La ligera complejidad de Enrique Vila-Matas
En ‘Canon de cámara oscura’, el autor se apoya en Laurence Sterne y Samuel Beckett para armar una reflexión sobre la escritura y su porqué

Enrique Vila-Matas. / El Día
ANNA MARIA IGLESIA
«Del lado de acá soy completamente imprevisible. /Pues habito tanto entre los muertos /como entre los no nacidos», escribió Paul Klee. Los versos los halla el protagonista de Canon de cámara oscura. Es cierto, los encuentra Vidal Escabia, después de que Teresa, al limpiar el estudio, moviera los libros, pero no lo hace solo. Ahí están también el «Auctor» —término que Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) toma del ensayo de Cristian Crusat Zona de resonancia—, esa voz que anima la narración en la que, además, de vez en cuando interviene el inquilino ocupante, que es una especie de lenguaje primigenio que habita en Vidal Escabia. Distintas voces y todas ellas unidas por esos versos de Klee, en los que tanto Vidal Escabia como el Auctor se reflejan porque ninguno de los dos ha nacido. A diferencia de Tristram Shandy —a quien su autor, Laurence Sterne, hace nacer en el libro tercero—, Vidal Escabia y, consecuentemente, este Auctor de identidad nunca concretada nunca nacerán.
Escabia es un robot del tipo Denver-7 que llega a la Tierra tras ser comprado por Altobelli, un escritor que lo convierte en esclavo y, posteriormente, en su secretario. Altobelli, del que se nos dice que era gran amigo de Francisco Casavella, le deja en herencia a Escabia su biblioteca, pidiéndole que construya un canon «intempestivo», un canon «desplazado» y «equivocado», un canon siempre en la oscuridad, porque, «sin las sombras, los libros que tanto nos gustan no serían nada».
‘In medias res’
Este es el punto de partida de la novela o, mejor dicho, solo es su estructura, porque en realidad la obra comienza in medias res, durante una noche en la que Escabia acude a una fiesta invitado por Violet, que le pregunta sobre los Denver-7, androides que, como Escabia, circulan por Barcelona y pueden reproducirse. El libro comienza y, en cierta manera, se detiene en esa fiesta, puesto que Escabia, escondido en el estudio, escribe sobre lo sucedido en aquella reunión, temeroso de que Violet intuya demasiado de él.
La trama tiene lugar en un presente suspendido, en cuanto, por un lado, Escabia no tiene infancia y, por tanto, carece ya no solo de un pasado, sino de un origen, y, por el otro, porque la escritura es lo que determina el tiempo, en cuanto todo es presente desde el momento en que queda escrito. Se escribe y se lee en presente, nos recuerda así Vila-Matas, que, como en novelas anteriores —véase El mal de Montano y Montevideo—, desdibuja la trama en favor de un tono más ensayístico, que termina por imponerse en la segunda parte de la novela. El autor, en efecto, divide la novela en dos, pero la primera parte, más narrativa, no funciona exactamente como contrapunto de la segunda, sino como anclaje de lo que vendrá después. En este sentido, la figura de Sterne está muy presente y no solo por el hecho de que los personajes no han nacido —con su llegada a Barcelona, Escabia nos recuerda más al famoso marciano Gurb de Eduardo Mendoza que a Tristram—, sino por una construcción basada en una doble postergación, la de la aparición del canon, que tiene lugar en la segunda parte, y en la llegada de Ryo, la hija de Escabia, que no termina de producirse. Vila-Matas se apoya así en Sterne y en Samuel Beckett, dos autores a los que regresa —acuérdense de la presencia y pregnancia de estos dos autores en Aire de Dylan, por ejemplo— para pensar la estructura de la novela y para armar una reflexión sobre la escritura y su porqué.
«En mi canon desplazado, uno necesariamente se interroga por la errancia, la dispersión, la diáspora, lo relegado, todo aquello que nos muestra en silencio lo poco que queda del mundo. Y de la literatura», afirma supuestamente Escabia, quizá por medio del Auctor. La elaboración de su canon desplazado es un escrutinio de la biblioteca a la inversa: de lo que se trata no es de quemar, sino de salvar unos textos, pero para salvarlos del paso del tiempo estos textos deben permanecer en la oscuridad, porque toda literatura tiene sus espacios de sombra, de ambigüedad. Es la literatura con hueso, como la definió hace tiempo Vila-Matas. En directo diálogo con Maurice Blanchot, el autor pone en circulación el concepto de oscuridad, que no se puede disociar del concepto tiempo. Sobre estos conceptos el escritor barcelonés sustenta no solo la novela —la trama es solo el andamio— sino también la reflexión sobre la escritura, sobre su sentido y su porqué.
Es entonces, ante estas preguntas, que una se da cuenta de que la historia en torno a los androides y su secreta conspiración, además de ser un guiño a esa conspiración shandy de Historia abreviada de la literatura portátil, está al servicio de la indagación en torno a la escritura. La voz del inquilino ocupante o del Auctor aluden a ese origen de la escritura al que Maurice Blanchot llamó Eurídice y que Vila-Matas representa a través de la figura de la cuna: la cuna no es solo la habitación oscura del canon, sino la habitación de infancia de la hija Ryo que debe llegar y no llega.
Sentido inalcanzable
Ryo es Godot que, al no llegar, subraya el sinsentido, la barbarie del mundo y el carácter indecible de la literatura: Vila-Matas retoma a Julio Ramón Ribeyro y lo pone en diálogo con Ludwig Wittgenstein para recordarnos que el lenguaje no lo puede decir todo y que, por tanto, escribir es un fracaso en el sentido en que es un intento de un sentido que nunca se termina por alcanzar. Al mismo tiempo, Ryo es Eurídice: para que la escritura sea posible, Eurídice debe perderse. Lo apuntó Blanchot, la escritura nace de la mirada de Orfeo, que, al girarse, hace desaparecer a Eurídice.
La escritura, se reafirma Vila-Matas, es la cuna vacía, es la pérdida de un origen —y ahí está la ausencia de infancia de Escabia— que no puede recuperarse. Canon de cámara oscura es una novela de una emocionante complejidad, de una complejidad ligera, como diría Italo Calvino, llena de humor y que nos deja como a los personajes de Beckett: esperando. Porque Canon de cámara oscura no concluye con una única lectura.
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