Victoriano Santana, en diálogo con Eugenio Padorno
‘Poesía universitaria palmense. 1992-1998’, una obra inclasificable que tiene mucho de conversación multidimensional

Victoriano Santana / ED
Oswaldo Guerra Sánchez
Para que exista un diálogo debe haber, al menos, dos personas. He aquí su significado en el lenguaje común. Sin embargo, sabemos que en el lenguaje literario el diálogo puede entablarse entre dos personajes imaginarios, de los que tal vez no sepamos siquiera en qué personas reales están encarnados. Si tiramos del hilo, podríamos hablar de otros tipos de diálogo (¡cuánto ha transcurrido desde que Platón nos legara los de un tal Socrates!). Diálogos insospechados como los que nunca se produjeron, pero existieron «silenciosamente en la mente» de alguien, diálogos que son deseo o lucha, diálogos infinitos que solo una de las partes es capaz de escuchar, o aquellos que alguna persona atrevida entabla con su propio pasado, a sabiendas de que alguien está escuchando o leyendo.
Como no sabría en qué genero literario clasificar el último libro de Victoriano Santana Sanjurjo (¡gracias, amigo, por no permitirme clasificar...!) me voy a agarrar a la primera línea de texto con la que empieza el primer capítulo de Poesía universitaria palmense. 1992-1998 (Retazos testificales autobiográficos), publicado por Mercurio Editorial y terminado de escribir el 20 de enero de 2025, aniversario del poeta Eugenio Padorno. Ahí se habla de diálogo, de conversación.
Victoriano es, antes que docente y educador, antes que investigador y divulgador, antes que erudito, un escritor que sabe perfectamente dónde está el lenguaje. La apariencia de este libro es de ensayo, pero a medida que se empieza a leer, con los guiños y saltos que el autor va diseminando aquí y allá a lo largo de esta aventura lectora, pronto caemos en la cuenta de que hay algo de biografía, de crónica, de novela, de enciclopedia, de poesía, de acta notarial y hasta de rompecabezas, pero sobre todo de diálogo multidimensional: con la propia escritura, con un tiempo concreto, con su propia existencia. Pero en particular con un poeta en el tiempo (Eugenio Padorno), con todos los que estuvimos allí, y con ustedes.
A lo largo de más de seiscientas páginas de densa escritura, el autor teje una red de conexiones existenciales que de una manera u otra convergieron en un periodo insólito para la cultura canaria, y en particular para la poesía (la década de 1990), toda una constelación de planetas que brillaron más o menos con luz propia, cada uno en su papel, protagonistas de un tiempo tal vez irrepetible en el que la estrella poética que marcaba las estaciones era Eugenio Padorno. Dice Victoriano en la dedicatoria al gran poeta canario que consta en la cabecera del libro: «sol en este sistema de voces orbitantes y orbitadoras en el que he viajado como habitante en luz».
Apuntemos solo unos datos. En mayo de 1987 el Cabildo de Gran Canaria abre al público el Centro Insular de Cultura (CIC) con el propósito de convertirse en un semillero cultural diversificado y participativo. Poco después, en 1989, nace la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y se forja, con los retales del antiguo Colegio Universitario, la Facultad de Filología. En aquel momento asume el mando la catedrática y especialista galdosiana Yolanda Arencibia, acompañada por otros profesores y profesoras que pronto serán la base de la nueva institución.
La década en la que Victoriano Santana Sanjurjo se centra (1990), es la de la recogida de frutos. El escritor Carlos Álvarez, en uno de los polos, crea y dirige La Plazuela de las Letras, en el CIC. Paralelamente, en el otro polo, Eugenio Padorno, retornado a las Islas desde París dos años antes, es nombrado profesor de Crítica Literaria en la Faculta de Filología desde 1990, donde impartirá también la imprescindible asignatura de Literatura Canaria. CIC y Facultad de Filología en los polos del entorno de la avenida de Tomás Morales, eje del activismo poético de Las Palmas de Gran Canaria en ese momento. Los vasos comunicantes entre La Plazuela de las letras y la Facultad de Filología son estrechos, como nos irá recordando Victoriano aquí y allá a lo largo de su libro.
Abundancia creativa
Pero el tejido poético que el autor va cosiendo página tras página revela un auténtico crisol de realidades, una historia (sobre todo intrahistoria) fascinante, enriquecedora y multifacética que constituye todo un regalo para nuestra sociedad de hoy, porque «testifica» una época de abundancia creativa. Los callaos apilados que ilustran la maravillosa portada del libro (en dibujo sugerente de Patricia D. Franz Santana), ponen de manifiesto las distintas capas y a la vez los roces de este periodo de riqueza ideológico-poética en la que conviven numerosas personas y personajes, y que como el propio autor dice, muestran «dos extremos segmentales muy específicos (a la siniestra, la voz de los poetas que conformaron lo que se vino a denominar, en 1992, Manifiesto poético último; a la diestra, la publicación en 1998 de Última generación del milenio)». Alrededor, cientos de personas, hasta el punto de que el propio Victoriano nos sugiere que acudamos al índice onomástico, pues encontrar una aguja entre mil setecientos hilos nominales es ardua tarea.
Pero el segmento temporal del que Victoriano revela autobiográficamente sus «retazos testificales», se estira como un chicle y estalla en toda una trama literario-cultural que abarca prácticamente la segunda mitad del siglo XX, de la que su última década no es más que su momento final. Por eso, quien necesite saber más de movimientos literarios de ese tiempo de luces y sombras en las Islas Canarias, ha de acudir a este libro: colecciones literarias más o menos subterráneas, premios poéticos de antes y después, aventuras editoriales y contubernios de revistas de uno y otro signo, tertulias y reseñas o discusiones de prensa, encuentros y congresos de poesía, etc.
Poesía universitaria palmense es una Rayuela al modo Cortázar. El laberinto de lectura se construye con textos y metatextos, digresiones y digresiones de estas últimas, escenas, bancos, notas al pie, etc., que se pueden leer y combinar dando saltos, de aquí para allá, en busca de hilos conductores que nunca quedan sueltos y se amarran en distancia, pero que siempre dejan ver las costuras, si no fuera porque aquí y allí aparece el nombre de Eugenio Padorno como tejedor silencioso y permanente.
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