Veinte años de Dionisio Ridruejo (y II)

A los 50 años de su muerte, la obra del autor de ‘Poesía en armas’ es ambivalente, contagiada por su ‘reeducación’ política

Ridruejo

Ridruejo / ED

Lázaro Santana

La misma ambivalencia que transparenta la actitud política de Ridruejo por lo menos hasta 1956 ocurre en su obra poética, tanto en el texto como en el contexto: en 1950, cuando debía llevar ya muy adelantada su «reeducación», termino que apunta Jordi Gracia (es decir: su apostasía del fascismo y su, lenta, conversión a alguna especie de demócrata), publicó en la Editora Nacional, la editora del Régimen, En once años, una recopilación de su poesía. El libro obtuvo el Premio Nacional de poesía Francisco Franco, dotado con 25.000 pesetas (Gracia dice 15.000 —léase el Boletín de la convocatoria). Y Ridruejo, que yo sepa, no lo rechazó, como no rechazó, sino que buscó, su trabajo de corresponsal en Roma de los periódicos del Régimen. En la introducción autobiográfica a Escrito en España, recuerda que en (¿1942?) «se prohibió la publicación de tres libros míos de poesía que estaban en prensa y se le prohibió al jurado del viejo Premio Nacional de Literatura concedérmelo como era su deseo.» La narración del hecho parece una queja, o una denuncia. Pero del que efectivamente le otorgaron en 1950 no dice una palabra.

Contrariamente a lo que afirma Gracia, En once años se incluye, íntegra, la versión original de Poesía en armas, el libro que en 1940 consagra Ridruejo a la «Propaganda (...) del heroísmo español». Eso de que «no iba quedar apenas nada [de aquel libro] en la edición de su poesía completa de 1950 (…) porque le daba vergüenza» es una invención de Gracia. Allí siguen los sonetos ditirámbicos dedicados a Jose Antonio y a Franco. Años después Ridruejo diría que en aquella ocasión había pensado «eliminar por completo este cuaderno»; pero no lo hizo.

Tal libro, el más polémico y por el que más arrepentimientos ha mostrado su autor, no fue un libro improvisado, ni apresurado como algunos arguyen para disculpar su contenido; los poemas habían sido escritos entre 1936 y 1939 (hay varios fechados en agosto de 1936); en una nota preliminar a la edición primera de ese libro, Ridruejo mismo advierte que algunos de los poemas habían sido, previo a su paso al libro, publicados en periódicos y revistas, y luego sometidos a revisión «por el tiempo de urgencia en que se dieron antes». Así, muchos poemas conocieron, por lo menos, cuatro años de maduración. Y aún continuaron vigentes durante un decenio más; de las versiones ofrecidas En once años, escribe, «el autor desearía que las lecciones dadas aquí fueses consideradas como únicas». Persistía, pues, la confianza en la validez de su escritura todavía en 1950. No fue hasta 1961 cuando sometió el libro a una drástica expurgación: conservó sólo nueve de los 25 poemas originales. (Véase Hasta la fecha, edición de su poesía completa, Aguilar, Madrid, 1961.) De los conservados, incluso suprime las dedicatorias; realmente, estas son más sensibles desde el punto de vista ideológico que el contenido mismo de los versos (un retoricismo heroico sin sustancia): de ahí desaparecen nombres como los de J. A. Girou [por Girón], Agustín Aznar, Eugenio Montes, el general Moscardó, etc. También se metamorfosea el título: Poesía en armas se transforma en Testimonios; el título primitivo ya lo llevaba otro libro, escrito durante otra etapa guerrera, ésta en Rusia.

Uno de los poemas de Poesía en armas eliminados en la edición de 1961, En la muerte de Antonio Machado, un soneto, concluye con estos tercetos: «Hoy, cerrado el rencor en la alegría,/ al cumplir el volumen de su gloria,/ con un ala de fiel melancolía/ trae España tu muerte hacia su historia /y hace hierro de amor tu poesía/ vengando de ti mismo tu memoria». O lo que es lo mismo: Antonio Machado es un buen poeta, a pesar de Antonio Machado hombre, un filocomunista equivocado.

Ridruejo publicó en 1941 una edición de las Poesías Completas, de Antonio Machado. La edición, higiénicamente censurada, la precedía un texto del mismo Ridruejo en el que proclamaba la pertenencia a todos de «nuestro poeta». Parece que con este reconocimiento Ridruejo quería rectificar lo dicho en aquel poema, reivindicando con el poeta también al hombre; pero no fue así; la idea del divorcio persistía: ya en los años cincuenta aplicaría a Picasso la misma formula de salvar al artista y condenar al hombre: «no importa lo que Picasso piense de él, importa afirmar que nosotros estamos en una verdad que nos permitiría incluso salvarle a él, mientras está en un error que incluso a él le confunde». Como anécdota puede recordarse que la publicación del libro de Machado causó indignación en el Consejo de Ministros; se propuso su secuestro. Al parecer fue el mismo Franco quien paró la represalia, dejándolo estar.

