El autor que predijo el futuro

Se cumplen 120 años de la muerte de Julio Verne, escritor y divulgador científico que imaginó, en novelas como De la Tierra a la Luna o 20.000 leguas de viaje submarino, cómo los avances tecnológicos podrían mejorar nuestras vidas

Julio Verne: el autor que predijo el futuro

Julio Verne: el autor que predijo el futuro / Fabio García

EDUARDO BRAVO

Durante siglos —incluido el XX, Freud mediante—, los mitos ayudaron al ser humano a dar sentido al mundo que le rodeaba. Con el paso del tiempo, sin embargo, ya no importó tanto saber que los males habían llegado al mundo en una caja, después de que los dioses castigasen a Prometeo por haber robado el fuego para dárselo a los hombres, como que ese mismo fuego podía ser utilizado para cauterizar heridas, calentar aire o hervir agua para generar vapor. Si en el siglo XVI Durero tuvo que dibujar su rinoceronte de oído, los artistas y escritores del siglo XIX podían relatar de primera mano lo que sucedía en lugares remotos gracias a la locomotora, el barco de vapor o el globo aerostático. Además, si sufrían algún percance, lo más probable es que sobrevivieran.

Si bien muchos hubieran podido pensar que el dato mataba al relato, surgieron nuevos autores que supieron convertir esos hechos probados en apasionantes novelas de aventuras que cambiaban las historias de titanes por las de pigmeos, las de lotófagos por las de caníbales, y las de arpías por las de piratas. Uno de ellos fue Julio Verne, autor francés que no solo explicó cómo había cambiado el mundo, sino que, basándose en esos avances, imaginó un futuro muelle y amable para la humanidad. Una tarea para la que se valió de esa misma curiosidad que había dado lugar a los mitos clásicos y que siempre ha acompañado al ser humano: ¿cómo sería poder viajar a la Luna? ¿Y ver el mundo desde el cielo? ¿Se podría dar la vuelta al mundo en menos de tres meses? ¿Y viajar a los profundos confines de la tierra?

Julio Verne había nacido el 8 de febrero de 1828 en Nantes, próspera localidad a orillas de Loira que, a pesar de su desarrollo industrial, no dejaba de ser una ciudad de provincias que, ya desde niño, le quedaba estrecha. A la edad de 11 años, el joven Verne se escapó de casa para enrolarse en un barco rumbo a la India, país que conocía por los libros y al que habría llegado de no ser porque su padre, alertado de las intenciones de su hijo, arribó al muelle antes de que el barco zarpara y lo hizo bajar a tierra.

El abogado Pierre Verne había soñado un futuro muy diferente para su hijo hasta el punto de que, si el niño tenía que emprender algún viaje, no sería a destinos exóticos, sino a París. Además, no sería para vivir aventuras, sino para algo tan prosaico como examinarse del primer curso de la carrera de Derecho y continuar así la tradición familiar. Un designio que Julio aceptó obediente pero sin entusiasmo.

A pesar de las apreturas económicas que sufría Verne por la tacañería de su padre, la vida parisina era infinitamente más atractiva que la nantesa. En la capital, además de cumplir con sus obligaciones académicas, el joven frecuentó los cafés, los círculos literarios, conoció a Alejandro Dumas hijo —gracias al cual consiguió estrenar y publicar su primera obra teatral— y, para espanto de sus progenitores, fue testigo de la revolución de 1848. «Ya veo que en provincias andáis siempre con temores. Pasáis mucho más miedo del que pasamos nosotros en París», escribía a su familia un despreocupado Julio que, si bien no negaba los cañonazos en las fachadas de las casas, los sonidos de las balas o las algaradas, apuntaba que «no por ello está la ciudad menos alegre que de costumbre».

Del éxito al pesimismo

Tras cumplir con los deseos de su padre y licenciarse en Derecho, Julio Verne decidió implicarse en su carrera como escritor, a pesar de los recelos de su familia, que desconfiaba de que la literatura pudiera ser una fuente de ingresos suficiente. «Me dices, mi querido papá, que Dumas y los demás no tienen ni una perra. Es porque no llevan una vida ordenada, no porque carezcan de ingresos. A. Dumas gana sus buenos 300.000 francos al año. Dumas hijo, sin esforzarse gran cosa, 12.000 o 15.000 francos; Eugène Sue es millonario. Scribe, cuatro veces millonario. Hugo tiene 25.000 francos de renta», refiere Verne a su padre, sin imaginar que, pocos años después, llegaría a superar las retribuciones de esos autores.

Para ello sería clave su relación con Julio Hetzel, editor de Musée des familles, revista en la que había comenzado a escribir sus Viajes extraordinarios y con el que firmaría varios contratos de edición. El último de ellos, fechado en 1875, seis años antes de que finalizase el que todavía estaba en vigor, establecía un sistema de remuneración por copia vendida en lugar de una mensualidad fija. Con ello, Hetzel reconocía el enorme éxito obtenido por la publicación de La vuelta al mundo en 80 días en 1872, así como sus otras novelas —como 20.000 leguas de viaje submarino (1870), De la Tierra a la Luna (1865) o Los hijos del capitán Grant (1867)— y se garantizaba la publicación de las futuras, entre las que se contarían Miguel Strogoff (1876), Un capitán de quince años (1878), Escuela de Robinsones (1882), El rayo verde (1882) o El castillo de los Cárpatos (1892).

