano sobre las ediciones de Balzac o Dickens que reposan en los estantes, y subraya en voz alta la voluntad galdosiana por mirar fuera pese a su inquebrantable fidelidad a un discurso literario eminentemente nacional. .
Ante una pantalla, las últimas imágenes de Benito Pérez Galdós en su casa de Madrid, ya ciego, con gafas oscuras, mutilado por una operación de cataratas de fatal conclusión, y entretenido con uno de sus perros. Vargas Llosa se queda hipnotizado ante la filmación en blanco y negro, lleno de preguntas interiores sobre cómo afectó la pédida de visión a un narrador tan prolífico como Pérez Galdós. Seguidamente, otro momento histórico: el entierro por las calles de Madrid. Imponente, «con multitudes», subraya el Nobel sorprendido.
Más o menos una década después de ir hasta el lugar donde nació Galdós, Vargas Llosa aprovecha el confinamiento de la pandemia para meter el bisturí en el corpus galdosiana con una lectura dilatada de toda su obra narrativa y teatral. Su agudeza como crítico quedó verificada en 1990 con La verdad de las mentiras. La mirada quieta, su arqueología al realista, es también su posicionamiento ante las opiniones divergentes de Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina, que polemizan en la prensa sobre el valor de la literatura del isleño.
¿Veredicto del Nobel? Benito Pérez Galdós no puede equipararse a Balzac, Dickens, Dostoievski, o por encima de todos a Flaubert (su amada Madame Bovary, homenajeada por última vez en Un bárbaro en París), auténtico dique entre la novela antigua y la moderna. Para Vargas Llosa, Galdós, aún siendo un gran escritor, envejeció. Salva de la incisión a Fortunata y Jacinta y Torquemada en la hoguera, y muy cerca de ellas La desheredada, Tristana, Misericordia, Tormento , La incógnita y Realidad. Le pone reparos a El amigo Manso, y de los Episodios se queda conTrafalgar, Juan Martín el Enmpecinado o El terror de 1824 . En teatro, Electra o Alcestes. Para su paladar, el canario nunca supo quedar fuera (fue un omnipresente), un lastre para sus propias narraciones. Le faltó mas reescritura. Pero no podía ser expulsado, desde luego, del Parnaso.
- El ingeniero que paró la construcción de un puerto en Tenerife recibe el Nobel del ecologismo
- Inmigrantes se atrincheran en el interior de un centro de acogida de Santa Cruz de Tenerife
- Jéssica de León alerta de que 'ciertas protestas y movimientos' contra el turismo favorecen a Marruecos
- El trago de agua que casi acaba con la vida de un hombre en Vigo: 'En segundos noté que me quemaba vivo por dentro
- No podemos dar coches de esa potencia a chavales de 18 años': un experto en seguridad, tajante ante el accidente del BMW en la TF-5
- Ataque y contraataque en Santa Cruz: estalla la guerra entre el PP y el PSOE por la animadversión entre dos concejalas
- Los inmigrantes que se atrincheraron en un centro de Tenerife entregan a la niña y finalizan la revuelta
- La Lotería Nacional deja dos primeros premios en Tenerife
Dime en qué trabajas y te diré cómo debes cuidarte
