Entre la vigilancia y la luz

Belén Gopegui insiste en hablar de los vericuetos por los que el poder se inmiscuye en nuestra vida en ‘Te siguen’

Entre la vigilancia y la luz

Entre la vigilancia y la luz / ED

RICARDO BAIXERAS

La literatura de Belén Gopegui (Madrid, 1963) se ha preocupado de lo que significa existir como individuo en la sociedad capitalista y poscapitalista del siglo XX y XXI. En su ensayo Un pistoletazo en medio de un concierto (2008), que quiso subtitular Acerca de escribir de política en una novela, alude a la tendencia de la novela por mostrar el «vaivén del entusiasmo y el decaimiento: tratan de la vergüenza, de los sentimientos de culpa, de las reservas [...], tratan de todo lo que los burgueses decentes utilizan para que sus vidas sean interesantes», cosa que ha provocado que lo político se aleje de las ficciones contemporáneas. Te siguen retoma su innegociable veta narrativa por contar los vericuetos por los que el poder se inmiscuye en nuestras vidas en ocasiones desde su envés más privado como quedó patente en Existiríamos el mar (2021), desde la clandestinidad tal y como imaginó en Lo real (2001) y en su faz más pública como en esta nueva novela.

Si, como ha recordado Gopegui más de una vez, «la literatura cuenta dos cosas: cómo sobrellevar la impotencia y cómo afrontar el poder, si bien la primera está muchísimo más tratada que la segunda», ahora retoma esa voluntad por saber si los ideales resisten las fuerzas omnívoras del poder, dibujado «entre la vigilancia y la luz»: la vigilancia con la que operan en nuestras vidas las grandes corporaciones (aquí Intelligent Group3 de AMX) manejando información que depositamos como huella analógica y digital; la luz es la que disemina a través de los personajes recalcitrantes (Casilda, Jonás, Alma Moriano e incluso quienes en principio formaban parte de la maquinaria infernal: León y Minerva) que se enfrentan a ese Gran Hermano que nos vigila con la voluntad de «gobernar el caos»: «Somos expertos en instalar la ideología de lo imparable, tecnologías imparables, guerras imparables, hechos que no se pueden evitar y a los que hay que seguir asistiendo como el espectador secuestrado que no pudiera gritar, patear, abandonar la sala ni, por supuesto, subir al escenario e interrumpir la actuación».

Quienes saben que «la vigilancia es una herramienta para la predicción, y la predicción es una herramienta para la manipulación», esos recalcitrantes («Unas cuantas personas organizadas y, estas sí, molestas. Con ellas usábamos el ‘divide y vencerás’. Funcionaba. No obstante, los débiles aprenden. Estaban preparados y no cayeron en la trampa») tratan de socavar los cimientos del Goliat de lo tecnológico mostrando que lo que parece adscrito al espacio de lo íntimo, como siempre en Gopegui, se juega necesariamente en lo exterior, en las conexiones con el afuera. No es la cosa tecnológica lo decisivo, sino el lugar que ocupan todos los personajes en la comedia humana a desplegar: qué hace cada quién en cada lugar. Ahí se juega Gopegui la narrativa de esta ficción: qué harías tú si estuvieras en ese lugar, convirtiendo el factor humano en el núcleo atómico del asunto. Por eso esta ficción es también un relato dialéctico que trata de repensar las fuerzas comunicativas de lo tecnológico y de lo humano desplegadas como si fuera posible hacer desaparecer lo que existe, llámese como se quiera que se llame, para que aflore con todas sus aristas lo posible.

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