Simone de Beauvoir y Stern

Simone de Beauvoir fue una de las firmantes.
Es sabido que Simone de Beauvoir y Sartre se dieron cuenta tarde de la malignidad del sistema comunista soviético. En enero de 1977, Simone de Beauvoir emprendió una campaña para exigir la liberación del endocrinólogo Mijaíl Stern, miembro del Partido Comunista, quien había sido condenado a un campo de concentración soviético. El País, el 16 de marzo de 1977, informaba de que «el pasado lunes, el doctor Stern, conocido por sus ideas contrarias al sistema soviético, fue excarcelado una vez que el Tribunal Supremo de Ucrania decidió reducir su condena a dos años y medio. Mijail Stem nació en 1918 y antes de ser detenido trabajó como director del servicio policlínico en un dispensario de endocrinología en Vinitza.
Fue detenido en mayo de 1974 al comprobarse que había concedido permiso a su hijo para emigrar a Israel». Ya en París, en 1979, publicó un testimonio basado en sus recuerdos y reflexiones personales: La vida sexual en la Unión Soviética. En esos mismos años, España, tras salir del régimen de Franco, entró en una etapa denominada la «movida» en la que la liberación sexual ayudó, como en un orgasmo colectivo, a disfrutar de la libertad democrática. Pues justamente en 2011, con el 15M, la carcunda comunista que sobrevino se ha empleado de nuevo en rechazar aquel momento de liberación anarquista y, a la vez, de un orden económico exitoso, y llegaron los que han llevado al redil la gestión sexual, a falta de otro sujeto histórico, ya que la izquierda había caído en el fracaso en todos los temas que había tocado, y tenía que apoderarse de este.
Pablo Iglesias imponía el feminismo como sujeto histórico, pero a la vez se hizo famoso por su pulsión de macho alfa de azotar hasta sangrar a una periodista de su oposición. Iñigo Errejón, propulsor y propagandista del slogan «solo sí es sí», practicaba en su background el BDSM supuestamente inconsentido. Estos complejos hipócritas tienen un nombre común: reprimidos patológicos. Y de la represión sexual se pasa a la represión de la libertad y la apropiación del Ello por el Superyo freudiano, con lo cual ya han sublimado el narcisismo y la perversión. Es de libro. Intentan ilegalizar la prostitución en el Congreso y el mismo día se van a celebrarlo a un burdel.
El libro de Mijail Stern ofrece un relato de primera mano basado en sus experiencias como médico y en testimonios de pacientes: frigidez femenina, impotencia masculina, violencia sexual, exhibicionismo descontrolado y una sociedad atrapada entre el puritanismo oficial y la miseria de una intimidad frustrada. En los primeros años del régimen bolchevique, se promovieron el amor libre y la abolición de la familia burguesa. Manifestaciones de nudistas recorrían las calles de Moscú en los años 20, proclamando la liberación del cuerpo con pancartas que rezaban: «¡Abajo la vergüenza!». En las Juventudes Comunistas, el sexo era concebido como una necesidad biológica sin ataduras emocionales, equiparable a comer o dormir. Sin embargo, la libertad sexual pronto se convirtió en un problema para la consolidación del régimen.
Se impusieron medidas extremas, como la inscripción obligatoria de mujeres en oficinas del «amor libre», donde podían ser seleccionadas como esposas por cualquier hombre entre 19 y 50 años. En algunas regiones, se declaraba que todas las jóvenes mayores de 18 años eran «propiedad del Estado». Este caos sexual llevó a una reacción conservadora desde el poder. Uno de los primeros ideólogos en imponer restricciones fue Aron Zalkind, quien en 1925 argumentó que sentir atracción por alguien de una clase social diferente era una perversión equiparable a la zoofilia. Bajo Stalin, la revolución sexual se transformó en una moral puritana estatal, y la familia fue rescatada, no como institución tradicional, sino como «unidad de producción humana». Makarenko, uno de los pedagogos del régimen, afirmaba que el matrimonio debía servir para formar «comunistas ejemplares», no para el disfrute personal.
La mayoría de la población urbana vivía en apartamentos comunales donde varias familias compartían habitaciones y baños. La intimidad era un lujo inexistente. Stern señala que la constante ansiedad por la vigilancia estatal también tenía efectos devastadores en la vida sexual. Muchos hombres eran incapaces de mantener una erección debido al miedo a las represalias políticas. En las mujeres, esto se traducía en contracciones vaginales involuntarias que, en algunos casos, resultaban en el fenómeno de la «pareja pegada», en el cual los músculos vaginales se contraían con tal fuerza que el coito no podía completarse. El transporte público se convirtió en un epicentro de exhibicionismo y las agresiones sexuales. El alcoholismo también jugó un papel central, y la mayoría de las relaciones sexuales solo ocurrían cuando ambos cónyuges estaban ebrios.
Así como el comunismo soviético acabó imponiendo un sistema de control sobre la sexualidad para domesticar a la población, los herederos de aquella ideología han encontrado en la gestión sexual el sustituto de la lucha de clases: un nuevo redil ideológico donde la sumisión a sus dogmas es obligatoria. Eso es lo que los locos del peral izquierdista quieren traer para, desde su apoderamiento del Superyo, reinar en un erial de frustración sexual dirigida por todos estos narcisistas. Si el comunismo soviético convirtió la sexualidad en un engranaje más del aparato estatal, sus herederos ideológicos han logrado algo peor: vender la represión como liberación.
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