De Rusia, además de la ingenua pretensión de que Franco modificara la directriz política de su Régimen, Ridruejo trajo un texto memorial de excepción: no me refiero a Poesía en armas, libro que publicaría en 1944, sino a un diario de campaña cuyo contenido no se conocería hasta 1978: Los cuadernos de Rusia. La envergadura literaria de estos cuadernos es tal que suscita algunos interrogantes. Uno: ¿por qué Ridruejo los conservó inéditos?; dos: su redacción ¿es realmente contemporánea de lo que narra, como se desprende de algunos de los apuntes? («Una parada larga que aprovecho para anotar nuestra pequeña, pero indeciblemente hermosa, aventura de ayer»); ¿no hubo una reelaboración posterior, que Ridruejo no dio nunca por concluida, y de ahí su ineditez? Vista la solidez de esa prosa, la intensidad íntima y comprensiva con que capta el paisaje, la minuciosidad con que detalla la vestimenta de los campesinos polacos o rusos, la observación sobre la arquitectura, la prolija descripción de las casas donde pernocta, y de los personajes que la pueblan, y todo eso expresado a través de una prosa bellísima, de estructura compacta, sin fisuras, son condiciones que dan pie para pensar que esa elaborada perfección no puede ser resultado de una escritura de transeúnte, sino de otra mucho más demorada. Y también que tales páginas no pudieron redactarse durante el trajín de su marcha, en un coche en el que viajaba por carreteras tortuosas con otros compañeros, o en alojamientos inhóspitos del frente de guerra, sino en alguna ocasión donde la prisa, la inquietud, la incomodidad, etc. no impusieran sus exigencias. Ridruejo mismo apunta a aquellas condiciones desfavorables de la escritura cuando anota que los suyos son «borradores trazados sin soledad ni reposo suficiente.» Pero su escritura dista mucho de tener la fragilidad de una acción apresurada. Los responsables de la edición, Gloria de Ros y Cesar Armando Gómez, dicen haber transcripto el texto autógrafo de los siete cuadernos que Ridruejo llenó durante su peripecia bélica haciendo únicamente parcas correcciones —«elipsis improbables, topónimos inverosímiles y todas esas cosas que Dionisio dejaba vagar a su alrededor como vilanos mientras vivía intensamente otras». Si esto es así, estamos ante un caso de escritura realmente asombroso; un libro en el que predomina una visión del mundo circundante sosegada y poética (paradójicamente, la aparición de algunos fragmentos en verso, interrumpe con su artificiosidad el fluir natural, directo, de la prosa). Que esta prosa de Los cuadernos de Rusia sea consecuencia de un impulso inmediato, sin más interpolaciones, revela la existencia de un escritor realmente admirable, con una facultad de observación fotográfica y un dominio descriptivo solo reservado a maestros. Esto hace aún más inexplicable el hecho de que su autor no los publicara oportunamente. Otro añadido a la ambigüedad vital y literaria que muestra la personalidad de Dionisio Ridruejo.

PD. En una nueva edición de Los cuadernos de Rusia, su responsable, Xosé M. Nuñez Seixas, aventura que Ridruejo pudo trabajar ese texto en 1942, durante su confinamiento en Ronda. En Casi unas memorias, Ridruejo declara que en Ronda leyó y escribió mucho, pero no especifica que se aplicara a la reescritura de Los cuadernos... Si ocurrió así, el hecho desmentiría lo que afirma en varias ocasiones en el texto: la contemporaneidad de la escritura con cuanto narra. Esta cuestión revestía importancia para el autor. En una ocasión, al perder una de los cuadernos, lo reescribe, y advierte que «adoptará en la reconstrucción un estilo en presente», como si lo que narra no fuera recordatorio de acontecimientos ya sucedidos, sino de los que estuvieran sucediendo: y eso es precisamente lo que había hecho siempre en la redacción del diario. Ridruejo aclara que adopta esa actitud por «comodidad»; pero es indudable que lo hace también por coherencia con el resto del libro. De todas maneras, sea su logro directo o indirecto, en «presente» como dice Ridruejo, o a través de una reelaboración demorada en un tiempo desconocido, la prosa de Los cuadernos... continúa siendo hermosa. Aunque, de ser real la segunda opción, ya no pueda sorprendernos tanto su perfecto engranaje. Todo, o casi todo en Ridruejo, es así de inseguro.

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