En el aspecto personal, sin embargo, Verne no disfrutaba del mismo éxito. Empeñada en garantizar su futuro económico, su familia había hecho todo lo posible porque contrajera matrimonio con Honorine Hebe du Fraysse de Viane, una viuda mayor que él, que aportaba al matrimonio dos hijas de su anterior relación y una considerable dote. Si bien en un primer momento la relación fue satisfactoria e incluso dio lugar a un hijo en común, los contrayentes no tardaron en perder la ilusión y, aunque mantuvieron toda su vida las apariencias, la relación no tardó en romperse.

A esta complicada situación familiar se sumaba una maltrecha salud, especialmente en lo que se refiere a los problemas intestinales, y una pésima relación con su hijo, un tarambana que llegó a ser internado en un reformatorio a petición de sus padres. En consecuencia, el que fuera un escritor pionero del género de anticipación que veía en los avances científicos una vía para canalizar la curiosidad del ser humano y mejorar sus condiciones de vida, fue cayendo en un pesimismo que provocó que sus historias fueran cada vez más oscuras y derrotistas. Según el Index Translationum, la base de datos de la Unesco sobre traducciones de libros, Julio Verne es el autor más traducido del mundo después de Agatha Christie, escritora británica que, todo sea dicho, reconoció al francés como una de sus principales influencias como lectora. Si bien los datos del index se remontan a principios de los 2000, lo que hace que no incluya nombres como los de J. K. Rowling o Saint-Exupéry, las obras de Verne siguen estando vivas, bien en editoriales especializadas en literatura infantil y juvenil, bien en libro ilustrado, así como en ediciones de bolsillo e incluso en colecciones de quiosco.

Fuente de inspiración

Aunque es innegable que, en comparación con las de décadas pasadas, las nuevas generaciones de lectores han perdido contacto con las obras del autor francés, cuya previsión del futuro les resulta ya anacrónico, lo cierto es que Verne continúa siendo una fuente de inspiración para creadores audiovisuales. Un atractivo al que se suma el hecho de que, desde hace años, sus obras se encuentran en dominio público. De esta forma, en 2024, se estrenó la serie de televisión Nautilus, que imagina el origen del capitán Nemo antes de convertirse en un misántropo; en 2021 se estrenó una serie de ocho episodios y una película de dibujos animados —Los buscamundos— que adaptaban La vuelta al mundo en 80 días y, en 2017, la BBC estrenó una miniserie de dos episodios de Viaje al centro de la Tierra, por citar tan solo las producciones más recientes.

En todo caso y a pesar de esa desconexión con los nuevos lectores, la influencia de Verne continúa viva en la estética de muchos de los productos actuales que tienen el futuro como inspiración. El francés, junto con el escritor inglés H. G. Wells, es considerado el creador del steampunk, una particular forma de hacer libros de anticipación en los que las historias no se ambientan en universos hipertecnificados y estéticamente asépticos, como los de Star Trek o 2001. Una odisea del espacio, sino en recargados escenarios victorianos, con ropajes del siglo XIX y máquinas alimentadas por vapor, como las que aparecen en el cómic La liga de los hombres extraordinarios o las películas Wild Wild West, El truco final y La invención de Hugo.

Ya lo dijo Julio Verne

Es imposible que fuera infalible al imaginar el futuro, pero cuando acertó lo hizo con tanta antelación que hizo saltar la banca

Con una producción que supera las 250 obras repartidas en más de sesenta novelas, una veintena de cuentos, un centenar de poemas y casi cuarenta obras teatrales, es imposible que Julio Verne haya sido infalible a la hora de imaginar el futuro. Como aquellos que van al casino y solo cuentan pocas veces que han ganado y no las muchas que han perdido, son más las ocasiones en las que el futuro imaginado por el escritor francés no se cumplió. A pesar de todo, cuando acertó lo hizo con tanta antelación que se podría decir que hizo saltar la banca. Entre las predicciones cumplidas de Verne están, por ejemplo:

De la Tierra a la Luna: en uno de los pasajes de la novela, los científicos discuten si el lugar del lanzamiento debe ser Texas o Florida. Finalmente, se decantan por esta última región, concretamente en un paraje cercano a Cabo Cañaveral que, años después, será el lugar desde donde se lanzarán las misiones espaciales estadounidenses. Por si este dato no fuera suficientemente sorprendente, en la segunda parte de la historia, Alrededor de la Luna, Verne sitúa el lugar del amerizaje de la nave en las aguas del Pacífico, apenas a unos kilómetros de distancia de donde cayó la tripulación del Apolo 11.

20.000 leguas de viaje submarino: aunque Verne no acertó sobre los submarinos suntuosos equipados con cortinas de raso y cristalería fina, sí que dio en el clavo en lo que se refiere a los submarinos impulsados por energía eléctrica o atómica. También predijo la invención de los tasers, ya que la tripulación del capitán Nemo está armada por unas pistolas que lanzan proyectiles eléctricos, los cuales inmovilizan a los atacantes.

París en el siglo XX: escrita en 1860 pero perdida durante décadas, esta novela fue publicada por primera vez en 1994. Para entonces, muchas de sus predicciones estaban ya superadas —como una máquina que recordaba a un fax—, otras ya eran muy habituales —como la abundancia de los rascacielos de cristal en las ciudades— y otras estaban empezando a desarrollarse, como una red de comunicaciones que se parecía mucho a internet.

El secreto de Maston: es sorprendente cómo novelas que aparentemente no contenían ninguna predicción para el futuro, de repente, vuelven a ponerse de actualidad gracias a personajes como Elon Musk o Donald Trump y su insaciable voracidad de riquezas. Esto es lo que sucede con El secreto de Maston, también conocida como Topsy Turvy o La compra del Polo Norte, en la que una empresa decide fundir el hielo polar para explotar las riquezas minerales subterráneas, sin importar las graves consecuencias que dicha decisión puede provocar para humanidad.

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