El escultor y su invitación a la poética de la intensidad

Martín Chirino, en 1959: «[La espiral] es un gesto inquietante de origen oscuro, que emerge de la memoria de civilizaciones hoy olvidadas para convertirse en la antigua enseña de la antigua patria de estos pueblos y razas»

Martín Chirino

Martín Chirino

Fernando Castro Flórez

Ángel Ferrant dijo que «la naturalidad personal de Martín Chirino se transmitió a sus hierros, en los que no hay nada fingido. Suya y de ellos es la sencillez y la austera serenidad que los caracteriza: la efusiva expansión en que se distinguen». El gesto escultórico de Chirino es, en la estela de Julio González, un «dibujo en el aire», una expresión de fuerza y sensualidad, donde la continuidad espacial lleva a la mirada más allá de la estricta objetualidad. Recordemos obras ya clásicas de este escultor magistral como El carro (1957), perteneciente a lo que llamó “herramientas poéticas e inútiles” en las que establecía una meditación plástica sobre las formas de relacionarnos con la tierra y de conseguir una fertilidad imaginaria o la esencial Composición. Homenaje a El Lissitsky que le llevó a Maderuelo a establecer la analogía entre el expresionismo abstracto y su action painting con lo que calificó como «escultura de acción». No es, sin embargo, meramente una emoción del gesto de golpear lo que se hace visible, sino el placer «táctil» de los plegamientos, la intensidad de la materia sometida a una búsqueda de la armonía.

Chirino señaló, en La reja y el arado un texto publicado en el número monográfico que Papeles de Son Armadans dedicó en 1959 a El Paso, que la inspiración está relacionada con las herramientas necesarias y humildes: «Mi escultura se aproxima más a las herramientas en sus orígenes. Está hermanada con el arado o la reja. Mi obra podría tener lo que esos instrumentos tienen de prolongación humana. Unen al hombre a la tierra en una armoniosa y necesaria tarea. Ella también —la escultura— va entrelazada con el espíritu humano en su dimensión más radical, la de los aperos... Están en consonancia con lo útil elevado a rango de símbolo. Los he buscado en el pueblo».

En la estética de Martín Chirino es, sin ningún género de duda, fundamental la forma en espiral que evoca el viento. «En el año 59 —señala Martín Chirino— hice la primera espiral erguida, después de convivir con las formas espiraliformes durante toda mi infancia, descubriendo el viento en los rincones de mi tierra y en las culturas milenarias. La espiral es una concepción mítica, principio y fin de la vida. He forjado formas en espiral que, lógicamente, se han ido transformando en mi taller y poco a poco, han venido enriqueciendo su significado iniciático. Al principio eran vestigios, elementos de la naturaleza que descubrí en las culturas milenarias. Concepción mítica de principio y fin de la vida para los primeros hombres y mujeres de mis ancestros. La espiral hoy es, o puede ser, una galaxia, una estela, un sentimiento que ha pasado de lo físico a lo espiritual. Un gesto inquietante de origen oscuro, que emerge de la memoria de civilizaciones hoy olvidadas para convertirse en enseña de la antigua patria de estos pueblos y razas». Cirlot reconstruye el símbolo de la espiral para concluir que en ella surge el intento por conciliar la rueda de las transformaciones con el centro místico y el motor inmóvil o, al menos, constituye una invitación a esta penetración hacia el interior del universo, esto es, en pos de su intimidad.

En el caso de Chirino la espiral simboliza el viento, pero también el aliento y el soplo creador, una encarnación de la potencia del caos y de su resolución en momentos de suspensión plenos de belleza. En los términos de la imaginación material estas esculturas rompen las dicotomías puesto que si son figuras de lo aéreo también remiten a la experiencia vertiginosa de la inmersión en las aguas o a la serenidad que surge al contemplar un paisaje. Tierra, rostro, máscara, los sueños y la clausura de la experiencia radical de la modernidad, toda una proyección espacial, como decía Eduardo Westerdahl, mantiene la obra de Chirino en tensión. Estas obras memorables, plegadas de una forma barroca, invitan al espectador a adentrarse en una poética de la intensidad, donde las líneas y la rigidez del metal han dado paso a la más hermosa modulación espacial. Chirino encuentra en la espiral la huella del origen, sintonizando con aquella observación de Bachelard, en La poética del espacio, de que cuando el hombre se adentra en sí mismo yendo hacia el centro de la espiral con frecuencia se torna errabundo y parece que accede a un anómalo «encierro en el exterior».

Martín Chirino fue, sin ningún género de dudas, uno de los más importantes escultores españoles con una extraordinaria proyección internacional. Realizó exposiciones en museos y galerías muy prestigiosas, formando parte sus obras de colecciones de referencia. Junto a su producción plástica destacó por su enorme preocupación por la situación cultural lo que le llevó a ser impulsor de proyectos como la rearticulación del Círculo de Bellas Artes de Madrid o el impulso del Centro Atlántico de Arte Moderno en Las Palmas de Gran Canaria. Sin duda, ya era hora para hacer una gran retrospectiva en el CAAM, se trata de una exposición que, en todos los sentidos, merecía. Sin la obra y el impulso de Martin Chirino no pueden entenderse las dinámicas del arte contemporáneo en Canarias, sin su lucidez y compromiso ético no podemos pensar lo que ha sucedido y, todavía más importante, los retos del presente. Lo fue casualidad que determinara que su Fundación tuviera que ocuparse tanto del arte como del pensamiento. Chirino, no exagero, fue un esteta y también un filósofo en el sentido más radical: un amante de la sabiduría. En el centenario de su nacimiento tenemos que conmemorar al gran artista, al hombre de la cultura, al ciudadano comprometido y, me permito añadirlo, al amigo. Todas sus obras son «herramientas poéticas» que no son, para nada, inútiles, al contrario, nos invitan a volver a recorrer nuestro mundo que es un laberinto en espiral en el que deseamos que surja un mínimo resquicio de esperanza. Martín Chirino, desde el arduo trabajo de la forja, fue capaz, valga la redundancia, de forjar esculturas que aludían a la necesidad de una vida buena. Su obra sigue señalándonos un camino, un sentido, un aire y vuelo de libertad.

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