Música
Julio Iglesias sigue siendo el rey, ¡y lo sabes!: el cantante prepara una serie biográfica y protagoniza libros entre rumores sobre su salud
Llegó a ser embajador plenipotenciario de la música amorosa, pero tal vez hubiera sido un astro como portero merengue si un accidente no le hubiera expulsado de los terrenos

Julio Iglesias, en el Liceo de Barcelona, en 2012. / EFE
Tino Pertierra
Julio Iglesias tiene poca voz y baila poco. Sin embargo, es uno de los artistas latinos que más discos ha vendido. ¿Cómo es posible? Quizá porque, como ocurría con Frank Sinatra, el cantante madrileño vende un estilo. Una forma de estar más que de ser. Una silueta reconocible y confortable para sus seguidores desde que pisa el escenario trajeado y con la piel curtida al sol perpetuo, con un repertorio que conecta con una audiencia desde la complicidad letraherida. A veces las letras parecen acompañar la propia peripecia vital del protagonista, tan fotogénica y glamurosa y meditada (es legendaria la obsesión por ser retratado siempre por el lado bueno, hey), jugando medio en broma medio en serio con sus cuitas sentimentales.
Los problemas de salud siempre han estado ahí desde que un accidente de tráfico truncó su carrera en el fútbol y dejó su espalda maltrecha, pero convivir con el dolor no le impidió hacer cumbre. Y aunque ahora la grabación de discos y los conciertos suenan a melodías del pasado, su figura sigue irradiando una curiosidad universal, bien sea por los rumores sobre su estado físico, por la publicación de libros sobre su vida o por la preparación de una serie de Netflix en la que pretende contar su verdad. Y él, tan tranquilo en su retiro de Bahamas y Miami con su mujer, Miranda Rijnsburger, y algunos de sus hijos, sin asomarse al foco mediático para preservar ese halo de amable misterio que le gusta cultivar, muy lejos ya de los tiempos en los que las malas lenguas le adjudicaban un sinfín de conquistas que él nunca confirmó, convencido de que una imagen de truhan es más simpática si lleva aparejada la de señor.
Llegó a ser embajador plenipotenciario de la música amorosa, pero Julio Iglesias (Madrid, 1943) tal vez hubiera sido un astro como portero merengue si un accidente no le hubiera expulsado de los terrenos. A cambio de la mala fortuna, una guitarra le cambió la vida. Ha demostrado que sabe salir del área para aceptar duetos con otros artistas poderosos o probar registros exigentes o manejarse con el inglés de aquella manera. Sobre el escenario no es un torbellino de ritmos, pero desde el principio mostró debilidad por los riesgos, por el tirar p’alante que libras: ¿cómo se podría explicar, de no ser así, que siendo un desconocido se presentara al Festival de Benidorm en 1968 con "La vida sigue igual"? Durante muchos años fue ese cantante español que arrasaba por medio mundo, pero a quien miraban con indiferencia en su propio país. "Hey", "De niña a mujer", "Bamboleo", "Nathalie" o "Me olvidé de vivir" pasaron a ser de esos temas de tarareo global. Vendió toneladas de discos como artista latino capaz de grabar en inglés, francés, italiano, portugués, alemán y tagalo. Y no olvidó sus raíces gallegas para incorporar "Un canto a Galicia" como guiño sentimental. A diferencia de otros colegas, asumió su falta de talento interpretativo y renunció muy pronto a probar suerte en el cine, aunque queda el apunte curioso de "La vida sigue igual", que en el lejano 1969 contaba la épica del jugador desdichado que encuentra en la música una partitura salvavidas. Su vida es el mejor guion: el secuestro de su padre (Papuchi) por los etarras, las relaciones con sus tres primeros hijos (Chábeli, Julio y Enrique, con quien mantuvo una cierta rivalidad por aquello de quién vende más), sus peripecias amorosas… Su matrimonio con Isabel Preysler (1971-1979) hizo correr líos de tinta rosa, y el propio cantante alimentaba el morbillo con algunas canciones con confesiones dolientes.
Julio Iglesias es, en sí mismo, la letra de una canción de corte melancólico que dibuja a alguien reconstruido tras un golpe del destino y que transforma el dolor en una vía de escape. El artista (hoy rey de los memes desafiantes y sarcásticos: "¡Y lo sabes!") ha cincelado un personaje de seductor tranquilo en un exilio dorado, un caballero errante que desea y teme a la vez al amor, y que en cada concierto supura penas y deseos. De él dijeron que no canta, sino que cuenta en formato monólogo. Alguien que se olvidó de vivir, que relame su orgullo herido, que asiste al proceso de niña a mujer de una hija o que evoca sentimientos enrocados en la nostalgia por una "Manuela" o una "Nathalie". Y que de vez en cuando se agita algo para mostrar su lado menos encorsetado ("Me va, me va", "Baila morena", "Bamboleo"…) o ajusta cuentas recordando a quien sea que "lo mejor de tu vida" se lo ha llevado él. Y solo él. Yeah!
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